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El negocio de la religión

Especiales / 8 diciembre, 2018

Por: Gerardo Lozano

Las iglesias, sectas y pastores, sin obligaciones fiscales, se enriquecen a costa de los bolsillos de sus fieles prometiendo indulgencias y multiplicaciones

En los siglos que comprendieron el periodo de la colonia, la Iglesia Católica fue enormemente rica, además de poderosa, pero a partir de la segunda mitad del siglo XIX, con el triunfo de los liberales sobre los conservadores, perdió la mayor parte de su poder económico y de sus bienes, que incluían, además de las fincas propias de sus quehaceres eclesiásticos, como conventos, hospicios y templos, grandes propiedades de tierras y otros bienes diversos.

Para el siglo XX, el gobierno de Plutarco Elías Calles, en un acto de totalitarismo pretendió eliminar a la Iglesia Católica, pero se encontró con que su presencia entre la población mexicana estaba intacta, aunque ya no tuviera los bienes de antaño y esto provocó una guerra que perdió el Estado, la única guerra religiosa que ha existido en el continente americano.

A partir de ahí se dio un pacto, por el cual el estado no se metía ni en los quehaceres de la iglesia ni en la religiosidad de sus fieles, aunque siguieron vigentes las leyes por las cuales el Estado es el propietario legal de todos los bienes inmuebles de la iglesia católica y de todas las demás iglesias, pero esta ley es letra muerta.

De hecho, desde el periodo de Porfirio Díaz, el Estado comenzó a rescatar y restaurar muchas edificaciones de la iglesia que son consideradas como joyas de la arquitectura colonial mexicana, las cuales habían sido saqueadas, abandonadas o utilizadas para los fines más absurdos, como cuarteles, cárceles y hasta caballerizas.

En medio de la Guerra de Reforma, en la mencionada segunda parte del siglo XIX, muchos aprovecharon la confusión y el conflicto para saquear verdaderos tesoros del arte religioso mexicano, que fueron a parar a Europa y a otros países del mundo o, sencillamente, fueron destruidos.

Aun así la iglesia se adentró en el siglo XX con un patrimonio suficiente para seguir manteniendo una enorme presencia en la sociedad y cultura mexicana, pero su poder económico nunca fue igual al de la colonia y se limitó a sus quehaceres propios.

Pero las cosas cambiaron a medida que transcurría la segunda parte del siglo XX. Tradicionalmente los fieles católicos donaban a la iglesia lo que se denomina como el diezmo, el cual implicaba la obligación de donar a la iglesia el 10% de todos los ingresos que obtuviera cada fiel por medio de su trabajo o de sus actividades empresariales.

Hoy semejante obligación pareciera desproporcionada, pero una gran parte de los fieles cumplía puntualmente con la donación de su diezmo, persuadido de la enseñanza bíblica de que Dios multiplica todo aquello que se da con caridad.

En la colonia muchas de las familias más acaudaladas hacían enormes donaciones a la iglesia, financiando obras que hoy todavía nos resultan majestuosas.

El diezmo, como práctica, sigue existiendo, pero ya es simbólico: consiste en la entrega, cada año, de sobres para la donación de lo que se denomina como la “cuota diocesana”, pero los fieles que lo desean colocan en dichos sobres apenas algún billete de cincuenta o cien pesos. Los espléndidos ponen un billete de 500 o de mil, pero esos son demasiado pocos.

La aportación cotidiana de la feligresía católica se ha reducido a la limosna que se entrega en la misa dominical, donde los asistentes donan un promedio de 10 hasta 50 pesos, y esto en colonias de clase media y alta. En las colonias populares la aportación va de los 10 a los 20 pesos, por familia.

Para atraerse recursos adicionales, la iglesia cobra algunos de los servicios que presta, como la impartición de ciertos sacramentos, pero es un pago muy modesto en términos generales.

LOS QUE SÍ DAN DIEZMO

Junto a esta tendencia que se da entre los católicos, la mayoría de las iglesias y sectas cristianas, que anteriormente eran denominadas como protestantes, sí tienen vigente la aportación rigurosa del diezmo. Es el caso de las iglesias de denominación apostólica, de las cuales hay registradas 18 en la región lagunera.

Cada uno de los “hermanos” (así se denominan entre ellos) aporta cada mes el diez por ciento de su sueldo o de sus ingresos si no es trabajador o empleado. Si gana diez mil pesos aporta mil cada mes; si gana seis mil aporta seiscientos, y lo hace con gusto, persuadido de que Dios se lo retribuirá con una sobreabundancia.

Así, un “hermano” que gana diez mil mensuales aporta al año 12 mil pesos a su iglesia, pero muchos además hacen donativos si obtienen ingresos adicionales o si han recibido lo que consideran como una bendición económica.

Muchos de los pastores o ministros de las iglesias, y sobre todo de las sectas cristianas, influenciados por la cultura norteamericana, manejan dentro de su discurso la idea de que aquél que es justo y se apega fiel a los preceptos de la palabra divina recibirá una abundancia de bienes materiales.

Hay pastores o ministros que se ponen a ellos mismos como un ejemplo de la gracia divina y muestran cómo han logrado alcanzar la prosperidad y cualquier otro éxito económico en su vida y familias, profiriendo al final un aleluya. Esto se puede observar inclusive en algunos programas televisivos o escuchar en programas radiofónicos contratados.

Mientras los evangelios tradicionales incluyen esa terrible frase de Jesucristo que señala, de manera directa, que “es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja a que un rico ingrese al reino de los cielos”, las iglesias y sectas cristianas consideran y fomentan la abundancia económica de los justos como una bendición divina.

Singularmente aquellos que realmente se apegan a las enseñanzas sobre una vida cristiana, se  convierten en personas muy frugales y ordenadas en su estilo de vida, y es de llamar la atención cómo viven con armonía y gusto a partir de un ingreso que a otros no les da sino para mal vivir y, en consecuencia, maldecir su condición económica.

Pero la cuestión es qué se hace con el dinero de los diezmos que aportan los feligreses y cómo se controla el uso de éstos.

El primer problema es que los pastores o ministros de las iglesias o sectas cristianas gozan de una gran libertad en el manejo no sólo del dinero, sino en general del culto que administran, debido a que no dependen de una estructura rígida y no tienen votos de pobreza, además de que el fisco es muy relativo, pues la casi totalidad de los ingresos son en efectivo y el SAT no se va a poner a fiscalizar iglesias y sectas.

Lo segundo es que estos ministros o pastores son casados y tienen una familia qué mantener, pero además esa familia suele tener injerencia en la administración del culto, particularmente las esposas y en muchos casos los hijos ya adultos son parte de la conducción de la comunidad que se forma en torno a un templo, capilla o recinto. Entre más feligreses haya y entre mejor ubicado esté un templo, los ingresos serán mayores.

Al margen de las cuatro grandes denominaciones tradicionales, han surgido una gran cantidad de sectas cristianas que son propiedad de una familia, y se heredan de generación en generación. El caso más representativo que hay en México es muy probablemente la denominada secta La Luz del Mundo, que tiene su sede internacional y lugar de origen en la ciudad de Guadalajara, donde poseen un santuario gigantesco.

 

EL PASTOR QUIERE SER RICO

El problema, que es frecuente, viene cuando el pastor o ministro se propone hacer dinero a partir de la comunidad que agrupa en su templo, lo que lamentablemente es mucho más frecuente de lo que se pudiera pensar.

Pongamos el ejemplo de un caso real en un templo y comunidad de la iglesia apostólica de Torreón.

Aunque siempre ha prevalecido el adagio de que “el que a la iglesia sirve de la iglesia vive”, lo que se aplica en el caso de todas las iglesias existentes, muchos pastores o ministros hacen de su ministerio un negocio familiar y la religión se vuelve entonces un instrumento.

El pastor es relativamente nuevo, porque los pastores son cambiados de comunidad cada cierto tiempo, pero ha llegado con la evidente consigna de hacer dinero, aunque la intención de ganar dinero parte en gran medida de la esposa, con lo cual el asunto se convierte en un negocio familiar.

A diferencia del culto católico, que sigue un liturgia muy rígida y establecida a partir del Concilio Vaticano Segundo, donde los fieles tienen una participación más bien pasiva y repetitiva, las iglesias cristianas manejan un culto que es mucho más dinámico y participativo, que no se apega, como la católica, a un libro, donde se definen hasta los colores de la vestimenta del sacerdote.

En este culto cristiano la gente canta, grita, llora, da testimonios personales, presenta ante Dios sus peticiones, mientras hay un coro que toca música electrónica, canta canciones que tienen una estructura de baladas del pop, se colocan grandes pantallas para proyectar videos y se trata de crear ambientes climáticos, altamente emotivos.

Para poder hacer dinero, este pastor ha emprendido obras de “mejoras” a su templo, que es realmente uno de los templos apostólicos más viejos de Torreón y se encuentra en bastante buen estado, por lo que no hay necesidad de tales “mejoras”, pero se sigue la máxima de los políticos mexicanos “haz obras, compadre…”.

Además de las obras innecesarias en el templo, el pastor, le cargó a la iglesia las obras de construcción de la casa de su hijo más joven, en lo que puede considerarse como una desviación de fondos y un acto de corrupción.

Inconformando a muchos de los integrantes de su comunidad, el pastor ha colocado cámaras de video por todos lados en el interior del templo, para grabar el culto hasta en sus más pequeños detalles, pero siguiendo la apabullante tendencia de las redes sociales, los videos se suben a la internet, con lo cual un feligrés que reza devotamente, llora de forma espontánea o grita para expresar su júbilo, está siendo colocado en la red, sin su consentimiento y no obstante de que se trata de un culto de carácter religioso.

El propósito evidente del pastor es promover su iglesia y ganar más feligreses, lo que incrementará sus ingresos, aunque termine con la privacidad del templo.

La actividad del pastor, en todas las iglesias cristianas, no se limita al espacio de su templo ni a la celebración del culto dominical, va más allá y se involucra con la vida de las familias que forman parte de la comunidad, para dar consejos, dictados, resolver problemas o complicarlos, eso dependerá de lo atinado que sea en su función, pero también para establecer cuál es la economía de las familias, a fin de poder “sugerir” donativos o apoyos adicionales a la iglesia.

Aunque siempre ha prevalecido el adagio de que “el que a la iglesia sirve de la iglesia vive”, lo que se aplica en el caso de todas las iglesias existentes, muchos pastores o ministros hacen de su ministerio un negocio familiar y la religión se vuelve entonces un instrumento.

Pronto el ministro y su familia comienzan a acumular riqueza, lo cual manejan ante los fieles como una bendición de la gracia divina; hablan de la abundancia del justo, cuando se trata realmente del diezmo y los donativos que aporta la comunidad.

Si una comunidad de tan solo 200 miembros aporta un promedio de 700 pesos mensuales, el ingreso asciende hasta 140 mil pesos mensuales, más los donativos adicionales serán alrededor de 200 mil pesos mensuales, sin tener que pagar prácticamente nada al fisco y sin dar cuentas detalladas de ello a una autoridad superior.

A otra escala y ubicada en la ciudad norteamericana de Memphis, el director Craig Wright, con la producción de la famosa conductora Oprah Winfrey y Lionsgate Televisión, crearon la serie televisiva Greenleat, que gira en torno a una poderosa familia afroamericana dirigida por el patriarca, que es un obispo, quienes manejan una mega iglesia que les ha convertido en millonarios. La serie es ficción, pero está basada en muchos hechos reales.

La trama aborda las enormes mentiras, la manipulación y las intrigas familiares de los Greenleat, y cómo todo se mezcla para mantener el control de la iglesia y cubrir públicamente las apariencias ante la comunidad.

La serie, que fue lanzada en 2016, va en su tercera temporada con un gran éxito de audiencia. Se puede ver en la plataforma de paga Netflix.

En México, dentro de otra cultura, la Iglesia de la Luz de Mundo, que es propiedad de una familia que está ya en la tercera generación, daría para una serie de este tipo y podría aportar intrigas más escabrosas, además de reales, con rituales y ceremonias masivas mucho más impresionantes.

Comparado con  la familia que es dueña de La Luz del Mundo, los Greenleat son pobres, aunque más sofisticados en su estilo de vida, pero menos poderosos. El actual líder de esta iglesia, Naasón Joaquín García, es nieto del fundador, Eusebio Joaquín González, pero ellos no son obispos: son nada menos que apóstoles directos de Jesucristo, como San Pablo o San Juan.

Sólo la lucha por la sucesión que llevó a Naasón Joaquín como nuevo apóstol supremo, da para una película sobre una lucha feroz por el poder y, por supuesto, por la fortuna que ésta conlleva, todo en nombre de Jesucristo y en medio de frases y sentencias bíblicas.

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