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La Santa Muerte, ¿vuelven los rituales satánicos?

Análisis Político y Social / Opinión / Slider / 30 noviembre, 2020

Por: Eugenia Rodríguez

El 4 de noviembre de 2020 fue interceptado por la policía de la Ciudad de México un individuo que transportaba unas cajas sobre un “diablito”, en la calle República de Chile, en pleno centro histórico de la capital del país, el olor fétido y lo poco común del comportamiento del sujeto llevó a su detención y a un descubrimiento siniestro: dentro de las cajas se transportaban los cuerpos descuartizados de dos niños mazahuas, de 14 y 12 años de edad, que habitaban en la misma zona y trabajaban como comerciantes, junto con sus padres.

El torturar, matar y descuartizar el cuerpo de dos niños no tiene un sentido racional, ni aún dentro del medio del crimen organizado, el cual domina todo el comercio informal del centro histórico de la Ciudad de México, cobra derecho de piso y lleva a cabo todo tipo de actividades delictivas.

Lo más que podían ser los niños, en la opinión de las propias autoridades policiacas, es ser “puchadores” de drogas a muy baja escala, por lo cual la forma en que fueron victimados no es explicable, lo que lleva a la muy probable explicación de que fueron asesinados en algún ritual narco-satánico, posiblemente vinculado al culto de la llamada Santa Muerte, en su versión negra o maldita.

Lo común es que la tortura y el descuartizamiento de cuerpos en las guerras territoriales entre los cárteles del crimen organizado en México son una forma de castigo, de terror y de obtención de información, pero los dos niños mazahuas no tenían las características de sicarios profesionales u operadores de cierto nivel para alguna organización criminal.

Aunque el caso de la secta de los denominados “narcosatánicos”, detenidos en Matamoros, Tamaulipas, se remonta al año de 1989, hace ya 31 años, las autoridades militares y judiciales reportan que se siguen detectando lugares donde se practican rituales “narcosatánicos”, en poblaciones como la misma Ciudad de México, Guadalajara, Matamoros, Ciudad Juárez y Culiacán, principalmente.

En dichos rituales se emplea la tortura de víctimas para ofrecer un “sacrificio de sangre” relacionado con cultos esotéricos, entre los cuales el de la Santa Muerte se ha vuelto el más extendido, especialmente entre policías, narcotraficantes, delincuentes organizados e inclusive políticos, personajes de un submundo donde la convivencia con la muerte es un suceso cotidiano, del cual buscan algún tipo de protección, tanto en sus propias acciones delincuenciales como de la venganza de sus enemigos o la acción de agentes de seguridad.

La expansión del culto a la Santa Muerte ha ido de la mano del crecimiento exponencial del mundo criminal en México, que se ha convertido en uno de los países más inseguros del mundo.

CULTOS ESOTÉRICOS Y SINIESTROS

México posee una tradición de culto a la muerte que se remonta hasta el mundo prehispánico, donde el último imperio dominante, los mexicas o aztecas, rendían un culto “sagrado” y masivo a la muerte, como parte de su religión y de la dominación política que ejercían sobre otros pueblos.

En el periodo colonial surge una tradición religiosa, donde se rinde culto a los muertos por medio del folklor, la comida y la fiesta: el llamado día de los muertos o de los “santos difuntos”, que forma parte del sincretismo de las religiones prehispánicas, donde se sustituyen los rituales sangrientos por la teología católica de una vida eterna después de la muerte física, algo que ya también estaba presente en muchas culturas prehispánicas, como la maya, por citar un ejemplo.

El siniestro inframundo prehispánico es cambiado por el cielo, una idílica concepción teológica, pero que también incluye el purgatorio y el infierno, ambos terroríficos y en consecuencia intimidantes.

El criminal, consciente de su maldad y del peligro que asume cada día de su vida, la cual suele ser corta y terminar de forma brutal, parece tener problemas para solicitar el auxilio de la divinidad cristiana o católica, así que busca con gran frecuencia ciertas prácticas esotéricas, como la santería, el vudú y, con mayor preferencia, el culto de la Santa Muerte.

En el culto de la santería de origen afro-cubana, existe una figura dedicada a la muerte: Oyá, señora de los panteones, mientras que en el vudú hay una imagen, Oggón, que protege de los accidentes.

Aunque la mayor clientela de culto de la Santa Muerte son policías, criminales, funcionarios de seguridad pública y en general gente expuesta al peligro de forma cotidiana, el culto se ha extendido a gente más ordinaria, como amas de casa y personas dedicadas a tareas comunes.

Entre los políticos también se ha ido extendiendo este culto, aunque tienen una penetración más fuerte la santería, el vudú y el esoterismo en general, donde se busca atraer la fortuna, el éxito en sus carreras públicas y la protección en contra de enemigos reales o imaginarios.

Así como son más asiduas a las diferentes religiones, las mujeres acuden con mayor frecuencia al esoterismo y a los cultos afro-antillanos y el esoterismo en general, pero la Santa Muerte parece atraer a una mayor cantidad de hombres.

UNA BLANCA Y UNA NEGRA

En los reportes policiacos y militares sobre cateos a casas que fueron habitadas por miembros del crimen organizado, es muy común la referencia a altares y capillas dedicadas a la Santa Muerte, no importando el nivel socio-económico de las viviendas registradas.

En dichos reportes, varios de ellos realizados en ciudades de la Comarca Lagunera, se da cuenta de habitaciones utilizadas como “capillas” para el culto de la Santa Muerte, donde se pueden apreciar grandes imágenes, estatuas de diferentes tamaños, altares con vasos de agua, cirios en color negro y rojo, fotografías, flores y otros amuletos cuyo uso se desconoce.

De lo que se ha encontrado se desprende que hay al menos dos versiones de la Santa Muerte: una blanca y otra negra, la primera bondadosa; la segunda maldita, ya sea que se quiera pedir favores y la gracia de la protección para el fiel y su familia, o la muerte y la desgracia para los enemigos.

El gobierno mexicano ya ha tenido que prohibir al menos un culto religioso, denominado Iglesia Tradicionalista México-USA, debido a que se adoptaba a la Santa Muerte como una de las deidades a venerar.

No sólo en el famoso Mercado de Sonora en la Ciudad de México, sino en otros muchos mercados del país, se venden imágenes, estatuas y artículos para la práctica del esoterismo en sus diversas formas y de la Santa Muerte en lo particular.

En estados como Sinaloa, el tener joyas de oro, plata y piedras preciosas que tienen como motivo a la Santa Muerte se ha convertido en un artículo obligado, por la demanda que se tiene.

Está demostrado que no se requiere un rito esotérico para que los sicarios de los diferentes cárteles cometan actos de una violencia demencial, como el torturar a sus rivales de manera brutal o inclusive descuartizarlos y tirarlos en bolsas u otro recipiente en la vía pública, como una forma de “mensajes” y de intimidación, pero es un hecho, demostrado, como se dijo anteriormente, por los mismos reportes de los agentes de seguridad, que hay una expansión de diferentes cultos esotéricos, y estos están estrechamente relacionados a criminales, policías, funcionarios públicos y a una clientela cada vez más diversificada.

En el actual gobierno federal, el propio presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, se sujeta públicamente a rituales de “limpias”, para atraer la buena suerte y alejar las “malas vibras” que le pueden acarrear sus enemigos, que él los cuenta por millares.

Si alguien se atreve a cuestionar tales prácticas como una forma de alentar el chamanismo y la superchería, se le ataca inmediatamente de ir en contra de las tradiciones indígenas, que, al menos por este sexenio, son “sagradas” para la presidencia de la república, lo que es un disparate ya que las creencias religiosas indígenas son como cualquier otras: están plagadas de prácticas que son producto de la ignorancia, la fantasía y el pensamiento mágico.

En 1998, al ser detenido por la policía, David Arizmendi López, alias “El Mochaorejas”, un criminal legendario y a la altura del arte (siempre aceptó pública y abiertamente ser responsable de sus crímenes y haberlos hecho con plena conciencia e intención), le pidió permiso a sus captores para recoger su imagen de la Santa Muerte y la envolvió cuidadosamente en su chaqueta; es un fiel creyente y se mostraba resignado a su suerte, que consistió en 393 años de cárcel, lo cual asumió sin emitir queja alguna. Había nacido para su oficio.

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Redacción




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