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El rock podrá oler mal, pero se mueve

Cultura / Cultura Principal / 26 abril, 2021

Por: Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

 

Al rock ya le han entregado su certificado de defunción varias veces. Casi podría decir que, desde los sesentas, en cada década, alguien ha declarado que el rock hasta ahí llegó. Luego, como en todo, aparecen los lemmings que repiten sin parar la misma tontería. Ahora, los tarados dijeron que el reguetón mató al rock. Lo repitieron sin parar durante años. El asunto es que jamás lo logran.

Lo andaban matando cuando comenzó a repetirse a principios de los sesentas y The Beatles abrió nuevos caminos. Lo andaban matando en los setentas a manos de la música disco y el punk lo revivió a patadas. Lo andaban matando en los ochentas y el postpunk y el hardcore escupieron y mearon encima del certificado. Lo andaban matando en los noventas y The Strokes se pitorreó de todos. Lo andaban matando a principio de siglo y Josh Homme hizo un grupo tras otro sin descanso.

Y en la última década ya casi le hacían un sepelio y afirmaban estupideces como que el reguetón era el nuevo punk. En serio, eso dijeron. Y nada, que el postpunk, de nuevo, llegó para burlarse y gritarle en la cara a todos esos que lo andaban despidiendo.

Para demostrar lo anterior tendré que hablar aquí, con brevedad, sobre tres grupos que han propuesto nuevos sonidos que se alimentan, por supuesto, como caníbales, del pasado punk pero que nos muestran que siempre se puede innovar.

Debo decir que, a diferencia de muchos cuarentones, no creo que la música de mi juventud sea la única que vale la pena. Tampoco escucho sólo a viejos músicos que siguen haciendo grandes discos. Estoy en una búsqueda constante por sonidos nuevos creados por artistas y músicos más jóvenes.

Tres bandas, entonces dejaré en estas líneas, esperando que quienes me lean puedan descubrirlas como yo lo hice. Porque, ¿vale la pena vivir esta vida sin compartir los gustos musicales?

Idles. Con una actitud que recuerda más a Henry Rollins que a los Rolling Stones, los de Idles se niegan a ser catalogados como punks. En todo caso, no se parecen al primer punk, están muy lejos de los Sex Pistols y The Clash. No quieren ver arder el mundo ni demostrar que es injusto. En todo caso, la voz de Joe Talbot parece más un grito angustioso ante las miserias de la vida diaria. Pero ese grito, en lugar de apelar a la rabia adolescente, en realidad es un canto optimista. Es un aviso de que hay que ponerse en marcha. Lamentarse y lamerse las heridas no sirve de nada si se hace por demasiado tiempo. Escuchar Ultra Mono, el más reciente álbum de la banda, es como asistir a una sesión de terapia en donde las debilidades de los integrantes se exponen. “Ven, puedes pegar aquí o puedes entender que tú también estás dañado”. Un ejemplo, Mr. Motivator es una canción en donde Talbot nos grita: “¡tú puedes hacerlo! ¡aprovecha el día!” A que nunca tanto optimismo sonó tan punk y con tanta rabia. La banda, sostenida con virtuosismo por el baterista Jon Beavis, es una combinación de bajos repetitivos, guitarras distorsionadas y muchos silencios rellenados por la gritona voz de Talbot. En vivo son alucinantes, podrían llenar un castillo con toda la energía que derrochan.

Viagra Boys. Casi como si fuera una competencia, los Viagra Boys no se toman tan en serio. Tanto Idles como ellos se han dedicado a burlarse de lo que ahora llaman “masculinidad tóxica” y que yo prefiero llamar el estereotipo del machote. La diferencia es que el grupo nativo de Estocolmo utilizan el humor de forma más ácida y son más cínicos que Idles. Esto tiene que ver con su cantante, Sebastian Murphy, quien no sólo es el personaje que cualquier grupo de post punk desearía como frontman, sino que además tiene una voz privilegiada y no duda en utilizarla para demostrar que puede cantar bien, pero le vale pito. La música de este sexteto se caracteriza por su sencillez lo-fi y por incluir un saxofón que desequilibra el sonido crudo de las guitarras distorsionadas y obliga al escucha a poner más atención de la que pondría a cualquier grupo punk. Las canciones van desde una depresión burlona, pasando por la adicción a las drogas hasta una risa franca frente una sociedad superficial y obsesionada con el dinero.

Starcrawler. Formado por cuatro jóvenes que apenas acaban de dejar la adolescencia, este grupo de Los Ángeles recuerda al hard rock clásico, pero también mucho a Black Sabbath. Al mismo tiempo, en sus discos se pueden escuchar reminiscencias punks, algo de los Ramones por aquí y un poco de grunge, por supuesto. En el segundo álbum decidieron abrirse a sonidos más glam y melódicos.

Además de una música adictiva, la imagen de su cantante, Arrow de Wilde, es un gran ejemplo de qué es lo que necesita una banda como frontwoman. De Wilde se dedica a cantar, pero también a interpretar. Su show consiste en una constante meltdown mental. Aparece con sangre en el rostro y en la ropa, utiliza camisas de fuerza y se derrumba en el escenario como si estuviera poseída. A un lado de ella se encuentra Henri Cash, el guitarrista quien es la contradicción cool mientras que, en el otro extremo, Tim Franco, el bajista, inmóvil, pareciera que nada de aquello le interesa.

Esta banda llamó la atención de Iggy Pop, quien habló de ellos con entusiasmo. ¿Qué más se necesita para triunfar en este mundo? ¿Qué? ¿Hacer cancioncitas inocuas sobre cómo perrear hasta el suelo?

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