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American Fiction o cómo despreocuparse por menos de dos horas

Cultura / Cultura Principal / 31 marzo, 2024

Por: Daniel Herrera

Película poco premiada pero muy cacareada en esta temporada de premios. No es, muy lejos de llegar ahí, una maravilla. Es, en todo caso, una versión enducolorada de un tema mucho más serio: la mirada del mundo blanco en el arte de la comunidad negra en Estados Unidos.

Desde hace mucho tiempo que las películas nominadas a cualquier premio no me entusiasman. Mucho menos las nominadas al Oscar. No sé si es madurez o si de plano desde hace diez años o más Hollywood y mucho del cine estadounidense han producido películas planas, aburridas, engañabobos y sin casi nada de calidad real. Me parece una extraña paradoja que técnicamente las películas actuales son superiores a las creadas durante el siglo pasado, pero narrativamente se ha ido perdiendo la calidad. Cada vez que el mundo interesado en el cine parece emocionarse con algún film que está de moda, pareciera que ya nadie recuerda las características que permiten que una película pueda trascender más allá de una corta temporada. Es como si todo mundo perdiera la cabeza por cualquier tontería o, como decía mi abuela, con qué poquito pinole se ahogan. De esa forma, cada vez me atrae menos revisar las películas que ganan nominaciones y prefiero enfocarme en la televisión o en aquellos filmes recomendados por personas con gustos similares a los míos. Y aún así, a veces la decepción termina llegando.

Tal vez por eso no me pareció tan mala American Fiction, película poco premiada pero muy cacareada en esta temporada de premios. No es, muy lejos de llegar ahí, una maravilla. Es, en todo caso, una versión enducolorada de un tema mucho más serio. Algo que queda algo lejos de nosotros pero que es fácilmente investigable: la mirada del mundo blanco en el arte de la comunidad negra en Estados Unidos.

Basada en Erasure una novela del autor Percival Everett que se publicó hace 20 años, American Fiction nos lleva por la vida de Thelonius “Monk” Ellison, un autor negro que trabaja en una universidad, como debe ser; y que publica libros densos con referencias constantes a la mitología griega. Su vida se complica porque como buen cuarentón no conecta con la moralidad de sus jóvenes alumnos y sus ansias por sentirse ofendidos de lo que sea. Además, sus libros no venden y está atorado con su vida emocional. Aparte de esto, siente un desprecio real por la literatura que se publica en su propio tiempo. Los jóvenes, tanto sus estudiantes como los autores representan la superficialidad y la obsesión por el mercado y la venta. No buscan el arte, sólo quieren sentirse ofendidos o sentirse víctimas de las circunstancias, mientras hacen dinero gracias al entretenimiento.

Además, su hermana muere súbitamente, su hermano sale del closet ya siendo adulto y su madre comienza a mostrar síntomas de Alzheimer.

Con todo este tsunami de complicaciones, decide sentarse ante la laptop y dedicarse a escribir. Pero no un libro cultísimo con referencias oscuras, sino una burla, una sátira oculta donde demuestre que cualquiera puede escribir sobre la vida en el gueto negro, donde las drogas, las armas y la violencia desbordan a sus personajes. Así, escribe My Pafology, una descripción simplista de los problemas que aquejan al supuesto narrador que escribirá el libro con una jerga de barrio bajo negro estadounidense.

Para sorpresa de Thelonius será este el libro que mejor venda en su vida. Ahora deberá cargar con la desgracia de que su peor obra será la más vendida de su catálogo. Hasta aquí la historia de la película sin regalar los desenlaces de los personajes. Con esto me basta y sobra para encontrar algunos aciertos en este film.

El primero es que la película no quiere abarcar más de lo que es. No hay aquí múltiples personajes inverosímiles o referencias inacabables a otros films. Es una película que sólo aspira a llenar un espacio visual determinado.

El segundo es que no dura tanto. Ya sé que esto no parece un argumento aceptable, pero estoy cansado de esas películas que quieren contar todos los detalles de sus personajes en tres horas. Es suficiente, con hora y media, máximo dos y American Fiction lo demuestra.

Hay una combinación exacta de narrativa y reflexión. No veo cine para enfurecerme por cómo está el mundo, para eso prefiero los documentales. Veo cine para conseguir entretenimiento y reflexión por igual. El cine fascina porque permite exiliarse de la vida diaria por un par de horas. American Fiction funciona porque es una cinta sobre un autor que escribe y despotrica. Qué más atractivo que eso. Yo no deseo ver la fatalidad de la vida, deseo ver personajes vivos que se mueven por algún deseo. Para deprimirme ya tengo mi cuenta de banco.

Los personajes no son unidimensionales. El mismo protagonista debe revisar su propio pensamiento después de recibir, en una discusión, una arrastrada de parte de una autora joven. Quienes lo acompañan viven la vida, no la sufren. A pesar del dolor y las dificultades, siguen adelante. No hay narrativa sin ese constante bregar del ser humano.

La película combina dolor y alegría por igual. Las cosas parecen arreglarse… o no. La vida continua mientras al protagonista le suceden pequeñas tragedias que debe resolver con las pocas herramientas que tiene. Esto es suficiente para apreciar un film durante un fin de semana.

Hay más, por ejemplo, la reflexión sobre el valor de una comunidad completa que ha sido apaleada por la sociedad norteamericana por siglos, o qué tan importante es el arte frente a la vida, pero no quiero desviarme demasiado.

Los defectos existen, por supuesto. Es una historia quizá demasiado rosa. Tiene detalles que me recordaron más las comedias negras bobaliconas estadounidenses, pero decidí pasar eso por alto porque a veces hay que aceptar que el dulce que compraste en la esquina no necesariamente va a satisfacer por completo las papilas gustativas. Con ese poco de sabor dulce amargo es suficiente. Y, además, dura menos de dos horas. Un triunfo.

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