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Cuando ir al cine era una fiesta

Crónica / Cultura / 5 julio, 2023

Por: Álvaro González

Por lo menos desde que tenía siete años soy cinéfilo. Mi madre se encargó de ello. Dos veces al mes nos premiaba con ir a la “matiné” sabatina. Desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde, por un peso con cincuenta centavos veíamos tres películas, más otro peso que nos daba para gastar en la dulcería.

La cartelera incluía una película de vaqueros, una de guerra y otra cómica, donde se mezclaba el cine nacional con el internacional. Había dos descansos para ir con enorme algarabía a gastarse el peso en la dulcería y jugar en la enorme sala, que seguro tenía más de 600 butacas y siempre lucía abarrotada.

Después de seis horas de cine, salía uno “encandilado” por el intenso sol de las dos.

Ya más grande, durante la secundaria y la preparatoria era obligada por lo menos una visita semanal al cine para ver estrenos de películas nacionales y extranjeras. A partir de ahí, salvo en algunos periodos cortos en que estaba demasiado cargado de trabajo, siempre he acudido al cine al menos un día a la semana.

El tiempo de vida de las salas cinematográficas se acortó y todas las grandes del periodo anterior desaparecieron como tales. También desapareció aquel espíritu tan interesante, por el cual los empresarios de la industria deseaban tener salas con decoraciones muy estéticas. Esto fue tal vez uno de los primeros cambios. Hoy resulta increíble que el Teatro Isauro Martínez de Torreón haya sido construido y decorado originalmente como una sala de cine.

Me tocó el auge del cine, con los “súper cinemas”, que eran salas grandísimas y cada vez más cómodas. También vi el paso a la multiplicación de salas, que se dieron con el crecimiento urbano, las cuales se fueron reduciendo de tamaño para pasar a tener doscientas o trecientas butacas, a lo que siguieron los complejos de cines, donde había cuatro, ocho y hasta doce salas juntas ofreciendo al menos 10 distintas películas en muy diversos horarios, con una dulcería central, equipos sofisticados de sonido y una gran comodidad.

El precio de entrada al cine se fue incrementando gradualmente, lo mismo que el de las dulcerías, donde los costos se volvieron aún más altos. Esto implicó, supongo, el alejamiento de muchas familias de escasos recursos económicos, o bien el poder adquisitivo fue subiendo con los años; no sé exactamente. Lo cierto es que se comenzó a notar una menor afluencia de cinéfilos, salvo cuando se daban ciertos estrenos que eran muy publicitados, de películas que podían ser artísticamente más bien mediocres, pero producidas con nuevas tecnologías y con un enfoque de mercadotecnia “moderna”. Los ciclos de cine de arte comenzaron a desaparecer por su baja demanda.

Por el descenso de asistentes ante lo caro de los precios de taquilla y dulcería, ya las cosas no parecían estar en su mejor momento, ni desde el punto de vista cinematográfico ni desde el comercial. Entonces vino el auge de las películas en casa a disposición, primero con la videocasetera (en la cual se basa el inicio del negocio de renta de películas para ser vistas en la televisión) y después con el DVD, que continuó con este negocio, por cierto muy efímero. Aparecen entonces las plataformas de streaming, como Netflix, entre muchas otras, que lanzan a la quiebra a las cadenas de videoclubes y tienen un gran éxito gracias al Internet.

En tales circunstancias irrumpe de pronto la pandemia de Covid-19 y los cines tuvieron que cerrar momentáneamente. Cuando reabrieron, los pocos que íbamos lo hacíamos con temor. Hoy se ven casi solos; la oferta cinematográfica es bastante mala y escasa, con filmes destinados en su mayoría a niños y adolescentes, a quienes ya no les interesa mayor cosa ir al cine.

No se qué pasará con las salas de cine y sus empresas propietarias, pero deben de estar pasando por el peor momento de su historia. Hay semanas en que en la sala estamos dos o tres parejas, que nos conformamos con ver una película a la que llamamos “palomera”, que equivale a llamarle mediocre o inclusive mala

Es una pena. Parece ya una mucho mejor opción prender la televisión y abrir una plataforma de streaming, pero no es lo mismo, al menos para mí. Ya no son aquellos tiempos en los que ir al cine era una fiesta.

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