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El arte de la concertación, el caso de Miguel Riquelme

Análisis Político y Social / Opinión / Slider / 31 enero, 2021

Por: Álvaro González

Después de 50 años un político lagunero logró la gubernatura del estado, rompiendo la hegemonía de los grupos políticos de la capital coahuilense, pero su llegada se da en condiciones especialmente difíciles, no sólo para un político emergido de La Laguna, sino para cualquier otro político.

Para Miguel Riquelme Solís su carrera política, por lo menos en los cargos más relevantes, ha sido difícil; un nado a contracorriente no sólo al interior de su propio partido, sino de una oposición que ha provenido, inicialmente, del PAN y ahora de MORENA, el nuevo partido en el poder.

Su primera campaña electoral fue por una diputación local y la perdió por la decisión de un cacique de su propio partido (por cierto, ya fallecido) a quien desagradó el que no se le otorgara la posición a alguien de sus confianzas.

Era lo que parecía un mal inicio, del cual tuvo que recuperarse, más siendo en ese momento un político muy joven y poco experimentado.

Los siguientes años tuvo que trabajar en lo que se conoce como trabajo político de base dentro del PRI estatal, lo que solamente le permitía digamos que irla pasando y esperar una oportunidad, pues es una persona que proviene de una familia de pequeños comerciantes, que se ganaban la vida en la distribución de productos comestibles; no poseía capital alguno ni un grupo político de respaldo atrás de él.

A partir del 2005 su carrera tiene un importante cambio y se convierte primero en diputado local y posteriormente en diputado federal; ocupa luego por periodos no muy largos cargos en desarrollo social y regional y, muy brevemente, la Secretaría de Gobierno del Estado.

Su momento llega en 2013, cuando tiene que hacer una campaña electoral en busca de la presidencia municipal de Torreón mientras el PRI atravesaba por un periodo de desprestigio crítico y el PAN, aprovechando esta situación, había ganado las redes sociales y estaba buscando, por todos los medios a su alcance, recuperar Torreón.

Riquelme Solís gana con un apretadísimo margen, lo que le convierte en el único presidente municipal del PRI en Coahuila, en la segunda ciudad más importante del estado, mientras el PAN ganaba la capital y toda la región centro. Esto le colocaba, de entrada, en una posición política estratégica, pero aún tenía que hacer un buen gobierno.

Y lo hizo si se dejan a un lado las posturas partidistas y la evaluación se remite a las obras y a los programas de ese gobierno, comparándolos con los que ha realizado el actual gobierno de Jorge Zermeño en el mismo periodo de tres años, pues Miguel Riquelme dejó un interinato que no estuvo a la altura de sus exigencias, pero cumplió en lo básico.

A partir de su campaña en 2013, Riquelme Solís comienza a cargar con el enorme desprestigio del exgobernador Humberto Moreira, quien es hasta la fecha la sombra negra del PRI, además de una campaña sistemática del PAN, quien vuelve a ganar las redes sociales y busca hacer aparecer al nuevo gobierno municipal como un satélite de los hermanos Moreira, con el propósito de empatar la pésima imagen de Humberto y la poca popularidad de Rubén con la figura emergente  de Miguel Riquelme.

NO COMPRAR ENEMIGOS

Ante esta perspectiva, Riquelme muestra lo que será en lo sucesivo su estilo personal de gobernar: no comprar conflictos, concertar con todas las camarillas y grupos sociales posibles y dedicarse a trabajar, algo que hace de una manera casi obsesiva y que le ha costado tener algunos problemas de salud.

Recompone la seguridad pública del municipio, sanea en buena medida las finanzas públicas, concreta la renovación de todo el alumbrado de la ciudad, inicia las obras del Metrobús, construye Ciudad DIF, el complejo deportivo-cultural de La Jabonera, el complejo deportivo La Línea Verde, el teleférico, el Paseo Morelos, pone las condiciones para la eliminación de la anómala concesión de la Planta Tratadora de Aguas Negras y reduce notoriamente la deuda del SIMAS, entre sus principales obras.

En 2017 pide licencia y se lanza como candidato a la gubernatura del estado por el PRI y algunos pequeños partidos como aliados. El PAN lanza a Guillermo Anaya Llamas, el que era todavía jefe político del partido y estaba tomando su última oportunidad de ganar la gubernatura.

Como candidato, Riquelme Solís vuelve a enfrentarse con la imagen negra de Humberto Moreira y la impopularidad de Rubén Moreira, quien, como gobernador, había sembrado en su sexenio no pocos agravios.

El PAN trabaja en La Laguna bajo las consignas de hacer aparecer a su contrincante como una extensión de los Moreira, pero además difunde en Torreón la idea de que el perfil de Miguel Riquelme es bajo, por su origen social, por no contar con una imagen física atractiva y, en cierto toque clasista, por no formar parte de lo que ridículamente se denomina como “Círculo Rojo”, la élite social y económica de la región, la que se supone toma las decisiones.

La contienda es apretadísima entre las coaliciones encabezadas por el PRI y el PAN. Miguel Riquelme, contra todos los pronósticos, logra ganar por un muy apretado margen, pero el PAN no acepta la derrota y judicializa la elección, lo que origina un litigio que duró todo el resto de 2017, algo en extremo desgastante. Finalmente se confirma el triunfo de Riquelme Solís, a días de su toma de posesión.

En esta misma elección de 2017, el PRI pierde en La Laguna todas las diputaciones locales y en el 2018 la tormenta parece arreciar, pues la oposición gana todas las presidencias municipales, con excepción del municipio marginal de Viesca, además de perderse casi todas las diputaciones federales a nivel estatal y una senaduría.

En lo que resultaba una paradoja, el primer gobernador lagunero en 50 años tenía que gobernar con toda la región lagunera políticamente en manos de la oposición, pero lo más delicado, con un presidente de la república abiertamente beligerante y con la disposición de eliminar a todos los que considera adversarios, comenzando con el PRI y siguiendo con el PAN y el PRD, al cual desmantelaron casi por completo.

Para Riquelme Solís como gobernador, los sucesos de 2017 y 2018, más la herencia de los hermanos Moreira parecían la tormenta perfecta para la ingobernabilidad, pero entonces volvió a aparecer lo que muchos consideraban como imposible: la habilidad para la concertación por parte de un gobernador que parecía de un bajo perfil, quien comenzó conformando su equipo integrando a políticos de diversas camarillas, reservando para sus más allegados sólo algunas posiciones y evitando, a toda costa, comprar conflictos, aún con una oposición que estaba esperándolos para alimentarse de ellos.

Lo que podía interpretarse como debilidad se convirtió en la principal fortaleza, más cuando se presentó a principios de 2020 la grave contingencia de la pandemia y el asedio presidencial a los gobiernos estatales no encabezados por miembros de su partido.

Desde el primer año de su gobierno en 2018, Riquelme Solís hizo otra cosa que la oposición no esperaba: poner a trabajar a su partido en la preparación de la próxima elección, que era en 2020, donde el PAN y MORENA buscarían quitarle al PRI la mayoría del Congreso del Estado y aplastarlo, para ir por las presidencias municipales y diputaciones federales en 2021 y la gubernatura en 2023.

En medio de la pandemia, Riquelme Solís siguió trabajando en la concertación con todos los grupos de su partido a nivel estatal y evitando conflictos que le resultaban innecesarios, pero en previsión del huracán político que desataría Andrés Manuel López Obrador, conforma, junto con los gobernadores de Nuevo León y de Tamaulipas, una asociación o formación de gobernadores federalistas, que ha logrado sumar ya a 10 mandatarios estatales, en lo que es hasta ahora el único grupo importante de oposición en los estados a la llamada “Cuarta transformación” o, más específicamente, al resurgimiento de lo que parece la “presidencia imperial” acaudillada por AMLO, que busca establecer un régimen férreamente centralista y populista.

Hasta ahora, López Obrador se ha negado a negociar o inclusive a dialogar con estos 10 gobernadores, lo que no quiere decir que esto no se traducirá, a partir de las elecciones de este 2021, en una fuerte presión en las elecciones locales y estatales, que es donde se librará la batalla político-electoral.

En 2020, Miguel Riquelme dio un adelanto del trabajo político-electoral que ha realizado en el estado al ganar, por primera vez en al menos dos décadas, 16 de las 16 diputaciones locales que conforman el Congreso del Estado de Coahuila, pero la estructura electoral está pensada para ganar al menos la mayoría de las elecciones para presidentes municipales y diputados federales en  2021, un proceso que ya ha iniciado.

El caso de Miguel Riquelme muestra, de un modo bastante ilustrativo, que el arte de gobernar es básicamente el arte de la concertación.

Y esto es una enseñanza milenaria. Pongamos un ejemplo grandioso históricamente, pero muy útil para efectos de mostrar que sigue siendo la referencia para cualquier gobernante, de cualquier época y de cualquier nivel.

Cuando Julio César decidió elegir a su sucesor, no pensó en alguno de sus grandes generales, ni en algún hombre poderoso con linaje y fortuna, ni siquiera en uno de sus más leales colaboradores, sino en su sobrino Augusto, un muchacho debilucho, enfermizo, pero a quien Julio César, un gran conocedor de hombres, había venido observando a lo largo de sus campañas militares a las que le acompañaba.

Augusto se convirtió, después de derrotar a sus enemigos y de formar un muy talentoso equipo de colaboradores, en el más grande emperador romano, al grado de que en lo sucesivo los emperadores anteponían el nombre de Augusto a su nombre ordinario y hoy, el adjetivo augusto es un sinónimo de grandeza.

Augusto murió con más de 80 años, lo que hoy debe equivaler a más de 100, siempre en cumplimiento de sus deberes de gobernante. Mecenas, por completar el ejemplo, quien era su ministro de hacienda, se convirtió de un nombre propio, en la palabra para referir a todo aquel que hace obras de filantropía o de patrocinio.

Ya sea que se goce de mucho poder o no, la política sigue siendo fundamentalmente el arte de la concertación.

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Redacción




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