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La nueva moralidad y la censura

Cultura / Cultura Principal / 27 mayo, 2020

Por: Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
Twitter: @puratolvanera

Los escándalos públicos por culpa del arte, en realidad, son cosa del siglo XIX. Ya a casi nadie le interesa si tal artista rompió o no alguna regla moral. Si su obra es revolucionaria, radical, iconoclasta y destructora de esquemas preestablecidos, ya no parece importarle a nadie.

Ésa es la consecuencia de la libertad, pareciera que ya nada puede hacer el arte para escandalizar al mundo. Los límites parecen ya no existir, ya no hay manera de causar algo visceral en la mayor parte del público. Y, además, el arte se ha vuelto tan complejo y académico, elevado, pedante, con un lenguaje especializado que la gran mayoría no comprende. Pero, también, el público es cada día menos culto. La educación se ha degradado a un mero producto por el que se paga. El entretenimiento pasó de ser momentáneo a convertirse en omnipresente. La combinación perdedora perfecta. Por un lado, un arte cada vez más burgués y por el otro, un público cada vez menos exigente. No estoy descubriendo ningún hilo negro. Es algo que viene sucediendo desde el siglo pasado.

Entonces, tenía que suceder algo, sin duda. Y no estoy aquí añorando la moralidad del siglo pasado, esto es un alegato a favor de la libertad de expresión y por un público más educado, como última consecuencia.

Lo que sucedió es que las últimas fronteras que quedan son las primeras de la intolerancia: discursos de odio, racismo, misógina, homofobia y pedofilia. Lo sé, no es nuevo, siempre ha existido, pero ahora son las últimas reglas morales que nos quedan y alguien tenía que apretar esos botones.

Pero, tocar esos botones, empujar esas fronteras en la era del #MeToo se ha convertido en un caminar sobre hielo delgado. Aquellos artistas que deciden convertirse en seres abominables porque se expresaron de alguna manera respecto a estos temas, seguro recibirán el desprecio, por decir lo menos, de personajes y organizaciones que vigilan las formas de la nueva moralidad.

El caso más reciente es el de un rapero mediocre llamado Johnny Escutia, quien tiene música muy elemental y letras que parecen escritas por el niño rata de alguna secundaria clasemediera jodida, como casi toda la clase media de este país.

La historia que se ha desatado alrededor de este personaje es, de forma muy sintetizada, así: el rapero maneja un personaje insufrible llamado King de la furia. Con este alter ego, saca algunas frustraciones en donde ataca a personajes públicos como la youtuber Mariand Castrejón Castañeda, conocida como Yuya, o explica, de forma explícita, que piensa violar y matar mujeres o niñas. Las letras, muy elementales, exploran las posibles visiones que puede tener un feminicida.

Hasta aquí, nada del otro mundo. El asunto es que el tipo, ha llevado a su personaje más allá de la música y se ha dedicado a acosar a distintas mujeres utilizando las redes.

Este acoso desató la indignación de varias músicos y raperas que decidieron hacer público el comportamiento del personaje. Además de exhibirlo, resolvieron pegarle donde tal vez pueda doler más: exigieron a Spotify y YouTube que bajaran las canciones de Escutia, la excusa: estamos ante un discurso de odio no ante una obra artística.

Por supuesto, muchos festejaron la “cancelación” de Escutia. Ahora, ya no se trata de criticar, razonar y refutar a alguien y sus productos artísticos, ahora se trata de cancelar. Me parece que confunden los debates con sus pulgares cuando eligen pareja en Tinder.

En fin, después de una corta pero intensa campaña en Twitter, FB y similares, lo lograron. Spotify bajó la cuenta de Escutia y el tipo tuvo que disculparse públicamente con Yuya y dar entrevistas para defenderse. Un alfeñique, sin duda.

Todo este caso me hace poner atención a un asunto preocupante. Estos grupos que llevan en alto una bandera de defensa de las minorías, que brincan entre las nubes de su nueva moralidad, tienen poder, más de lo que parecen comprender, y han decidido usarlo para censurar expresiones artísticas.

Por supuesto, en este punto, algunos podrían argumentarme que la música de Escutia no es arte. Yo prefería invitarlos a encontrar la definición de música y luego ver si la música, toda, encaja en la definición de arte. Después de confirmar que sí, aunque molestos porque mi punto queda claro, podríamos afirmar que las cochinadas de Escutia son una expresión artística. En todo caso, tendríamos que discutir si esa música es de calidad o no. Y sí, es probable que lleguemos a la conclusión de que es una mierda y que si desaparece por sí sola no se perdería nada en el mundo.

Pero justo ése es mi punto. No es que las canciones de ese tipo sean importantes. Si desaparecieran porque él mismo decide dejar de hacerlas, nada pasaría. El problema surge cuando pueden desaparecer porque un grupo de personas, portando una bandera de superioridad moral, se esfuerzan por callarlo.

Mientras sucedía el escándalo, pude leer en FB que estábamos ante la paradoja de Karl Popper. El filósofo afirmaba que para que una sociedad tolerante exista, debe ser intolerante contra aquello que desea destruir la tolerancia. Esta paradoja, acertada sin duda, no incluye la libertad de expresión. Quiero decir, que Escutia o su musiquita, no pueden, por si solos destruir una sociedad tolerante. Por otro lado, el mismo Popper asegura que ante expresiones mínimas intolerantes no es conveniente aplicar una censura porque lo que puede suceder es justo lo contrario a lo que se busca, esto es: más expresiones intolerantes.

Mi preocupación ante todo el escenario, es que la censura provenga de la sociedad organizada y no del Estado. Estábamos acostumbrados a que eso viniera directamente de los gobiernos.

Estamos, pues, ante una nueva moralidad, promovida por grupos progresistas con tendencia a la izquierda y que han decidido cuáles son las expresiones artísticas válidas y cuáles no. No apuestan por la crítica razonada. Nada sería más sencillo que dar una rápida revisada a las canciones del Escutia y destrozarlas desde la estética y después, desde la ética. No, no son grupos que hagan eso, sino que desean que todos los demás pensemos igual a ellos. Y, para lograrlo, prefieren callar a un rapero mediocre que analizar a fondo qué está pasando entre los consumidores de música para que este tipo de expresiones existan.

Lo siento, pero yo prefiero que esa música esté ahí, aunque sea una mierda, a desaparecerla porque no estoy de acuerdo con ella.

Justo antes de enviar esta columna, me entero que la Segob, a través de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim), impusieron una denuncia contra el rapero por incitar la violencia contra las mujeres a través de sus letras. Supongo que los nuevos moralistas deben estar muy felices.

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