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El abismo entre Juárez y López Obrador

Opinión / 4 mayo, 2020

Por: Álvaro González

Benito Juárez era un hombre muy bajito. Oficialmente, la historia marca que medía 1.37 metros, otras fuentes dicen que 1.55. Al menos su baja estatura se corrobora tomando como referencia su traje de levita que se exhibe en el exconvento-Museo de la ciudad de Oaxaca.

En su libro Todo lo que Siempre Quise Saber Sobre los Presidentes de México, Gustavo Vázquez Lozano afirma que sí medía 1.37 metros. Pareciera una exageración, es una estatura anormal; Napoleón Bonaparte media 1.57 y es famoso por su baja estatura.

Lo cierto es que físicamente era notoriamente bajito.

Moreno y de rasgos toscos, de acuerdo a su origen zapoteca, de carácter grave, no muy elocuente, con frecuencia taciturno, también con frecuencia empecinado hasta lo increíble, lo que convirtió en virtud grandiosa en los momentos más difíciles, pero era esencialmente un abogado y un político brillante.

Contra lo que se piensa, que era un come curas anticlerical, como lo fue Plutarco Elías Calles, siempre se mantuvo católico, fiel a sus orígenes y a su paso por el seminario.

Llegó accidentalmente a la presidencia de la república, pero ya en ella se convirtió en un tlatoani. Sólo la muerte lo bajó de la silla presidencial en 1872.

Su corazón le falló cuando estaba apenas por los 66 años, de los cuales ya llevaba en el poder 14 y no tenía intención alguna de dejarlo, pese a las protestas y a los levantamientos de su paisano Porfirio Díaz.

Si Juárez no hubiera muerto, se queda en el poder tal vez no menos de 20 años, pues se había reelegido apenas en 1871, en un proceso electoral de lo más turbulento que culminó con una batalla en la que el tremendo general Sostenes Rocha (aquel que dijo “yo a Porfirio Díaz nomás le conozco las nalgas cuando sale huyendo”) venció a los opositores.

La historia de Juárez, que es considerado como el más ilustre presidente que ha tenido México, es larguísima y abundan biografías y libros al respecto. Lo que interesa en este caso es que Benito Juárez ha sido designado como el patrono del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, lo que es algo contradictorio, porque este gobierno no tiene nada de juarista, por lo menos nada importante.

Juárez, de entrada, fue un abogado de profesión que comenzó desde juez de pueblo, lo que hoy sería ministerio público, hasta alcanzar la presidencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, desde donde pasa a la presidencia de la república por primera vez. En otros términos, era un hombre que creía firmemente en la ley y la aplicaba.

Aunque fue indígena zapoteco, Juárez, desde las ideas que se manejan hoy, no era un indigenista. Para él indígenas y no indígenas deberían ser iguales no solo ante la ley sino como personas. Cuando expropia los bienes de la iglesia católica, también expropia los bienes comunales de los pueblos indígenas, pues consideraba que ambos eran tierras muertas que deberían ponerse a trabajar.

Para Juárez esto de los “usos y costumbres” de los llamados pueblos originales, estaban subordinados a las leyes generales. Creía en la educación como principal forma de progreso y de ascenso social, así como en el mérito y el esfuerzo personal, no en dádivas y tratos especiales, así lo demuestra su periodo como gobernador de Oaxaca.

Tenía, si le podemos llamar así, una posición integracionista. Su imagen lo muestra siempre como un abogado vestido de rigurosa levita negra, austero, republicano, sin pretensiones de riqueza, pero sí de una clase mediero ilustrado, quien inclusive disfrutaba de la literatura en francés, idioma que dominaba.

No hay rastro alguno de un Juárez dado al folclore indígena, mucho menos a ciertos rituales, y conste que estamos hablando de mediados del siglo XIX y no de la segunda década del XXI. Se casó con Margarita Maza Parada, una mestiza de familia acomodada y educación refinada, hija adoptiva de un genovés. Era 20 años menor que Juárez, con quien se casa a los 17 años de edad.

Juárez no se piensa como un indígena zapoteco, sino como un hombre libre e ilustrado, que  aspiraba a vivir en una digna condición social, no estaba pensando evidentemente en asuntos de razas. Tuvo con ella 12 hijos, cinco de los cuales murieron y, como voluntad póstuma, le pidió a su amado esposo que les permitiera a sus hijas casarse por la iglesia, según era su deseo, a lo cual accedió.

No obstante las guerras y lo convulso del siglo XIX, en ese periodo no se daba la corrupción como el gran mal de la política, sino las pugnas ideológicas, el militarismo y la beligerancia, que provocaba una infinidad de asonadas, levantamientos y planes de los inconformes, tanto del bando conservador como del bando de los mismos liberales. Al propio Porfirio Díaz, que entonces era un héroe, se le puede acusar de muchas cosas, pero no de corrupto. Le interesaba el poder, no el dinero.

Así que los conservadores se diferenciaban básicamente de los liberales es que eran monárquicos, clericales radicales, en consecuencias ultra-católicos y, también en consecuencia, enemigos de ciertas libertades civiles y laicas.

En medio de la guerra civil, que eso fue la guerra entre liberales y católicos, ambos bandos cayeron en algunos excesos, motivados por la violentísima lucha, que realmente no involucró a la mayor parte de la población, por lo menos no en las batallas, las escaramuzas y las venganzas de unos contra otros.

Si la guerra de independencia nos había dejado económicamente casi en ruinas y con la mitad de nuestro territorio inicial, las guerras que siguieron terminaron por dejar un país de pobres, que llevó muchos años volver a poner de pie.

Benito Juárez es una inspiración para la fundación de la república y la formación del país independiente que somos, pero en otros aspectos, la mayor parte del siglo XIX fue un desastre completo que acarreó hambre, violencia, migraciones, enfermedades y todos los demás males que vienen con las guerras.

Es increíble como es que ese hombre pequeñito, venido desde lo más bajo de la sociedad de ese tiempo, se convirtió, repitiendo a Justo Sierra, en un gigante; en un héroe a la altura del arte, utilizando la conocida frase de López Velarde.

Pero ese héroe no tiene mayor cosa qué ver con un personaje como Andrés Manuel López Obrador. Que se lo tome prestado y manipule a su antojo su imagen ofende su enorme legado.

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Redacción




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