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¡Conservador! ¡Neoliberal! ¿Tú qué eres si no crees en AMLO?

Análisis Político y Social / Opinión / 4 mayo, 2020

Por: Gerardo Lozano

La primera inquietud importante sobre el gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue la renuncia de su primer Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa Macías, y la de Josefa González-Blanco Ortiz-Mena, secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales.

Esto fue una mala señal sobre un gabinete donde hay que hacerla de “florero”, no de ministro sino de adulador de un hombre que ya sobrepasó, desde hace mucho, los límites de la figura presidencial para encarnar la del caudillo, que representa la peor tradición de la historia política mexicana.

Carlos Urzúa, cuando le quedó claro de qué se trataba y cómo es que se iba a manejar la política económica del nuevo gobierno, tuvo la decencia y la dignidad de poner sobre la mesa su renuncia irrevocable. Hubiera sido sumamente provechoso que diera mayores detalles sobre los porqués de su renuncia, pero Urzúa es un hombre muy respetuoso, de carácter suave.

Josefa González-Blanco también puso sobre la mesa su renuncia como secretaria del Medio Ambiente. Una ecologista seria y respetada, que había trabajado en proyectos profesionales en el área de Palenque, Chiapas, no tenía la vocación de “florero” y comprobó las versiones que debió escuchar sobre el estilo personal de gobernar del tabasqueño.

La de Urzúa fue una renuncia a la cual no se le dio en su momento toda la importancia que tenía, pues era un mensaje muy delicado de lo que estaba por venir. Lo mismo sucedió con la renuncia de González-Blanco, quien había aceptado el cargo con la expectativa de desempeñar un trabajo serio como ambientalista desde la secretaría de estado encargada del área.

Cuando surge el proyecto del Tren Maya, entiende que no deseaba formar parte de un gobierno que no tenía, ni tiene, el menor interés en el cuidado ambiental y ningún compromiso con la causa de la ecología, así que sencillamente se fue, aprovechando un incidente ridículo para una secretaria de estado, relacionado con el retraso de un vuelo comercial que tenía que abordar, porque no les permitían desplazarse en medios de transporte privados.

De fondo no deseaba echar a la basura su carrera como una ambientalista respetada y, de paso, no tenía realmente ninguna necesidad de la política para vivir, pues es una persona de recursos y de relaciones en el medio internacional.

Quienes se quedaron han mostrado hasta ahora como cualidad principal la disposición a no sólo ejecutar, sino aplaudir todo cuanto se le ocurra a López Obrador, por más vergonzoso que esto sea. Siendo secretarios de estado los hay decididamente ineptos, cínicos, arribistas, improvisados en sus áreas, pero comparten en común la disposición de postrarse ante el altar del caudillo y adorarlo.

¿Pero habrá una, dos o hasta tres excepciones? ¡Qué difícil cuestionamiento! ¿Quién es capaz de asumir, con autoridad, una postura que difiera o, por lo menos, sea distinta a la del señor presidente? De los poquísimos sería Porfirio Muñoz Ledo, pero tal vez por lo mismo no está en el gabinete. ¿Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano?, sí en algunos pocos temas, pero no de manera contundente, porque tiene de por medio a Lázaro Cárdenas Batel, el orgullo de su nepotismo. ¿El lenguaraz de Paco Ignacio Taibo II?, él sí habla pero para cuestionar porqué López Obrador no es más radical; abiertamente izquierdista duro, marxista, lo que no se sabe si es igual o peor que lo que hacen los otros.

Tal vez Ricardo Monreal, el presidente del Senado. Por momento deja oír una voz que parece propia, pero está obsesionado con la búsqueda del poder, de ahí que aspira, junto con Marcelo Ebrard, a convertirse más en el “delfín” que en un contrapeso para la figura presidencial. Desde ahora trabaja para tratar de ser el sucesor. Si asume ciertas posturas es para formarse una imagen propia y de negociar más espacios de poder, aprovechando la composición tan penosa tanto de la cámara de senadores como la de diputados.

Carlos Urzúa

MORENA: UN REVOLTIJO INFORME

Si todos los que no piensan ni están de acuerdo con López Obrador son conservadores y neoliberales, el cuestionamiento obligado es qué ideología tiene el actual presidente ¿Es liberal? ¿Es socialista? ¿Es algo así como neo-marxista? ¿Es ecléctico y pragmáticamente toma ideas de aquí y de allá? ¿Es una reliquia del siglo pasado mitad izquierdista y mitad nacionalista revolucionario, del tipo de Lázaro Cárdenas y del viejo priismo?

Si se toma como referencia a MORENA, el partido que formó para llevarlo al poder, es imposible encontrar en esta nueva formación política un ideario claro, identificable, ya no digamos una doctrina.

Para no emplear ese término de moda de decirle a todo “la narrativa de esto o de aquello”, tal vez sea más preciso referirse al discurso, pues básicamente López Obrador es un homo parlante, pero es un homo parlante de pocas ideas y una inagotable capacidad de repetirlas. Si nos ponemos exigentes podríamos afirmar que muestra pobreza intelectual, aunque afirme que ha publicado más de 20 libros.

Algunos opinan que es un gobernante que se guarda gran parte de lo que realmente piensa, no sólo en el sentido ideológico, sino también de lo que piensa hacer para que su camarilla no suelte el poder al menos en un par de décadas. Y se lo guarda porque si lo expusiera, alarmaría a la mayoría de los mexicanos.

De ese discurso machacón, repetitivo, aderezado de chistoretes, de frases coloquiales y de ocurrencias, se pueden desprender en firme varios conceptos que ha ido dando un perfil de la forma en que realmente piensa y actúa, que eso es algo ya consumado.

Josefa González-Blanco

POPULISTA, AUTÓCRATA, ALDEANO

Indiscutiblemente es un populista, del tipo de Juan Domingo Perón en la Argentina del siglo pasado o de un Hugo Chávez en Venezuela. Para él, el quehacer esencial del gobernante es ganar la voluntad popular, pero no a través de un modelo democrático, de instituciones, sino de manera directa a través de programas asistenciales, dádivas, decisiones, demagogia y mentiras directas (“bajamos el precio de las gasolinas”, “la economía va muy bien, las familias no tienen de qué preocuparse”, “voy a cuidar de mis viejitos, de todos los viejitos de México”, a quienes entrega una dádiva de 1,250 pesos mensuales, lo que tiene un efecto increíblemente popular).

Una de las formas más delicadas de ese populismo es que pasa por encima de la ley, de las instituciones e inclusive de los procesos democráticos. “El pueblo sabio manda” a través de encuestas amañadas, ilegales y a modo, pero cuando calcula que no le favorecerá la consulta popular, que no se encuentra contemplada en las leyes, entonces le consulta a “la madre tierra” y se manda hacer un ritual de tlatoani (el caso del Tren Maya).

Si surge un movimiento social espontáneo y amplísimo, como el de las mujeres el pasado 9 de marzo, que él no controla y no está dentro de su agenda, lo descalifica y lo refiere a sí mismo, lo que define dos rasgos más que se añaden al populismo: la autocracia y una vena inocultable de cierto autoritarismo. Él da bendición y gracia a quien él decide; si no, es enemigo y está manejado por conservadores y neoliberales, así se trate de uno de los movimientos más progresistas del país.

Siguiendo el credo socialista, cree en la vuelta del estatismo y del gran ogro filantrópico: el Estado debe dirigir la economía y debe mantener bajo su control los sectores más estratégicos de la economía y todos los servicios básicos.

Ha desmantelado cuanto ha podido la participación del capital privado en el sector energético y la ha limitado al máximo en los pocos proyectos de infraestructura, como el ya conocidísimo caso de los aeropuertos, donde ha entregado las obras de Santa Lucia al ejército, al cual ha dejado además manos libres.

Desalienta, de manera sistemática, la inversión privada, con “consultas populares” a las que acarrea a una pequeña minoría de sus fieles, paralizando contratos ya establecidos, violando acuerdos incluso internacionales y tomando decisiones sin consultar a nadie, más que a su soberano pecho.

Si tomamos como referencia los grandes pensadores del liberalismo, definitivamente no es un liberal. No lo dice abiertamente pero para él el capital y la empresa privada son un mal necesario, tolerable en tanto que el estado no puede atender la autosuficiencia económica del país.

En un mundo globalizado, es decididamente tribal y aislacionista. No ha realizado ningún viaje internacional y no hay indicio alguno que tenga en mente hacerlo. Es un gobernante aldeano para quien las grandes potencias mundiales están explotando al mundo, pero su pragmatismo le dicta que es muy peligroso meterse en problemas con Estados Unidos, de donde se desprende una política de alineación total con un sátrapa de las características de Donald Trump, con quien comparte ciertos rasgos, sólo que en un estilo de populismo a la mexicana.

Ha tratado de desmantelar, sistemáticamente, todos los organismos autónomos para concentrar en su persona todo el poder, lo que vuelve a confirmar que no es un liberal que crea en las libertades y derechos individuales frente al Estado.

La 4T es un delirio de grandeza histórica, lo que concuerda con un espíritu autócrata que aspira nada menos que a convertirse en una de las grandes figuras de la historia del país. Sólo la ignorancia de una gran parte de la población y la mala enseñanza de la historia en el sistema educativo, explican el que afirme que su figura de referencia es Benito Juárez, lo que es un disparate para cualquier persona que tenga un conocimiento aceptable de la historia mexicana en el siglo XIX.

Benito Juárez, quien, como todo humano y más siendo político, no es ningún santo, aunque tenga su día, estaba rodeado de prominentes figuras, a las que Justo Sierra consideraba tan grandes que parecieran gigantes. Sin todos ellos no se explica la obra de Juárez.

La Leyes de Reforma, uno de los más grandes legados del periodo juarista, son de la autoría del michoacano Melchor Ocampo, quien, siendo un héroe en todo el sentido de la palabra, también cometió graves errores, como el tratado de MacLane-Ocampo, sólo que por aquellos años “Dios estaba de este lado del Río Bravo”.

El uso de esa terminología y sobre todo el maniqueísmo de inventar una lucha entre los “conservadores” y el “pueblo bueno y sabio”, que él acaudilla, parece provenir de la masonería, pues ninguna otra organización maneja una ideología del siglo XIX.

La masonería era una secta política a la cual estaban afiliados (en su rito escocés y yorkino) la mayoría de los liberales del siglo XIX, pero se fue convirtiendo, a medida que pasó el siglo XX, en una especie de club político de personajes haciendo rituales antiguos y llevando mandiles de albañil.

Todavía Oscar Flores Tapia mandó a construir dos templos masónicos, de cantera y de estilo neoclásico, uno en Saltillo y otro en Torreón (sobre el boulevard Constitución).

Aunque usted no lo crea, no son pocos los políticos del viejo partido priista, sobre todo de la generación de López Obrador, ya viejos, que siguen afiliados a esta antigüedad histórica.

Y ése es otro elemento relevante en la ideología de López Obrador: el priismo de Luis Echeverría y José López Portillo, que fue donde se formó como político. De ahí sacó lo del estatismo, el nacionalismo revolucionario y la imagen de la presidencia imperial, en lo que cree con fanatismo.

En general la mayoría de sus ideas son viejas, no corresponden a la política moderna, ni tan siquiera a un socialismo moderno.

¿Qué son entonces quienes no piensan como López Obrador? Pueden ser un universo muy diverso, dependiendo de edad, formación, grupo social, preferencias y riquezas o pobrezas, pero definitivamente no son “conservadores”, porque de ellos sólo quedan por ahí grupos muy pequeños, y no en la versión antigua del siglo XIX, sino moderna, así que estamos ante la invención de fantasmas que se han inventado para caerle a palos a quienes se opongan al autoritarismo, al populismo, al aldeanismo, la autocracia, a ciertas ideas socialistas del siglo pasado y a un ego enorme, gigantesco, que piensa que todo existe y sucede en función de él.

¿Neoliberales? Ése es un término ambiguo que puede decirlo todo y nada a la vez, porque ni siquiera se toman la molestia de definirlo, al igual que los “conservadores”, que son las bestias negras, como el término de “el mal”. ¿Qué es el mal? Pues lo mismo un brutal asesinato que la envidia; lo mismo un pecadito venial que la avaricia de un banquero.

Y así, los “conservadores” son malos, muy malos, de “malolandia”, y, según convenga al caudillo todo opositor queda convertido en “conservador” y en su enemigo, sea quien sea y piense lo que piense.

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