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Deportistas profesionales; de mendigo a millonario y de millonario a mendigo

Opinión / 29 enero, 2020

Por: Eduardo Rodríguez

Saúl “El Canelo” Álvarez, el boxeador profesional más exitoso del momento, ha subido a las redes sociales fotografías sobre su periodo vacacional, el cual parece muy semejante al de una estrecha cinematográfica internacional o algún miembro de la jet set del primer mundo, donde presume un nuevo yate elegante y costosísimo: 60 millones de dólares o, para acentuar más, mil millones de pesos, una fortuna que poquísimos mexicanos poseen.

También ha subido a las redes su colección de autos deportivos de super lujo, algunos de los cuales cuestan hasta el equivalente a cinco o seis millones de pesos, lo mismo que sus caballos pura sangre, que pueden costar un millón de pesos cada animal, o sus mansiones de millones de dólares.

Él se justifica y dice que son sus gustos y “todo se lo ha ganado a chingadazos”, lo cual es bastante cierto, pero habría que ver si es algo sensato y no un gasto extravagante y suntuario que implica el despilfarro innecesario de una fortuna, aunque sea, de acuerdo a las publicaciones especializadas, el tercer deportista con más ingresos en 2019 a nivel mundial.

No hay fortuna que no se acabe si no se le cuida debidamente, pero también hay gastos de un consumismo innecesario y de mal gusto, partiendo del hecho biográfico de que “El Canelo” de niño vendía paletas en los camiones en su natal Jalisco, hasta que precozmente subió al ring a los 15 años de edad.

Hoy, a los 29 años, parece querer llenar todas sus carencias y cumplir todas sus fantasías infantiles y tiene cientos de millones de dólares para hacerlo, pero su carrera terminará en un máximo de seis años, si no ocurre antes ningún accidente en el salvaje deporte del box profesional.

¿Se requerirá un yate de mil millones de pesos para disfrutar del mar y de la playa? Por las referencias de las crónicas, “El Canelo” no sabe de pesca, mucho menos de navegación marítima, inclusive no es un gran nadador. ¿No sería de mejor gusto un bonito yate de, digamos, 50 millones de pesos, para disfrutar del mar y aprender la pesca e ir de vacaciones de isla en isla? No, él ha preferido un yate enorme, repleto de lujos extravagantes, que apantalle.

Mantener un yate así cuesta una cantidad muy grande de dinero permanentemente; sólo tenerlo atracado en Miami y el personal que se encargue de él es un lujo demasiado ostentoso.

“El Canelo” se aparta mucho del típico boxeador mexicano, inclusive por su físico, que pareciera más el de un anglosajón que el de un mestizo salido del medio popular. Podría inclusive ser modelo y de hecho ya vende su imagen para la publicidad, pero detrás de esa apariencia atípica y bonita, es un muchacho de barrio, de pueblo, que no tuvo una educación escolar siquiera mediana y se ha abierto paso, como él lo dice, a base de “chingadazos”.

¿Qué haríamos nosotros si por cada pelea ganáramos cerca de 40 millones de dólares y tuviéramos pactadas al menos 11 y sólo 29 años? Difícil saberlo, pero es seguro que sería muy difícil no caer en la tentación de los lujos. Aun así hay lujos tan excesivos e innecesarios que terminan con cualquier fortuna.

VIDA DE DESPILFARRO

Y ése parece ser el más grande problema de los deportistas profesionales exitosos: saber administrar el dinero que ganan y saber qué hacer después de una carrera que terminará, en promedio, a los 36 o 37 años como máximo.

Tenemos muchísimos casos de futbolistas profesionales, por citar sólo un medio concreto, que ganan durante su carrera de 3 y 10 millones anuales (sólo unos cuantos están por encima de ese nivel en México) y se dedican al despilfarro, cuando la mayoría ha salido de un medio social de bajos recursos económicos.

No pasa nada con traer un automóvil de lujo o comprarse una mansión o tener un buen departamento en un centro turístico, ni con darse ciertos lujos, para eso es el dinero, pero pasar a la extravagancia y la pérdida del control del gasto ha regresado a muchos exitosos jugadores a vivir nuevamente en la pobreza o algo muy cercano a ella, además de deteriorar su salud al mediano plazo y echar al bote de la basura sus familias.

Entre los pugilistas mexicanos, por ejemplo, que luego de amasar fortunas viven ahora entre el recuerdo y la precariedad están Víctor Manuel “El Lacandón” Rabanales (a quien estafaron vendiéndole el Popocatépetl por 30 mil dólares), Carlos “El Cañas” Zárate, Rubén “El Púas” Olivares y Rodolfo “Gato” González. El mismísimo Julio César Chávez, seis veces campeón mundial, lleva ahora una vida modesta viviendo de regalías y participaciones como comentarista.

Desconozco qué hacen los clubes deportivos para tratar de orientar a sus jugadores, que invariablemente es gente muy joven, para aprender a manejar su dinero y planificar o por lo menos prever un buen nivel de vida por el resto de sus años.

Hace cosa de tres años conocí en persona al extraordinario Rubén “El púas” Olivares, cuatro veces campeón del mundo y considerado como el mejor peso gallo de todos los tiempos; un boxeador muy querido por la afición, pero dado al vicio y al despilfarro.

Hoy a sus 73 años tiene lo que podríamos llamar un pequeño “changarro” en su barrio de Tepito, en la Ciudad de México, donde vende baratijas y exhibe, o exhibía, sus cinturones de campeón mundial y de otras categorías. Simpático y desenfadado como es, afirma que vende su mayor cinturón en un millón de pesos si alguien se los da, pero hasta ahora a nadie le ha interesado.

Su vejez apunta no a una vida de gran pobreza, pero sí a la que más o menos tenía cuando ingresó al mundo del boxeo, donde fue uno de los verdaderos grandes.

En otro viaje a Las Vegas, Nevada, me tocó ver un espectáculo penoso en la placita principal del Hotel Venetian. En una esquina de la misma estaba nada menos que Mike Tayson, uno de los más grandes campeones de boxeo del mundo en el peso pesado, quien ganaba por pelea hasta 20 millones de dólares; ahí en la plaza todas las tardes firmaba autógrafos por 100 dólares a quien se los solicitara. En esa ocasión la fila era únicamente de tres personas, los demás eran curiosos que se acercaban para conocerlo.

Es muy difícil, casi excepcional en un país como el nuestro, que un muchacho salga de la estrechez o de la pobreza gracias a sus habilidades deportivas, pero es bastante fácil que despilfarre lo que ganó en su carrera, aunque haya sido una fortuna.

Sería magnífico que “El Canelo”, quien obviamente es víctima de la envidia por su éxito y su habilidad para manejar su carrera, tenga algún buen asesor financiero o alguna persona de confianza que administre inteligentemente una parte de la enorme fortuna que está acumulando, porque comprar yates de 60 millones de dólares se antoja el inicio de un despilfarro peligroso.

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Redacción




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