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El narco trabajando a gusto

Análisis Político y Social / Opinión / 30 noviembre, 2020

Por: Gerardo Lozano

Hay una familia de amistades que nacieron en un pequeño pueblo de Zacatecas y conservan la casa paterna como una casa de campo, la cual disfrutaban con gran regocijo no sólo la generación de los mayores, que está ya sobre los 70 años, sino también la generación de sus hijos y sus nietos.

El gusto se ha terminado. La zona rural de Zacatecas está infectada por el narcotráfico, a un nivel en que las policías de los pueblos se han convertido en simbólicas y tienen que esconderse en caso de conflicto, pues no se puede combatir a un criminal armado con “cuernos de chivo” y granadas con una vieja pistola colt de cilindro que data de hace 50 años.

Otra familia de Culiacán, Sinaloa, se muestra preocupada por la absoluta impunidad con la que están operando los cárteles de la droga, que se han colocado por encima de las autoridades gubernamentales, lo que, en absoluto, no es nuevo, pero ahora se hace con todo descaro, sin cuidar las mínimas apariencias.

La economía de Culiacán sigue creciendo, pero se encuentra atestada de negocios y empresas lavadoras de dinero. La mayoría opina, por ejemplo, que los hijos de Joaquín Loera Guzmán, “El Chapo”, son intocables y Otilio, que se volvió famoso a raíz del “culiacanazo” donde fue liberado, es considerado como “El Rey del Fentanilo”, una droga tan letal que tiene en estado de emergencia a ciudades norteamericanas como Chicago y Nueva Orleans, entre otras.

La familia Rodríguez, que por tres generaciones ha vivido de la talla artística de madera, ha tenido que cerrar los tres negocios que tenía en Apaseo del Alto, Guanajuato, debido al cobro de cuotas de piso y a las agresiones directas de los sicarios de los cárteles de Santa Rosa de Lima y Jalisco la Nueva Generación. Anteriormente era tal la seguridad del pueblo que no le tenían que poner cerraduras a sus negocios; hoy se han tenido que ir.

El centro de la Ciudad de México, que comprende la llamada Delegación Cuauhtémoc, se ha convertido en una de las principales zonas de criminalidad del país, todo ello en la inmediación del Palacio Nacional.

En nuestro medio pareciera que las cosas transcurren con cierta calma, pero el narcomenudeo no deja de expandirse en toda la región, con el disimulo o el visto bueno de los organismos policiacos.

El crimen organizado trabaja a su gusto, consciente de que no existe en el país un plan nacional de seguridad pública y de lucha en contra del crimen organizado. Y el problema no es que en lugar de balazos haya abrazos, sino que se desmantelaron cuerpos de seguridad para sustituirlos por otros improvisados; que no existe una estrategia ni una táctica; que se redujeron o desaparecieron los recursos económicos para el fortalecimiento de la seguridad pública de los municipios y los estados; que el ejército ha sido empoderado a un nivel en que se ha vuelto intocable, lo que le da una manga ancha peligrosa, que también están aprovechando los criminales.

El caso del general Salvador Cienfuegos no es más que la cereza del pastel. ¿Por qué van a juzgar a un militar de la más alta jerarquía cuando sueltan a criminales que amenazaron con prenderle fuego y realizar una matanza en una zona militar? Ciertamente sería algo absurdo, dentro de esta política de seguridad también absurda.

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