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Futbol: el opio del pueblo

Análisis Político y Social / Slider / 2 julio, 2019

Por: Eduardo Rodríguez

La ferviente religiosidad futbolera encontró su gran nicho en la sociedad mexicana

La mayoría de las sociedades europeas y norteamericanas, consideradas las más cultas del mundo, han ido girando hacia lo que los expertos en sociología denominan como la “sociedad del espectáculo”.

Aprovechando todo el poder de los medios de comunicación electrónicos y los tradicionales impresos, el futbol soccer, que es parte de ese fenómeno, se ha colocado como la actividad de entretenimiento más poderosa que jamás haya existido.

Esta tendencia se ha replicado en los países subdesarrollados, especialmente los latinoamericanos. El futbol pasó de ser un simple deporte de pelota, aparentemente inventado en Inglaterra a mediados del siglo XIX, para convertirse en una religión pagana y un negocio gigantesco que moviliza billones a nivel mundial y es manejado por una especie de mafia internacional, que es capaz de imponerle condicionamientos a los propios gobiernos.

Esta religión pagana tiene sus cultos, sus centros ceremoniales, sus ídolos, sus rituales y, por supuesto, una cantidad incalculable de fanáticos.

Para alimentar semejante culto hay una cantidad también enorme de sabiondos, panegiristas y gurús que son expertos en la interpretación y el comentario del espectáculo, a través de medios impresos, de la televisión, la radio y la internet.

Son como los sacerdotes de las demás religiones: dirigen las ceremonias, practican los rituales y explican a los aficionados o fanáticos los sucesos simples que acontecen cada día en los estadios o templos donde se lleva a cabo la ceremonia oficial.

Como los curas o pastores, de una cosa sumamente simple hacen una elucubración que pareciera complicadísima y que da, con los respectivos comerciales, para horas y horas de una cantidad increíble de programas, que se transmiten mañana, tarde y noche.

De origen la cosa es tan simple como dos grupos de once jugadores en calzoncillos que tratan de meter la pelota en dos puertas simbólicas de dos postes de 2.44 de alto unidos por un travesaño de 7.32 metros, colocadas en los extremos centrales de un campo empastado de 100 a 110 metros de largo y de 64 a 75 metros de ancho.

Con el paso del tiempo se le fueron agregando reglas y creando un vocabulario o argot propio que originalmente se pronunciaba en inglés, pero que tampoco es una cosa de gran complicación.

Inusitadamente, de algo tan simple se montó un espectáculo y un negocio artificialmente complicadísimo, pero sobre el cual los fanáticos, a diferencia de lo que sucede en una religión ordinaria, se consideran sabiondos, tanto o más que muchos de los gurús que ofician en los medios de comunicación.

Podrá ignorar de arte, de política, de salud y hasta de los problemas graves que aquejan al país, pero el fanático de futbol está enterado de una enorme cantidad de información trivial, además se siente un iniciado en los “secretos” del juego.

TODOS SABEN Y TODOS GRITAN

No hay fanático que vaya a un estadio, se siente a ver un partido y que no se transforme, como por arte de magia, en un jugador virtual y en director técnico de su equipo.

“No seas pendejo, para qué metes a ese güey por el extremo izquierdo, mejor mete a Sutano… ¡Ya saca a ese huevón y dale chance de entrar a Perengano!, qué no ves que no está recuperando nada…”

Dominan a detalle todo ese argot que se ha creado sobre el juego: medio volante ofensivo, medio volante de contención, extremo por izquierda o derecha, formaciones, “sistemas de juego”, manejo de los tiempos, rotación y recuperación de pelota, etc.

Son capaces, virtualmente, de plantear la estrategia de un partido, dependiendo del rival y se saben el nombre, vida, obras y pecados de cada jugador. Saben las estadísticas y hasta conocen de historia de su equipo y de otros equipos, algunos de hace 30 o 40 años, pero la mayoría no sabe qué es lo que más le conviene a él, a su ciudad o a su país al momento de emitir un voto electoral, porque no les interesa.

Se pueden tumbar en una butaca del estadio, que les cuesta 300, 400 o 500 pesos, para tomarse cinco litros de cerveza y a pegar de gritos y mentadas, a lo que le llaman “vivir la emoción del futbol”, o aquí “ser guerrero de corazón”.

Se pueden también tumbar hasta dos o tres horas en el sillón de su casa los domingos en que el juego no es local, con un cartón de cervezas frías de por medio, frituras y carne asada.

Podrá faltar dinero para comprar bien la despensa familiar, pero dinero para el futbol jamás faltará.

Las victorias de su equipo los enloquecen de euforia y las derrotas de enojo. Un campeonato es como una locura colectiva: hay que salir a festejar por las calles, gritar, “chupar” hasta que amanezca y adorar a sus ídolos, los mismos que pueden ser una bola de pendejos y de inútiles si no llegan siquiera a “clasificar”.

Los rivales son odiados, aunque sean de otro equipo de la misma ciudad. Hay que ridiculizarlos, insultarlos y, en el extremo de los casos, golpearlos.

Se pueden quejar de que en su colonia el pavimento sea un desastre, lo mismo que el drenaje, pero están sumamente orgullosos de tener un estadio que costó más de 100 millones de dólares.

Paradójicamente, el fanático se dedica a ver atletas de alto rendimiento que corren como antílopes por noventa minutos, pero él puede ser un sujeto sedentario que no camina ni al Oxxo de la colonia por las cervezas. Mientras exige que otros corran, salten, burlen, él puede lucir una voluminosa barriga que le ha costado una vida entera de beber cerveza y comer chatarra, además, por supuesto, de gastarle mucho dinero y tiempo.

¿QUIÉN MUEVE LA RELIGIÓN FUTBOLERA?

En una religión como la católica, hay una enorme organización de nivel internacional, que se mueve desde Roma, por una jerarquía que se encierra cada cierta cantidad de años en la capilla más hermosa del mundo (La Sixtina), para elegir en secreto a un sumo pontífice, que se vuelve el representante del dios católico en la tierra y cuya palabra es dogma.

Ese hombre ataviado con una túnica blanca y rodeado de una curia o camarilla, representa todo el poder y toma todas las decisiones. No se puede nombrar al obispo de una remotísima región de un país del más distante continente, sin que el sumo pontífice lo decida o, por lo menos, firme el título que lo designa.

Los cardenales, unos viejos vestidos de color púrpura, son los “príncipes” de esa iglesia y viven como tales, por lo que son un grupo muy reducido que participa en mover los hilos de la religión, desde la recopilación de dinero hasta la administración de la ley canóniga, o sea de sus propias leyes, las cuales tienen que ser acatadas por todos los integrantes del culto.

Pues la FIFA (Federación Internacional de Futbol Asociación) es una agrupación de viejos que operan como una secta o una cofradía mafiosa, que mueve una fortuna gigantesca en todo el mundo; impone su propia ley, cuida por su estricto cumplimiento, maneja toda la organización a nivel mundial, distribuyendo el mapamundi en federaciones regionales, como la CONCACAF, a la cual pertenece México, que a su vez se divide en asociaciones u organizaciones por país (Federación Mexicana de Futbol Asociación).

Se trata de un negocio realmente gigantesco, pero siempre está cubierto de un velo de secrecía que, cuando se destapa un poco, deja ver un pozo de corrupción verdaderamente profundo. Los jerarcas duran décadas en los cargos y nadie sabe, salvo la misma cofradía, cómo es que se designa al sucesor.

Cada equipo profesional es una empresa privada, lo que le permite mantener en el anonimato todo su manejo interno, pero debe acatar las indicaciones que le fija su federación y así jerárquicamente hasta la cúpula, que siempre ha estado en Europa, como la curia romana.

Cada cuatro años hay que hacer un evento mundial, que se convierte en el espectáculo más grande del mundo, por encima inclusive de las Olimpiadas, en cuanto a movimiento de audiencias, de inversión y de negocios.

Y aquí viene lo más absurdo: siendo la FIFA una trasnacional billonaria movida por una mafia de particulares, los gobiernos tienen que invertir en infraestructura para la organización del mundial del futbol, como lo hacen con una olimpiada, que se realiza cada cuatro años, pero las ganancias del mundial de futbol, que son enormes, no se sabe cómo es que se reparten.

El dirigente mundial de la FIFA dura décadas en su cargo. El anterior, un suizo de nombre Joseph “Seep” Blatter duró la friolera de 27 años como presidente (1988-2015), pero se retiró del cargo debido a escándalos de corrupción, de lo contrario seguiría ahí, pues tenía sólo 80 años de edad. Su antecesor, el brasileño Joäo Havelange, duró en el cargo 24 años y recién murió en 2016 a los míticos 100 años de edad.

Para darse una idea más acabada de la corrupción que impera en la cúpula que maneja el enorme negocio-espectáculo del futbol, el presidente anterior de la CONCACAF, un centroamericano llamado Alfredo Hawitt, fue arrestado en Suiza por corrupción en los manejos de esta que es una de las seis federaciones internacionales en que se divide la FIFA.

El anterior, que duró bastante más en el cargo, Jeffrey Webb, de las Islas Caimán, se encuentra detenido por corrupción en los Estados Unidos, en espera de sentencia.

Ante semejante embrollo, la federación mexicana y norteamericana apoyaron la designación del canadiense Víctor Montagliani y ubicaron la sede de la CONCACAF en Miami, Florida, porque se perfila que después de México el gran negocio del futbol soccer estará en los Estados Unidos.

Pero al fanático esto le interesa poco, él sigue gritando en los estadios y luciendo la camiseta de su equipo favorito, como el representante de su ciudad o de una parte de la misma, cuando la mayoría de los equipos cambia en promedio cada 8 años su plantilla de jugadores por completo y estos son foráneos, casi la mitad de ellos extranjeros contratados en Sudamérica.

No se trata sólo de un espectáculo. El futbol se convierte para el fanático en una religión pagana; en un culto que mueve pasiones, ilusiones, fantasías y suscita también frustraciones, enojos y violencia.

No falta algún gurú o “experto” futbolero que maneja el cuento de que el equipo de futbol representa la identidad y la unidad de una región o hasta de un estado, como sucede en La Laguna.

La selección nacional representa al país entero en los mundiales y usa en su uniforme los colores de la bandera nacional, pero el tremendo “representativo nacional” es tan mediocre que sólo una ocasión ha llegado a un quinto partido en la contienda mundial, no obstante que es uno de los países donde hay más fanaticada y más negocio.

Entre mundial y mundial la selección nacional es un negocio muy lucrativo, a través de la organización de partidos “amistosos” o de “preparación”, los que se juegan en estadios de ciudades norteamericanas donde existe una gran cantidad de migrantes mexicanos que llenan los estadios para aplaudir al “tricolor”; van a los estadios cargando banderas nacionales y sombreros de charro pintados también con los colores de la bandera nacional.

LA RELIGIÓN DE TODOS LOS SANTOS

Jamás había existido en la historia de la cultura mexicana un instrumento de entretenimiento y de enajenación tan poderoso como el futbol, pues no se trata solo de un espectáculo, como la música, que se escucha cuando se quiere y se apaga de la misma manera. No, el futbol se convierte para el fanático en una religión pagana; en un culto que mueve pasiones, ilusiones, fantasías y suscita también frustraciones, enojos y violencia.

Si a este punto parece una exageración comparar a ese nivel la religión con el futbol, se puede reparar el análisis en el equipo que rige el fanatismo en la Laguna y el uso mercadológico con el que se aprovecha la ideología religiosa cristiana y católica de la afición, a pesar de ser una región que alberga un gran abanico de creencias teológicas. El equipo se llama “Santos”, de entrada, y en su iconografía ha utilizado aureolas, alas de ángel y corazones encendidos, además del Cristo de las Noas como un símbolo regional; los eslóganes para la afición constantemente aluden a la fe ciega, al orgullo de la creencia, a la superioridad de los soldados elegidos y hasta a la inmortalidad. Un gran número de los jugadores peregrinan en diciembre y constantemente hacen alusión pública a sus creencias religiosas, ya sea en entrevistas o luego de anotar un gol; esto, por supuesto, dentro de toda su libertad de culto. En las décadas de vida del equipo, sus publicistas y directivos han ido entendiendo la gran rentabilidad y efectividad ideológica que tiene esta mezcla mercantil entre religión y futbol, al grado de construir una iglesia dentro del propio estadio.

En noviembre de 2009 se inauguró en las instalaciones del Territorio Santos Modelo la “Parroquia de Todos los Santos”, con la asistencia de los entonces obispos de Torreón y Gómez Palacio, siendo la primera iglesia en el mundo que se encuentra dentro de un estadio de futbol. Este recinto, donado por Grupo Modelo y el equipo a la Diócesis de Torreón, realiza misas y ceremonias en horarios regulares, excepto cuando hay partido, y tiene una capacidad para 300 feligreses. Al aficionado le ofrece además la posibilidad de depositar sus cenizas en uno de los 500 nichos del columbario, ya sea en los espacios Premium (los más altos físicamente) por un costo de contado de 25 mil pesos (que aumenta 11 mil pesos si se opta por el plan de financiamiento a 24 meses), los Elite por 36 mil o los Platinum por $46’500.

Es dato conocido y demostrable en la estadística delictiva de la región que cada vez que el equipo local pierde aumenta alarmantemente el número de denuncias en el DIF por esposas o parejas golpeadas y violentadas.

A nivel nacional, cada que el “tricolor” gana un partido en un mundial hay euforia colectiva, lo mismo que cada derrota genera un cierto sentido de frustración, y lo que es peor, de sentimiento de inferioridad, de ahí que ganarle a “una de las grandes selecciones históricas” sea razón para el mitote y el sentirse “chingones”.

En lo local, lo nacional y lo mundial, ¿quién nos transmitió esta religión pagana? Los españoles, para no variar, pero la alimenta esa enorme y riquísima trasnacional llamada la FIFA.

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