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Cultura / Cultura Principal / 4 octubre, 2020

A 30 años de Facelift y Ritual de lo Habitual

Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

Como cualquier adolescente de los noventas, el grunge me dejó estupefacto. ¿Qué era ese sonido que parecía representar con tanta exactitud la rabia y desagrado que experimentaba hacia el mundo? ¿Por qué me sentía identificado si todo lo que había escuchado antes no pasaba del viejo, muy viejo rock n roll y de algunas canciones insulsas de pop mexicano para ver si podía encajar y que las niñas me voltearan a ver? Un adolescente común y corriente, pues.

Y entonces llegaron los noventas y el grunge. Por supuesto, como la gran mayoría de mi generación, fue a través de Nirvana. Y sí, Nevermind sigue significando mucho en mi educación músico-sentimental. Por cierto, el próximo año cumple 30 años. Propongo que lo vayamos festejando de una vez.

En fin, pero mi grupo favorito no fue Nirvana, sino Stone Temple Pilots y el segundo lugar se lo disputaba, sin duda, Alice in Chains. Y eso que Soundgarden estaba ahí, entre los tres primeros.

Este año varios discos de mi juventud han cumplido 30 años. De toda esa larga lista de álbumes me gustaría hablar de dos:

El primero es uno de los discos favoritos de Ozzy Osbourne: Facelift. El álbum debut de Alice in Chains es una muestra de la creatividad y el poder de la dupla Layne Staley y Jerry Cantrell. Antes de la heroína y la coca y la autodestrucción de Staley y su muerte prematura en el 2002, este grupo creó una de las canciones más representativas del nuevo género que iba a dominar la primera mitad de la década: Man in the Box.

Aunque el gran éxito de Alice in Chains llegó con su siguiente álbum, Dirt, en 1992; es en realidad con esta canción que se destacan por encima del rock que en 1990 seguía estancado en el glam.

A pesar de que el rock alternativo tiene su origen a principios de los ochentas, es en los noventas que el grunge despega gracias a discos como Facelift. Pero el álbum es más que Man in the Box. De inicio a fin es una declaración de principios. Si algo mantuvo el grupo fue una honestidad a ellos mismos a prueba de dramas. Incluso prefirieron perder miles de dólares por no salir de gira, en lugar de buscar un sustituto de Staley mientras se hundía en una profunda autodestrucción. El nuevo cantante llegó después de la muerte del vocalista original.

Esta lealtad a ellos mismos se puede escuchar a lo largo del disco. Jamás el sonido da tregua, no se escucha en él una búsqueda desesperada por la fama. No hay concesiones pop, en todo caso hay una búsqueda constante de crear rock poderoso pero melódico. Tampoco hay momentos de felicidad, no estamos ante un grupo que quiere demostrar cuánto amor tiene reservado para el mundo. Lo que yo puedo encontrar es una asombrosa habilidad para crear armonías vocales, canciones complejas y letras pesimistas. El suficiente distorsionador en las guitarras para que sea rock pesado, pero no tanto para ser heavy metal. Un bajo que, oh, sorpresa, es fundamental para el sonido de la banda y una batería precisa, sin despliegues excesivos de virtuosismo. En realidad, es rock en su estado más puro con el toque justo de groove. No sé si puedo escribir más sobre este disco sin parecer un fan irredento, pero sólo hay que poner atención.

El otro disco que quiero abordar aquí es uno que tiene una pequeña historia triste personal. Con Ritual de lo Habitual de Jane’s Addiction me sucedió algo que muy, pero muy pocas veces me pasa: lo perdí. Creo que esto sólo me ha ocurrido dos veces más, una con un disco de Amy Winehouse, que dejé sobre el techo de mi auto y arranqué. El otro, un disco de Janis Joplin que presté y jamás regresó. Si algo cuido con amor y esmero son mis discos. El asunto con este álbum es todavía más doloroso, porque lo tenía en vinil. No una nueva versión en vinil, sino el LP original importado con la portada que tuvieron que censurar para que el CD pudiera venderse en las tiendas norteamericanas.

Sí, justo esa versión perdí. ¿Dónde? No tengo idea. ¿Cuándo? Supongo que en algún momento de mi adolescencia. Sospecho que se lo clavó un invitado. En fin, poco se puede hacer ahora más que escucharlo en la red.

Qué gran disco. Desde el lado A, una muestra de rock y funk bien mezclado, hasta el lado B, rock psicodélico y progresivo. Un álbum que demuestra la alta calidad que tenían los músicos de Los Angeles durante los ochentas. No es Jane’s Addiction un garbanzo de a libra, pero sí destaca sobre muchos. Creo que esto se debe a la obsesión y creatividad del compositor, cantante, activista y personaje llamado Perry Farrell. Aunque la banda era creación de Farrell, no habría podido existir sin las contribuciones de los demás elementos: el bajista fundador, Eric Avery; el guitarrista, Dave Navarro y el baterista Stephen Perkins. La relación de Farrell con Avery y Navarro siempre fue tensa, en gran medida gracias a la actitud del cantante. Desde avaricia hasta simple ira pasaron por la corta vida de Jane’s Addiction. Quizá uno de los momentos cumbres de esta decadencia fue cuando Navarro y Farrell se pelearon físicamente en el escenario del primer Lollapalooza.

Pero eso fue después de Ritual de lo Habitual, un disco innovador, catártico y punk, aunque esto último no tanto en su música, sino en su actitud. De hecho, el grupo siempre buscó la libertad y una obsesión por el DIY, tan característico del punk.

El álbum puede dividirse en dos viajes distintos, el primero tendría más que ver con la fiesta, la celebración y el baile. El elemento funk que resalta en los primeros cinco cortes nos manda por el camino de la diversión. Ese viaje cierra acertadamente con uno de los grandes éxitos de la banda: Been Caught Stealing, video que, de alguna manera, me dejó marcado cuando lo vi justo en medio de mi primera adolescencia.

La segunda parte del disco es un homenaje psicodélico a Xiola Blue, novia de Farrell, quien murió de una sobredosis a los 19 años. Ahí nos zambullimos en un viaje alucinante de sonidos y letras llenas de emociones. Cuando lo escuché a los 13 o 14 años, no lo comprendí, me gustaba mucho más la primera parte. Ahora, sin duda, creo que puedo captar lo que Farrell intentaba lograr. No sólo es una demostración de gran virtuosismo del grupo, sino una forma de llevar el amor que él sentía hacia su novia adolescente más allá de la individualidad, hacia el mundo entero, a través de la música.

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