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Enrique Peña Nieto y los intocables

Análisis Político y Social / Opinión / Slider / 26 febrero, 2020

Por: Gerardo Lozano

Durante el otoño recién pasado, Enrique Peña Nieto se paseaba por el mundo en compañía de la modelo potosina Tania Ruiz Eichelmann que, afirma la prensa del corazón, era su nueva pareja sentimental. Era una especie de luna de miel que transcurrió lo mismo en París que en Nueva York, pero la prensa internacional no lo pasó por alto y él mismo se encargó de subir a las redes sociales algunas fotografías.

Este hombre, que parece hecho de cartón, que como presidente fue distante, inaccesible, inexpresivo, una especie de figura bonita robada a un museo de cera, se convirtió en el más impopular de los presidentes mexicanos de las últimas décadas, pero hoy goza de un estilo de vida dorado y, se presume, de una enorme fortuna personal.

Es la quintaesencia del llamado liberalismo, lo que ha vuelto cada vez más evidente que entre él y Andrés Manuel López Obrador hay un pacto que le vuelve intocable no sólo a él, sino también a todo su círculo más cercano que le acompañó en su muy cuestionado gobierno.

Una revisión a la bitácora de las conferencias “mañaneras” de López Obrador puede demostrar que el gran ausente es Peña Nieto, mientras que el más citado, siempre de manera crítica y burlesca es Felipe Calderón Hinojosa, con quien la animadversión es manifiesta, no sólo como un referente en contra de los “conservadores”, a quienes ha inventado como su nueva bestia negra, sino como una revancha de orden personal bastante obvia.

¿Por qué Enrique Peña Nieto y su círculo se han convertido en los intocables? Para encontrar una respuesta habría que remontarse hasta la campaña electoral de 2018, donde Peña Nieto le puso, como Salomé a Herodes, la cabeza del PRI en charola de plata.

Y no es porque el PRI pudiera salvar esa elección, ni siquiera competir de manera fuerte, pero si tenía los recursos para tener un candidato mucho más competitivo y para complicarle las cosas a López Obrador en varios frentes, que no hubieran evitado la victoria de Morena, dada la debilidad del PAN y el penoso papel de los independientes, pero sí hubiera mantenido la victoria de AMLO por debajo del 50 por ciento.

El propio Peña Nieto le había ganado seis años atrás la elección a López Obrador de una forma bastante cómoda.

La imposición de José Antonio Meade como candidato fue rechazada por la mayoría de los principales clanes de la cúpula priista, lo mismo que el manejo de la campaña, lo que propició en buena medida una desbandada o una postura de brazos cruzados en el proceso electoral.

No es nada desmesurado considerar que ante la tormenta que se le venía encima, Peña Nieto, quien finalmente es un político sin fidelidades ideológicas y mucho menos compromiso social (siempre gobernó desde el gabinete, insensible a los problemas del país) haya pactado la participación del PRI en la elección presidencial, a cambio de lo que hoy estamos viendo: impunidad y un retiro dorado a una nueva vida privada.

EL SILENCIO DEL PRI

Ante el desastre priísta de la elección presidencial de 2018, Peña Nieto siguió manteniendo en la dirigencia nacional del partido a Claudia Ruiz y su grupo no dejó el control de lo que quedaba del PRI hasta que se dio una negociación, por la cual se evitó la llegada a la dirigencia de gentes como José Narro u otros que hubieran emprendido una verdadera reforma del viejo partido.

El PRI, ya como oposición, se convirtió en un partido manso, que pareciera pasar casi inadvertido en el debate político nacional, mientras que las facciones más progresistas también han guardado silencio ante el desmantelamiento de las llamadas reformas estructurales que impulsó Peña Nieto, y a las cuales apostó todo su capital político.

Inclusive hay una coincidencia muy notoria entre el gobierno de López Obrador y el de Peña Nieto: la sumisión ante Donald Trump. Puede haber diferencias ceremoniales públicas, pero el fondo es el mismo e inclusive, en temas de migración y comercio, la sumisión ha sido más marcada en el actual gobierno, el cual, teniendo un nivel de respaldo político histórico, se ha creado sus propias debilidades por los graves errores que se cometen en el manejo de la economía y la seguridad.

Alejandro Moreno Cárdenas, el nuevo dirigente nacional del PRI, surgió como una figura de acuerdo para evitar la llegada de los candidatos disidentes y la nueva secretaria general, Carolina Viggiano, es parte del grupo político priista del estado de Hidalgo, que maneja Miguel Osorio Chong, uno de los hombres más cercanos a Peña Nieto, quien buscó la candidatura a la presidencia de la república.

El propio Osorio Chong es el coordinador de los senadores priistas, que pasaron de 55 a tan solo 14, pero él se encarga de establecer la línea que éstos siguen.

René Juárez, quien se encontraba entre los inconformes con lo sucedido en el 2018, fue compensado como coordinador de la bancada priista en la Cámara de Diputados, donde el PRI pasó de 204 diputados a tan solo 42.

Aun cuando dejó a su partido hecho un desastre y en una posición precaria, Enrique Peña Nieto y su grupo conservan posiciones y han evitado una reforma que le dé espacio a la crítica y salve lo que queda del partido.

Es poco discutible que cuestionar al gobierno de López Obrador en su primer año no es muy redituable y sí desgastante para un partido opositor, si es indispensable ir fijando postura en muchos temas y sobre todo en muchos errores que ya se han cometido.

Alejandro Moreno, en su toma de posesión como nuevo dirigente nacional priista, prometió un discurso nuevo, propositivo y sin sumisión ante el gobierno de López Obrador, pero hoy se encuentra casi desaparecido de los medios, sin ese discurso que prometió, posición que comparten los coordinadores de los diputados y senadores.

Se percibe una evidente intención de no confrontar, de no polemizar en ningún tema relevante, por más delicado que este sea.

De una u otra forma la sombra del gobierno de Peña Nieto sigue cubriendo al PRI, al grado de que López Obrador se olvida, intencionalmente, de colocarlo entre sus verdaderos adversarios, aunque sean, como se dijo antes, los grandes protagonistas de lo que él llama “neoliberalismo”, por lo menos mientras siga operando ese evidente pacto firmado en el sótano del poder en el 2018.

La detención de Emilio Lozoya, exdirector de PEMEX, quien fue aprehendido por la policía española el 12 de febrero pasado, llevó todo el 2019 después de que el gobierno federal le permitiera escapar del país.

Esta aprehensión, cuyo juicio será muy largo y podría inclusive darse en España y no en México, es un acto políticamente necesario para cumplir con la campaña anticorrupción y sacrificar a un alfil del tablero de Peña Nieto en bien de la impunidad de que seguirán gozando todo los demás miembros de esta camarilla.

Algunos morenistas animosos están pidiendo la cabeza de Peña Nieto, pero eso es algo que jamás les dará Andrés Manuel López Obrador.

Miguel de la Madrid Hurtado metió a la cárcel a Jorge Díaz Serrano, quien salió libre al término de ese gobierno sin que le hubieran comprobado casi ninguno de los cargos, lo que no significa que no fuera responsable de varios de ellos, pero el lema de campaña de Miguel de la Madrid era la “renovación moral”, lo que obligaba a poner en el plato de sangre una cabeza y qué mejor que la de PEMEX, después del despilfarro del bono petrolero.

Hoy PEMEX está en graves problemas, qué mejor rostro para culpar que el de su exdirector.

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Redacción




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