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El caso Cervantes: familia, crimen y escuela

Análisis Político y Social / Coahuila / Coahuila Principal / Opinión / Slider / 24 enero, 2020

Por: Álvaro González*

¿De qué les sirve saber sumar y restar si nadie les ha enseñado qué hacer con su soledad?

-Joel Martínez Estrada, Danger AK

La información inicial sobre el atentado y muertes en el Colegio Cervantes de Torreón fue aturdidora; un hecho totalmente inusual, el segundo de su naturaleza que se registra en todo el país.

Es natural que la reacción inicial haya sido la sorpresa y la conmoción, no sólo por parte de los propietarios del colegio y toda la comunidad de estudiantes y docentes, sino también de las autoridades gubernamentales y de la ciudadanía.

¿Qué pasó y por qué? Era un cuestionamiento muy difícil de manejar, pero con el paso de los días se ha ido conformando toda una trama que difícilmente podría ser más dramática.

El niño José Ángel “N”, de 11 años de edad, formaba parte de un medio familiar dominado por la delincuencia, el narcotráfico, la violencia extrema y todo lo que ello acarrea, con el añadido de que la figura emocional más importante, la madre había fallecido. Tenía condiciones de vida muy especiales, según han dado a conocer las autoridades judiciales.

Representación de Eric Harris (izq.), uno de los dos ejecutores de la masacre escolar de Columbine en 1999. José Ángel imitó el vestuario.

Los mismos periódicos locales inicialmente se habían tratado de manejar con mucha mesura, inclusive autocensurando información que era legítimo publicar, pero otros medios nacionales, portales de internet, redes sociales y YouTube se han encargado de difundir cada vez más información escabrosa en torno a esta familia.

Condiciones tan inesperadas como el hecho de que el padre del niño tiene un narcocorrido llamado “Pollo Ramos y el Payan”, que canta Fidel Rueda, donde, como en todos los narcocorridos, se alaban sus actividades ilícitas y se ufana de que “ese Cristo de las Noas me protege dondequiera”. José Ángel Ramos Jiménez, padre del menor, fue capturado en Oklahoma por la DEA en junio de 2016 y encarcelado bajo los cargos de conspiración y posesión de metanfetaminas (31 kilogramos), con intenciones de distribución; fue liberado luego de 46 meses el 28 de octubre de 2019 y deportado a México.

Una madre que muere a los 27 años, presuntamente en junio de 2014 y por diabetes mellitus, según consta en el acta de defunción que circuló en las redes sociales; un padre preso en Estados Unidos por narcotráfico; un abuelo involucrado presuntamente también en el narcotráfico y una abuela a quien también se le presume en la delincuencia, y de la que, al igual que su hijo, se desconoce el paradero. Ésa era la familia de José Ángel “N”. Peor no podía ser su entorno y lo que fue abrevando al ir creciendo huérfano y en medio de ese pantano.

Públicamente y casi de inmediato, las autoridades estatales atribuyeron el crimen a la influencia violenta de los videojuegos, sin mayor indicio que las dos palabras que el niño llevaba escritas a mano en su camiseta blanca: “natural selection”, el nombre de un videojuego, efectivamente violento, que sale al mercado en 2002. En realidad, y como ahora es ampliamente conocido, José Ángel estaba imitando el vestuario de Eric Harris, uno de los dos ejecutantes de la masacre de Columbine (Colorado, EU), ocurrida en 1999.

Luego de ofrecer por varios días en las instalaciones del Cervantes atención psicológica a cualquier persona que se sintiese afectada por el incidente, la reacción tanto de las autoridades gubernamentales como de las instituciones educativas ha sido la implementación del operativo “mochila segura” (contraindicado por la CNDH), al mismo tiempo que la acción judicial contra algunos miembros de la familia, inicialmente el abuelo, José Ángel “N”, quien ya está detenido y a quien se le han congelado cuentas bancarias millonarias.

Pero esta medida de revisar las pertenencias del alumnado (tomada ya por diversos predios educativos de la región, incluso algunos costeándose detectores de metales) es sólo eso: una acción inmediata ante la necesidad de hacer algo palpable frente al hecho traumático de la muerte de una maestra y del propio José Ángel, más seis heridos que están fuera de peligro.

¿Es esto una solución de fondo o tan siquiera un inicio del análisis del problema que se ha presentado? Definitivamente no.

DESCOMPOSICIÓN FAMILIAR

Esta desgracia ha destapado una problemática social y educativa que se presenta desde hace años y que no está siendo atendida con medidas de fondo.

Los principales elementos que componen la problemática se pueden apreciar de forma nítida: la descomposición de la institución familiar y la ruptura del tejido social en muchos medios; las redes sociales y la internet como un recurso de dos caras, una de ellas sumamente perniciosa si no se educa para contrarrestarla; el consumo infantil de escenarios de violencia virtuales y mediáticos; la obsolescencia del modelo educativo vigente para establecer una mancuerda formadora y preventiva entre las escuelas y los padres de familia.

A lo anterior había que añadir el cambio de patrones de comportamiento en el rol del padre y de la madre de las generaciones nacidas en los ochenta y los noventa, y esto tomando en cuenta que apenas se inicia en la paternidad y la maternidad la llamada generación de los millennials, la generación Y.

El Cervantes está considerado como uno de los tres mejores colegios privados que operan en la ciudad de Torreón, con una muy larga e impecable trayectoria que incluso lo ha llevado al pódium estatal y al reconocimiento internacional, pero esto pone sobre la mesa el hecho de que la escuela, por muy buena que sea, no suple a la familia y que entre ambas instituciones se tienen que revisar y modificar las formas y los mecanismos de relación para realizar el quehacer educativo.

¿Debió el Cervantes detectar que el niño José Ángel tenía problemas y estaba planeando cuidadosamente el atentado? Ni aun queriendo hacerlo tiene los medios; además nunca, ninguna escuela de la ciudad ni de la región, se había planteado siquiera enfrentar un suceso de tales características.

De acuerdo a los reportes policiacos, la maestra fallecida, la profesora María Assaf Medina, desempeñó un papel heroico, y en apariencia también el maestro herido, de otra forma el terrible incidente podría haberse convertido en una masacre.

El hecho de que el Cervantes sea un colegio particular para familias de clase media, media alta y alta pone en claro algo que las autoridades gubernamentales ya saben: los ingresos que genera el crimen organizado enriquecen familias que envían a sus hijos a colegios particulares caros, inaccesibles para las familias pobres.
Pero como dentro del crimen hay niveles, los sicarios, los “puchadores” y los adictos pueden mandar a sus hijos a escuelas públicas o también a particulares de un menor costo.

En otros términos: la narcocultura está instalada en la región desde hace décadas y ahora se manifestó de una forma completamente inesperada.

Uno de los mensajes que circulan en las redes, donde José Ángel “N”, el abuelo, se dirige a uno de sus familiares, pone de manifiesto que ni la propia familia preveía el comportamiento del niño. “Ya valió madres, se la chingó con mi arma”, dice el mensaje.

Y no lo preveían, porque el hecho trastorna completamente las operaciones criminales que se realizaban en la familia y obliga, en consecuencia, la acción judicial del estado contra todas las presuntas actividades delictivas que se han destapado a causa de.

UN MODELO OBSOLETO

Algo que seguramente conocía el Colegio Cervantes, que cuenta con un pequeño departamento de psicología educativa y que suele estar al tanto del contexto familiar de sus estudiantes, es que el niño era huérfano desde hacía años, que su madre había fallecido después de tener problemas y que su padre estaba preso por tráfico de drogas y él estaba forzosamente en custodia de los abuelos.

Era un niño con alto riesgo de daño emocional severo, por lo que debió de recibir algún tipo de atención por parte del departamento de psicología, pero para atender a cientos de alumnos, por lo menos, a conocimiento de quien escribe, en el Campus Méndez Vigatá, sólo se cuenta con un pequeño departamento de psicología y un programa de un tutor por grupo.

En la mayoría de los colegios no hay ni tan siquiera una psicóloga sino una prefectura, más tratándose de escuelas públicas.

Son contados los colegios donde existe un curso introductorio para padres de familia, denominado Escuela de Padres, que es muy útil pero muy corto y sus contenidos no abordan gran parte de la problemática actual.

Después de ello los padres sólo son citados a reuniones por eventos muy especiales y contadísimos. Se les cita en forma individual cuando el hijo tiene problemas de indisciplina fuertes, pero no hay un seguimiento y no suele abordarse la causa principal: los problemas en la pareja que permean hacia los hijos.

En los procesos de admisión de los alumnos no existen evaluaciones psicológicas, menos tratándose de matrículas de cientos de alumnos, porque esto le resulta costoso a las escuelas privadas y las públicas no tienen recursos para ello.

En colegios como el Carlos Pereyra, propiedad de la orden de los jesuitas, hace ya años los padres de familia acudían cada mes a la entrega de calificaciones de sus hijos por parte de los maestros, lo que al menos permitía que el cuerpo docente conociera a los padres y pudiera intercambiar opiniones con algunos de ellos para tratar de conocer, así fuera un poco, el entorno familiar de los alumnos.

Ante la nueva problemática, el modelo actual de relación padres-escuela requiere una revisión, lo que implica inicialmente un estudio a fondo de la problemática, el cual sólo puede surgir de la iniciativa de la SEP estatal y federal y de las asociaciones de colegios privados, pues se requiere una inversión económica y un trabajo conjunto.

Lamentablemente esto es muy difícil de concretar, más no imposible. En el sector público los recursos económicos se han vuelto escasos, mientras que las escuelas privadas tienen dificultades para tomar acuerdos mínimos, lo que hace prever lo complicado de realizar investigaciones conjuntas y cambios en sus modelos educativos, lo cuales implican medidas importantes y costos.

DOCENTES, NO TODÓLOGOS

Una tendencia hasta ahora común, que se acentúo en la llamada Reforma Educativa, es cargar a los maestros todo tipo de programas y, además de la instrucción académica, que ya de suyo se ha vuelto muy complicada en las escuelas públicas, se les pide, por citar solo un ejemplo, hacer de promotores de la salud en torno a la alimentación de los niños o promotores de la formación cívica y de la no violencia y la tolerancia, por citar otro tema.

La medida única adoptada hasta hoy, “mochila segura”, es una simple medida precautoria, cuya implementación parece más tediosa que efectiva, porque revisar diariamente cientos de mochilas altera el horario escolar, puede generar en los alumnos la idea de que todos son posibles sospechosos de cometer un ilícito y propicia un ambiente de miedo y pérdida de confianza, además de una irrupción en la intimidad de los niños. Incluso la CNDH emitió en junio del año pasado la recomendación 48/2019, en la que estipula que dicho operativo violan los derechos de los menores “a la educación, la privacidad y la participación […]”.

¿Por qué mediática, gubernamental y socialmente se mencionaron las altas calificaciones del niño José Ángel como un rasgo contrastante con sus acciones violentas?, ¿qué se le otorga académicamente a un estudiante de buenas notas como para esperar que tenga mayor estabilidad emocional que estudiantes que se alegran por apenas pasar las materias?

Un programa serio de educación requiere medidas profesionales, que pueden ser varias y eficaces. Una de ellas es la entrevista de admisión de los niños a las escuelas, donde se puede realizar una evaluación del alumno y una evaluación de su entorno familiar, especialmente las relaciones con los padres y madres. Si la escuela no desea o no puede costear un servicio permanente de psicología, puede contratar un servicio externo para el propósito, el cual se puede costear en parte por los propios padres y en parte por la escuela.

Contar con un departamento de psicología profesional se ha vuelto una necesidad indispensable por parte de las escuelas. Los propósitos son varios: atender con un programa permanente de asesoría a los maestros; atender en una instancia básica a alumnos con problemas de comportamiento y, en su caso, hablar con los padres para que el menor reciba atención privada; establecer programas de asesoría y de apoyo a los padres en torno al proceso educativo, a través del propio departamento de psicología y de la invitación de especialistas, con asistencia obligatoria de los padres.

Esto último requiere de un modelo dinámico de intercambio, no de conferencia emisor-receptor, donde el padre recibe pasivamente una información y posteriormente se retira a su casa a repetir lo que hace todos los días.

Hay aspectos tan elementales como el simple uso del teléfono celular por parte de niños, púberes y adolescentes, donde la familia y la sociedad en general se han vuelto enormemente descuidadas.

Antes de proporcionar un teléfono celular a un niño se requiere educación, porque no se trata de un teléfono tradicional, sino de un aparato mucho más complejo que está influyendo muy notoriamente en el comportamiento de los menores, y de los mayores también.

Para hacer una referencia: con sólo teclear unos cuantos comandos un niño puede estar viendo el tipo de pornografía que deseé, o puede estar abrevando un lenguaje o jerga obscena, absurda y deformante, aún en términos de gramática.

No estamos definitivamente ante un problema de mochilas donde se puede introducir armas, sino ante un modelo educativo que requiere cambios importantes para conectarse con una sociedad y una familia que está teniendo enormes cambios, muchos de ellos altamente nocivos y, también, algunos positivos.

En nuestra sociedad todo indica que ya no se trata de una sociedad que aspira escolarmente al conocimiento como objetivo principal, debido a la multiplicación de fuentes para obtener ese conocimiento, sino en una escuela que deberá buscar modelos formativos.

Inclusive el modelo de “aprehender a aprehender” es ya viejo dentro de la pedagogía moderna, pero nuestro sistema educativo lo ha pasado por alto en la mayoría de sus escuelas.

José Ángel “N”, el niño, tenía buen desempeño académico. El Colegio Cervantes tiene excelencia académica, continuamente gana competencias en eventos nacionales de matemáticas, ciencias y robótica, inclusive muchos alumnos se quejan de una carga excesiva en las tareas que deben desempeñar después del horario escolar.

¿Continuamos valorando y atendiendo más la excelencia académica en los estudiantes que su salud emocional y mental? ¿Por qué mediática, gubernamental y socialmente se mencionaron las altas calificaciones del niño José Ángel como un rasgo contrastante con sus acciones violentas?, ¿qué se le otorga académicamente a un estudiante de buenas notas como para esperar que tenga mayor estabilidad emocional que estudiantes que se alegran por apenas pasar las materias? ¿Cuántos padres y madres tenemos que necesitan ser educados para a su vez poder educar?

*Alternativa a la profesión periodística, el autor es Licenciado en Ciencias de Educación, tiene un diplomado en Investigación Educativa y estudios de doctorado en Educación.

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