Por: Eduardo Rodríguez

El caso de los cinco jóvenes secuestrados y asesinados, mediante un ritual de terror escalofriante, en Lagos de Moreno, Jalisco, no es algo aislado, sino el modus operandi de varias organizaciones criminales que ejercen una violencia cada vez más demencial y además la exhiben en videos, conscientes de la impunidad de la que gozan.

En Poza Rica, Veracruz, de manera accidental, no por una labor de investigación policiaca, se han descubiertos dos casas, en las cuales se encontraron varios refrigeradores comerciales repletos de cuerpos humanos, cuidadosamente destazados y emplayados, como si se tratara de una carnicería comercial. 

Inicialmente el gobierno veracruzano, que es un modelo nacional de ineptitud y arbitrariedad, ha informado que se trata de al menos 13 cuerpos, pero podría saberse que son más una vez que el forense haga su trabajo.

¿Qué clase de psicópatas pueden hacer este tipo de “trabajo” y con qué siniestros fines? Estamos ante criminales de la más alta peligrosidad y una ferocidad que supera a la de un animal predador.

¿Cómo y dónde se pueden destazar cuidadosamente 13 cuerpos humanos, envolverlos en plástico y acomodarlos en refrigeradores, sin que nadie extraño se dé cuenta? Por lo que se puede apreciar en las fotografías, ambas casas aparecen limpias, lo mismo que los refrigeradores de color blanco.

Estos no son crímenes: esto es terror, no hay otro calificativo.

También es terror bombardear pequeñas comunidades rurales en el estado de Guerrero, utilizando drones cargados de explosivos, que son lanzados contra las viviendas, sin importar si las familias están dentro, ni si hay niños, mujeres, ancianos o quien sea.

Como se temía, la llegada de Félix Salgado Macedonio a la gubernatura de Guerrero, a través de su hija Evelyn, significada la llegada del crimen organizado al poder, y no se andan con disimulos, como lo demuestran los videos de la alcaldesa de Chilpancingo, Norma Otilia Hernández, reunida con los capos regionales del crimen en la capital del estado.

CON EL ABRAZO PRESIDENCIAL

Ya cerca de terminar su quinto y penúltimo año de gobierno, es rotundo que la política de seguridad implantada por AMLO es un fracaso, pero lejos de rectificarla se empeña en ratificarla, con lo cual heredará a quien lo suceda, literalmente, un estado de terror.

La cuenta de los homicidios en lo que va del sexenio supera ya los 162 mil, superando a todo el sexenio de Felipe Calderón, pero queda todavía un año para la muerte, que, de seguir la tendencia, sumará entre 20 mil y 24 mil asesinatos más, casi todos ellos de gente joven, muchos de los cuales sufrirán previamente tortura, como los jóvenes de Lagos de Moreno, Jalisco.

En esta contabilidad macabra de los más de 162 asesinatos, se debe sumar la otra tragedia: hay más de 90 mil desaparecidos, la mayoría de los cuales son ya restos humanos, enterrados en alguna fosa clandestina. El país se nos ha convertido en un gigantesco cementerio, pero AMLO se niega siquiera a recibir a las madres de esos desaparecidos.

Enterrar muertos, después de ejecuciones y de tortura, ayuda a que las cifras oficiales del gobierno de Andrés Manuel López Obrador no se disparen todavía más, y eso lo saben los capos. Tan solo en Jalisco hay al menos 15 mil desaparecidos en los últimos años.

El colmo de la ofensa se ha dado en la “mañanera” del 16 de agosto, en la cual, cuestionado sobre los jóvenes de Lagos de Moreno, hizo un chiste sobre la sordera, cuya moraleja es un hombre que escucha lo que le conviene.

Al día siguiente, después de una crítica unánime y nacional, argumenta que no escuchó a los reporteros y se coloca como la víctima de la “perversidad” de los medios, de la enésima campaña de los malos en su contra, y, por supuesto, se niega a hablar del tema, ni tan siquiera una condolencia.

La fallida política de seguridad del actual gobierno está fundamentada en que la violencia es el resultado de la pobreza y la falta de oportunidades de los jóvenes, quienes son reclutados por el crimen organizado o, sencillamente, delinquen por su cuenta.

La argumentación más simplista que se puede dar sobre el complejo mundo del crimen en México, uno de los países, a nivel mundial, con varias de las organizaciones criminales más sofisticadas que existen.

Una referencia muy superficial al Cártel de Sinaloa, uno de los dos más poderosos del país y a nivel internacional, muestra que su rama más visible, los llamados “chapitos”, hijos del legendario narcotraficante Joaquín Loera Guzmán, alias “El Chapo”, son juniors que crecieron no solo rodeados de lujos, sino de extravagancias; pero esto no sólo les quita, sino que les agrega peligrosidad. No hay ahí muchachos pobres y marginales sin más opción que el crimen para buscarse una forma de vida.

El líder más importante de este mismo Cártel de Sinaloa, Ismael “El Mayo” Zambada, es ya un anciano, pues debe de estar sobre los 75 o 76 años, de quien no se conoce tan siquiera su actual fisonomía. Tiene toda su vida en el crimen y lo más probable es que muera de viejo, sin haber pisado jamás la cárcel. 

El crimen está más empoderado que nunca, y más extendido, lo mismo en Chiapas que en Baja California, en Jalisco o Guanajuato, en Chihuahua o en Guerrero; de facto domina todo el pacífico mexicano, en muchos casos con la complicidad de los gobernadores morenistas, a quienes ayudaron a llegar al poder.

Cuando el Estado quiera recuperar el control porque la situación se vuelva ya insoportable, el sexenio de Felipe Calderón puede ser sólo una antesala de toda la violencia que pueden desatar los capos. Y eso lo podemos pagar todos los mexicanos con sangre, un río de sangre.