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La clase política mexicana: en uno de sus peores momentos

Análisis Político y Social / Slider / 9 octubre, 2022

Por: Gerardo Lozano

El problema con la clase política es que sin importar cuán corrupta, mediocre y podrida moralmente esté, es la que ejerce el poder. Y el que está en el poder es quien dirige al país, con todas las enormes consecuencias que ello implica.

La historia de que vivimos en una democracia y es el pueblo el que decide quién llega y quién no llega al poder es un buen cuento romántico. Las cosas se manejan de arriba hacia abajo, no en sentido inverso. Desde arriba se maquina una manipulación de las masas, y las masas responden a esa manipulación, con razonamientos simples e ingenuos.

De ahí que todos los hombres del poder en este mundo dicen que gobiernan por el pueblo y para el pueblo; no hay uno solo, ni el peor dictador, que diga que está en el poder para hacer lo que le venga en gana, utilizando cualquier procedimiento que haga falta.

Todos los políticos tienen dos características: entran al medio para buscar el poder y, ya en él disfrutarlo, pero además todos afirman que conocen la manera de resolver los problemas y pueden dirigir al país, desde lo más pequeño hasta lo más trascendente. Por lo menos en México, son todólogos y pueden brincar de puesto en puesto, y lo mismo dirigir la educación del país y manejar una compleja empresa de electricidad, que hacer cualquier otra cosa que les permita mantener una posición pública.

REUTERS/Edgard Garrido

UN PERIODO OSCURO

La realidad es tremendamente distinta. Hoy estamos viviendo en México uno de los periodos más oscuros de la clase política mexicana. Hemos tenido, desde que el país existe, problemas con la corrupción de la clase política, pero cada vez aparecen formas nuevas, tan sorprendentes como aberrantes, a lo que se ha añadido la mediocridad; la falta de talento, que hace posible el que cualquier individuo, ya sea hombre o mujer, se convierta en el señor diputado, el señor senador, el señor gobernador y todos los demás tipos de distinciones, sin tener más mérito que el servilismo, la zalamería, el cinismo y la audacia de trepar a un cargo público a la menor oportunidad.

Mientras los problemas y las características del país son más complejas, todo indica que tenemos políticos más mediocres.

Y esto se acentúa porque en las nuevas generaciones la gente de talento, de buena preparación y con aptitudes de liderazgo siente hartazgo por la política, de hecho les repugna y optan por dedicarse a otros quehaceres.

Como decía Charles De Gaulle: si a una multitud le preguntas quién es capaz de manejar un gran avión comercial, uno o dos levantarán la mano si hay suerte, pero si les preguntas quien es capaz de gobernar el país una buena parte de tal multitud levantará las manos.

Si hay que operar del corazón a un enfermo, se necesita un experto que se ha preparado para ello toda su vida y a ello se dedica únicamente; pero si a una maestra que dio clases hace 25 años en una modesta escuela primaria y luego se dedicó a la política para atender quejas ciudadanas por casi toda su vida laboral le ofrecen encargarse del sistema educativo de todo el país, con gran descaro e inmoralidad acepta gustosa, cuando no sería tan siquiera capaz de dirigir una escuela básica.

Eso es lo que acaba de hacer Leticia Ramírez, la nueva secretaria de educación pública, lo mismo que hizo Octavio Romero Oropeza cuando, siendo un ingeniero agrónomo con un perfil más gris que una tarde lagunera con tolvanera, dijo sí a la dirección general de la petrolera PEMEX, todo ello bajo el lema más irresponsable del sexenio: “Eso no tiene mayor ciencia, se trata de cavar agujeros en el suelo”.

La mayoría de los diputados federales de México son impresentables; están para dar vergüenza, y hablamos de todos los partidos políticos. Para el voto sobre la nueva y muy controvertida ley sobre la Guardia Nacional, a los de Morena los encerraron en dos hoteles de la Ciudad de México y luego los metieron en camiones rentados para llevarlos a la Cámara de Diputados, como lo que parecen ser: borregos o ganado vacuno.

El “No gracias, se lo agradezco, pero no me considero calificado para desempeñar ese cargo” no existe para la clase política, mientras que en cualquier periódico del país se pueden leer anuncios como este: “Se solicita secretaria ejecutiva, experiencia mínima de cinco años, dominio del idioma inglés, buena presentación, no mayor de 30 años, buen sueldo, paquete de prestaciones superiores a las de ley e incentivos. Favor de abstenerse si no cumple con los requisitos”.

Para contratar a un ejecutivo, cualquier empresa privada sigue todo un proceso de selección estricto, donde hace toda una evaluación minuciosa a varios candidatos y de ahí escoge al más idóneo, pero si aún así éste no diera resultados, sencillamente lo cambia, aunque eso es más bien algo raro.

En el medio político para buscar una candidata a gobernadora, podrían poner el siguiente anuncio: “Se solicita candidata, experiencia de gobierno no indispensable, antecedentes comprobados de corrupción, estudios básicos de enfermería o cualquier otra carrera básica o universitaria, de preferencia buena presentación y habilidad para la demagogia, parentela amplia y aspiracionista, excelente sueldo más todo lo que se pueda llevar en seis años si gana la elección”.

Salvo muy honrosas y admirables excepciones, la clase política toda parece cortada con las mismas tijeras, por más que el actual presidente de la república repita, una y mil veces: “No somos iguales”. Son exactamente los mismos, sólo que ahora con otro color de camiseta y bajo las siglas de otro partido o lo que sea Morena.

Personajes tan aberrantes como Alejandro “Alito” Moreno, el dirigente nacional del PRI, existen por costales en el medio político. La única diferencia es que a este “Alito” Moreno lo han desnudado en la plaza pública y lo que se ve repugna, pero inclusive la que se ha encargado de desnudarlo por indicaciones del presidente, Layla Sansores, es un personaje tan grotesco en su vida política como el mismo “Alito”.

Si desnudaran a todos los gobernadores que este año dejan el puesto, y los que lo dejaron el año pasado, tendríamos una galería de “Alitos”.

El PRI está moribundo y en apariencia decidido al suicidio. Pero ahora que se ha hecho la primera elección interna de Morena para decidir a sus delegados o congresistas, que serán la base de su estructura orgánica, hemos tenido un espectáculo grotesco, donde hubo de todo: acarreo, compra de votos, intimidaciones, violencia física; de todo. Cuando acabó el proceso aquello apestaba, y es apenas algo así como el bautismo del nuevo partido en el poder.

Para tratar de acallar la crítica y la inconformidad de las verdaderas bases y de la militancia original, repitieron el proceso en al menos seis estados. Lo que surgió de este parto borrascoso fue algo muy parecido al peor PRI que existió alguna vez, sólo que con mucho menos control.

Es la misma clase política, sólo que yendo y viniendo de un partido a otro, sin el menor recato y cuidado de las formas, porque, como se dijo antes, si uno de los dos propósitos esenciales es buscar el poder, pues hay que sumarse a los que están en el poder; sencillamente hacer lo que los crótalos: cambiar de piel y seguir arrastrándose en busca de un nuevo cargo público, todo menos quedar fuera.

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