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Con Claudia Sheinbaum, ¿AMLO sigue los pasos de Lula?

Especiales / 3 julio, 2023

Por: Rodrigo Tejeda

Luiz Inácio Lula da Silva, del izquierdista Partido de los Trabajadores, PT, ejerció la presidencia de Brasil durante dos periodos y lo hizo de una manera exitosa. Para su segundo periodo el problema principal era a quién designar como su sucesor para que el PT continuara en el poder.

Finalmente se decidió por Dilma Vana Rousseff, una experimentada militante de la izquierda, quien entre otros cargos había ejercido como su jefa de gabinete, pero además comenzó a ser presentada como la instrumentadora del principal programa de asistencia social del gobierno de Lula, denominado Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC).

Como su estilo de relaciones era algo rígido, con un lenguaje muy técnico, y no parecía tener el “baño de pueblo” que se necesitaba, Rousseff tuvo que sujetarse a toda una transformación en su estilo personal para poder ser candidata a la presidencia.

Dilma Rousseff tuvo una militancia de izquierda que llevó al extremo, a diferencia de Claudia Sheinbaum, que es una académica que ha llevado una vida bastante cómoda.

Sheinbaum ha sido arropada, primero por su entonces cónyuge, Carlos Ímaz Gispert (un activista de izquierda y miembro del PRD que cayó en desgracia luego de los videoescándalos del empresario argentino Carlos Ahumada), y posteriormente por Andrés Manuel López Obrador, desde el PRD y luego desde Morena y la presidencia.

DILMA ROUSSEFF, SUCESORA DE LULA

En 1970, Rousseff, quien era parte de las brigadas comunistas y de la guerrilla urbana en contra de la dictadura militar, fue sujeta a proceso por un tribunal que le torturó y condenó a tres años de prisión.

De la cárcel sale para continuar sus estudios y seguir militando en la izquierda. En 2001 se afilia al Partido de los Trabajadores y entra en relación con el entonces dirigente nacional, Lula da Silva.

La decisión de escoger a Rousseff parte de la necesidad de Lula por tener una sucesora que le fuera fiel a su proyecto y garantizara la continuidad, como así fue. Sin embargo, las cosas no resultarían como el líder esperaba.

Lula, un político muy astuto, había preparado a conciencia la candidatura de Dilma Rousseff, primero fogueándola en su gabinete (donde inicia como ministra de energías), luego asignándola jefa del mismo y posteriormente convirtiéndola en “la madre del PAC”, que era el programa social más importante del gobierno de Lula. Después, Rousseff lanza el programa “Mi casa, mi vida”, el cual consistía en la construcción de un millón de viviendas para personas de escasos recursos, así como en otras políticas públicas sólidas para la asistencia social.

Todo esto le da a la futura presidenta una importante plataforma política entre la población más pobre de Brasil y la convierte en un referente de la lucha contra la pobreza.

En marzo de 2010 renuncia al gabinete para lanzarse a la campaña por la presidencia, que gana en segunda vuelta con un 56% de los votos, para encabezar el gobierno a partir de 2011, convirtiéndose así en la primera mujer en llegar a la presidencia de Brasil.

Ya en el cargo, le dio continuidad a la mayoría de las políticas públicas implementadas por Luiz Inácio Lula, pero los problemas comenzaron pronto. Lula había conseguido la sede del mundial de futbol de 2014, lo que implicaba la construcción de toda una serie de estadios e instalaciones deportivas que resultaron carísimas, pero además los gastos se salieron de control y hubo fuertes señalamientos de corrupción.

La situación hizo crisis hasta 2016, al abrirse un proceso de denuncias de corrupción, lo que obligó a la renuncia de casi todo su gabinete de ministros.

El 31 de agosto de ese año, Dilma Rousseff fue destituida de su cargo por el Senado, bajo los cargos de maquillar cuentas fiscales y firmar decretos económicos sin aprobación del Congreso, con 61 votos en contra y solamente 20 a favor.

Sería hasta 2022, a sus 74 años, que fue absuelta de los cargos originales por los que se le acusó y destituyó de la presidencia. Hasta la fecha se mantiene retirada de la política.

Con la caída de Rousseff, la extrema derecha brasileña volvió al poder en la persona de Jair Messias Bolsonaro, un militar y político ultraconservador, quien desató toda una serie de controversias y polémicas, no solo nacionales sino también internacionales. Inicia su periodo en 2018 y concluye en 2022.

Trató de reelegirse, pero fue derrotado por el propio Lula da Silva en una muy reñida segunda vuelta y con un país sumamente polarizado.

Lula, quien ha iniciado en este año su tercer mandato de gobierno, es un hombre ya de muy avanzada edad (78 años) y, debido a la polarización y a la fuerza que ahora tiene la derecha brasileña, no tendrá un gobierno fácil, aunque tiene toda la experiencia y la astucia de haber ejercido en dos ocasiones el cargo de manera exitosa.

CLAUDIA SHEINBAUM, SIN SABOR Y SIN BAÑO DE PUEBLO

Luiz Inácio Lula preparó a conciencia la candidatura de Dilma Rousseff, fincándola principalmente en su buen desempeño durante los dos gobiernos que él ejerció, donde se estima que sacó de la pobreza aproximadamente a 25 millones de brasileños, no con dádivas de pequeñas cantidades de dinero en efectivo, como lo hace AMLO, sino con programas de mucho mayor fondo.

Rousseff era, y es, mucho más política y funcionaria pública que Claudia Sheinbaum, cuyo principal activo es su desempeño como jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero con un desempeño muy descolorido, al grado de perder Morena 9 de las 16 delegaciones en la última elección.

Sheinbaum no es una política carismática ni es una líder con recursos y presencia propia, aunque está teniendo un muy fuerte apoyo en los medios de comunicación de alcance nacional a través de Jesús Ramírez Cuevas, el encargado de comunicación de la Presidencia de la República.

Para tratar de ser la primera mujer en la historia del país que ocupa la presidencia, le falta mucho encanto y trayectoria política, pero sobre todo conectar con la población “de a pie”.

La confianza de López Obrador radica en que él, personalmente, dirigirá la campaña por la presidencia, utilizando la estructura de 24 mil “servidores de la nación”, manejados por los doce programas del bienestar, que reparten anualmente un presupuesto que ya está alrededor de los 530 mil millones de pesos.

Su otro recurso es su propia imagen, que se mantiene, por los mismos programas, en niveles altos, que están sobre el 58% de aprobación, popularidad que tendría que trasladar a la candidata, a lo que se sumarían los 23 gobernadores de los estados que gobernará Morena, con todos los recursos que pueden desviar para la campaña, lo que sumaría una cantidad grandísima.

De ahí, la importancia de ganar el Estado de México en la pasada elección del 4 de junio, pues es el presupuesto estatal más alto del país y Delfina Gómez (está comprobado en el caso Texcoco) no tiene problema alguno con sustraer dinero del erario, como sucederá con el resto de los gobernadores morenistas.

La otra apuesta es mantener la alianza con el PT, el PVEM y la tarea de desvío de dinero público que ha comenzado a realizar de forma agresiva Movimiento Ciudadano.

Será una elección de Estado como no se ha visto hasta ahora ninguna, pues está más que demostrado que AMLO no tiene respeto por la ley, nunca lo ha tenido y para demostrarlo sólo hay que revisar su trayectoria política desde Tabasco, pasando por la Ciudad de México y la Presidencia de la República.

Existe la idea de que pueden no solo ganar, sino arrasar, pero está sujeto a muchos factores, varios de los cuales escapan al control de López Obrador, por más poder que haya acumulado. El presidente también tiene pasivos muy altos en áreas sumamente estratégicas del país, los que deberán cobrarle un costo que no está calculando.

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Redacción




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