EDITORIAL AGOSTO 2022
La visita de AMLO a Washington fue, en términos diplomáticos reales, demasiado pobre, aunque haya sido utilizada para propaganda interna, pero los hechos son mucho más contundentes que cualquier historia que se quiera inventar por parte de la 4T.
El presidente no fue alojado en la Casa Blanca, lo que es tradición, más tratándose de un presidente mexicano; tuvo que alquilarse un cuarto de hotel. Tampoco fue invitado por el Congreso, lo que suele ser también un protocolo.
Tuvo un desayuno previo con Kamala Harris, la vicepresidenta, donde debieron tratarse los asuntos que realmente le interesaban al presidente Joe Baden.
En la reunión con el mandatario norteamericano, AMLO habló 36 minutos y el presidente norteamericano apenas 10 y, a juzgar por lo que se vio, estaba más interesado en observar como se grababa la entrevista que en el discurso larguísimo, y leído, del presidente mexicano, quien piensa que por decir algo queda acordado y acuerdos, como tales, no hubo ninguno.
Terminada la entrevista, Joe Baden tomó el avión presidencial para una visita oficial a Israel y Arabia Saudita, dejando solo a AMLO en Washington con un puñado de paisanos “acarreados”, que le gritaban su amor mientras él les dirigía su típico discurso.
Ningún medio de información relevante de los Estados Unidos le dio cubertura a la visita del presidente mexicano. Ninguno.
Lo más llamativo de tal visita, porque es algo unilateral, es que vamos a subsidiar el precio de la gasolina para los norteamericanos que habitan en ciudades fronterizas.
Ya de vuelta, unos días después la DEA, la marina y el ejército mexicano capturaron a Rafael Caro Quintero, el capo que es, desde hace décadas, una obsesión para la DEA norteamericana. La captura es con fines de extradición.
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