Editorial octubre 2019
Para los reporteros es penoso ver lo que sucede con los alcaldes de la región lagunera en cada visita del presidente Andrés Manuel López Obrador.
En medio de un tumulto de gente desordenado que acude a recibir o despedir al presidente en el aeropuerto de Torreón para hacerle algún tipo de petición, los alcaldes de la región, lo mismo panistas que del propio Morena, tratan de abrirse paso entre ese tumulto para también ellos hacerle alguna petición.
Cada vez más presionados por el recorte de presupuestos creen que acercándose al presidente lograrán que éste les brinde algún tipo de ayuda, pero lejos de encontrarla el intento se vuelve penoso, por no decir vergonzoso. Al presidente sencillamente no le interesa lo que pase o deje de pasar con los alcaldes, aún de las ciudades más grandes; lo que él desea es sentirse cerca de lo que él denomina “el pueblo”.
Roba más la atención una mujer que se las ingenia para llegar hasta el presidente y regalarle un perico exótico, sacado de quién sabe qué país y por quién sabe qué medios, que un presidente municipal que se queda entre “el pueblo”, del cual es el más inmediato representante, con una carpeta bajo el brazo, relegado, impotente.
Esto le ha pasado a Marina Vitela, de Morena, como también le ha pasado a Jorge Zermeño, del PAN, no hay distingos.
El 22 de octubre un grupo de alcaldes (el conteo de los medios va desde 80 -Reporte Índigo- a 300 -El Siglo de Torreón-) del PAN, PRI y PRD, entre ellos Jorge Zermeño, protestaron fuera de Palacio Nacional, en la ciudad de México, exigiendo un mayor presupuesto para infraestructura y para seguridad pública, pero lejos de abriles las puertas y atenderlos, los guardias de seguridad los gasearon con gas lacrimógeno.
Unas semanas antes nadie tocó a los grupos de manifestantes que protestaban en el centro de la capital, “porque no hay que usar la violencia”.
AMLO no sólo no condenó el hecho de semejante trato, sino que lo justificó y afirmó que esos alcaldes eran sus adversarios o, en otras palabras, sus enemigos, que fueran a la Cámara de Diputados, pues en Palacio Nacional no era el lugar para hacer esas peticiones y, de paso, les dio lecciones de austeridad y de apretarse aún más el cinturón.
El problema es que la abrumadora mayoría de los alcaldes del país no son de Morena, lo que en consecuencia los hace adversarios y a los adversarios se les trata con gas lacrimógeno.
¿No le parece que ya es hora de reconocer que tenemos un problema y este tiende a emporar con el paso de los meses?
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