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Los capos mexicanos: paraíso e infierno

Especiales / Especiales Principal / Slider / 9 octubre, 2022

Por: Álvaro González

Joaquín “El Chapo” Guzmán salió de una alcantarilla, pestilente, empapado de inmundicia y, al menos en la versión oficial, cuando creía que ya había escapado fue capturado por un modesto policía municipal y entregado a las fuerzas federales.

Poco tiempo después fue extraditado a Estados Unidos y, después de un juicio cubierto por todos los medios de comunicación, fue condenado a pasar el resto de su vida en una prisión del estado de Colorado; una fortaleza inexpugnable llamada “el Alcatraz de las Rocallosas”, donde su vida transcurre en una austerísima celda, donde sólo puede ver el cielo a través de una estrechísima ventana en vertical.

Tiene hoy 65 años de edad. Un final penoso para unos de los capos más poderosos y legendarios que ha tenido el mundo del hampa en México, que gozó momentos que alcanzaron un nivel de película de acción y suspenso, incluidas dos fugas, la última de un penal de máxima seguridad, a través de un procedimiento espectacular.

La primera fuga, ocurrida en 2001, le permitió vivir libre hasta el 2014, trece años, en los que alcanzó la cúspide de su carrera delincuencial y de su fama. Volvió a la cárcel, se volvió a escapar y fue recapturado después de arrastrarse por las cloacas del drenaje.

Se cumplió así la máxima de que capo que se vuelve famoso y rompe los límites tolerables por el estado, termina en la cárcel o muerto.

Joaquín “El Chapo” Guzmán cometió los dos errores y vivirá el resto de su vida en un agujero carcelario, después de haber sido uno de los criminales más poderosos y ricos del mundo. Tal vez le sobraba audacia, brutalidad y hasta cierta astucia general, pero finalmente era un campesino, a quien le faltó la inteligencia y las formas para saber sobrevivir al largo plazo.

Se permitió errores tan elementales como el dejarse llevar por el vicio de poseer mujeres, al invitar a su territorio de seguridad a la actriz Kate del Castillo, acompañada de un actor estadunidense famoso. En su fantasía imaginaba a la actriz como si fuera el personaje de ficción que interpreta en las series de narcos de Neflix. Violentó su cerco de seguridad y fue capturado apenas unos días después.

EL JEFE DE JEFES

En los años ochenta del siglo pasado, Miguel Ángel Félix Gallardo era el jefe del llamado Cartel de Guadalajara, entonces la organización criminal más poderosa del país, formada por varios narcotraficantes originarios de Sinaloa; un equipo realmente temible, muchos de cuyos integrantes perdurarían por décadas o incluso algunos siguen en posiciones sumamente importantes.

Era el “jefe de jefes”, en quien está inspirado inclusive el conocido corrido del mismo nombre.

Era un líder mafioso competente, astuto, que acumuló una fortuna valuada en cerca de 500 millones de dólares de la época. Todo iba tan bien que perdieron la proporción, se comenzaron a hacer demasiado visibles y con ello vinieron los errores, lo que atrajo la atención de la DEA, entonces una organización deseosa de cobrar notoriedad y poder dentro del sistema judicial estadunidense.

Ante la presión de la DEA vinieron los errores mayores. Félix Gallardo perdió el control de algunos de los integrantes del cártel, como Rafael Caro Quintero, el más agresivo y descuidado de ellos, quien incluso se había enredado en un romance con una adolescente de nombre Sara Cossio, hija de una de las familias más influyentes de Guadalajara.

El error capital fue el asesinato de Kiky Camarena, agente de la DEA, a quien previamente torturaron. En apariencia, el autor material directo fue Rafael Caro Quintero, pero Miguel Ángel Félix era el “jefe de jefes” y no lo impidió.

Pese a la enorme corrupción que repartían a todos los niveles gubernamentales, el estado no tuvo más alternativa que descabezar el cártel, aprendiendo al propio Miguel Ángel Félix, a Rafael Caro Quintero y a Ernesto Fonseca, “Don Neto”, entre otros.

Al “jefe de jefes” le fue incautada casi toda su fortuna y sentenciado a 76 años de cárcel, en dos condenas, de 40 y 36 años cada una.

Aunque era más inteligente y astuto que un Joaquín “El Chapo” Guzmán, perdió el control de la organización y cometió errores graves para un mafioso de su nivel; imposible sobrevivir al largo plazo.

Hoy, a los 76 años de edad y después de haber permanecido 32 años encarcelado, se las arregló para aparecer en una entrevista pública para la televisión, donde se muestra hecho un desastre físico: casi ciego, casi sordo, con un listado de 22 enfermedades (es posible que se esté exagerando por razones obvias), donde se dirigió al presidente Andrés Manuel López Obrador para dar lástima sobre su condición y pedir que se le concediera pasar los últimos años de su vida en prisión domiciliaria.

De aquel capo de los años ochenta: alto, delgado, elegante, con una mirada incisiva de halcón, lo que hoy queda, literalmente, son los despojos; un anciano muy enfermo que recurre a la lástima para irse a su casa y, todo indica que lo ha logrado, y terminará sus días en su casa, con un brazalete electrónico en uno de sus tobillos.

La frase proverbial de que “el crimen no paga” se cumplió en él de forma cabal.

Las historias se repiten, una tras otra y son similares: el paso del paraíso al infierno por parte de los grandes capos del crimen organizado. Ismael “El Mayo” Zambada, uno de los integrantes de aquel Cartel de Guadalajara de los años ochenta, es el único que ha llegado a viejo en activo y, en apariencia, es el actual líder del llamado Cartel de Sinaloa.

“El Mayo” ha sido un capo que ha manejado un bajo perfil, que se maneja con una estricta reserva y sobre quien se sabe muy poco; no acapara la atención y no extralimita ciertos territorios y zonas de poder. Hoy tiene, de acuerdo a los registros oficiales, 74 años de edad, lo que indica que es muy probable que puede terminar su vida en libertad y operando, lo que le convierte en un caso de excepción, pues toda su generación ya murió o está en la cárcel.

LOS CAPOS ANÓNIMOS

Pero, contra el dicho, hay capos endemoniadamente astutos para quien el crimen sí paga, y paga bastante bien.

Es tan gigantesco el negocio del narcotráfico y del crimen organizado en México, que sus beneficios alcanzan a muchos criminales que no son famosos, que no están en la punta, que se saben manejar de tal forma que amasan fortunas, viven suntuosamente pero a discreción y así llegan a viejos y heredan esas fortunas, previamente “lavadas”.

Y son precisamente los grandes “lavadores” de dinero los que parecen disfrutar más de las gigantescas ganancias del crimen. Muchos pasan inclusive por respetables empresarios, políticos y abogados, entre otras fachadas.

Hace dos años, de visita en Sinaloa, me tocó asistir de manera circunstancial a un festejo que me dejó impresionado.

Era el festejo de aniversario de un hombre que cumplía 75 años de edad; un hombre de aspecto muy ordinario que, puesto en cualquier lugar público, debe pasar desapercibido: ni alto ni bajo, ni blanco ni muy moreno, pelo cano, más bien delgado, sin ningún rasgo físico sobresaliente, a no ser un acento inconfundible de la gente de Sinaloa.

El festejo comenzó el sábado por la mañana y terminó el domingo hasta muy entrada la noche. Aquello era en un rancho donde no había menos de 500 invitados, por lo bajo. El lugar había sido acondicionado con una meticulosidad artesanal, impecable, como si fuera una feria íntima, exclusiva.

Hubo carreras de caballos, pelea de gallos, una banda de música permanente, en una sucesión ininterrumpida de dos días. La comida estaba dispuesta en un pasillo con puestos alineados y adornados con papel maché, cada uno de ellos con comida típica diferente, que incluía tamales, barbacoa, birria, cortes de carne, pollo colorado, postres variadísimos, de todo. Al frente de todo un tendido de mesas y sillas decoradas y con servicio de bebidas, para todos los gustos, desde cerveza hasta whisky.

En la parte lateral había otro gran pasillo con juegos de la suerte, como los de una feria, solo con la diferencia de que eran gratis y era mucho más fácil obtener premios. Raro el que no se llevaba algo.

Todo era alegría y jolgorio, hasta que el cuerpo aguantara. Todo aquel que estuviera demasiado pasado de copas era cuidadosamente retirado por el equipo de seguridad, nada de gritos y escándalos, sólo fiesta.

Impresionante el evento, pero ¿quién era el festejado? Preguntando a discreción, con sumo cuidado, todo lo que pude saber es que era un mafioso, un capo, que tiene toda su vida dedicado al negocio. Preguntar más, me advirtieron quienes me invitaron, además de riesgoso no tenía mayor caso; de hecho, cada vez que aparecía, que fueron sólo dos veces en el tiempo que estuvimos en el festejo, saludaba a todo mundo y preguntaba si se la estaban pasando bien, si algo les hacía falta, si deseaban algo más. Era como un político de la vieja guardia, de cuidadosos modales. Lo más prudente parecía no andar por ahí haciendo preguntas indiscretas.

¿Cuántos de estos capos hay? ¿Quiénes son importantes en el negocio y no aparecen públicamente nunca como tales? ¿Cuántas empresas del país manejan capitales del crimen y pasan perfectamente como empresas ordinarias?

Sólo como un ejemplo: dónde está la fortuna de “El Chapo” Guzmán ahora que está en la cárcel, porque los fiscales estadunidenses, que se sepa oficialmente, no le encontraron nada; lo que significa que toda su fortuna está una parte en México y la otra repartida en otros países.

¿Y el listado de narcopolíticos, narcomilitares, narcoabogados, narcogobernantes? Todos ellos parecen bien protegidos detrás de una cuidadosa fachada; son maestros de la coreografía y del maquillaje, sólo el capo que se hace famoso como tal va a la cárcel o termina muerto de forma violenta.

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