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¿Quién es realmente AMLO?

Especiales / Slider / 10 abril, 2023

Por: Rodrigo Tejeda

Una de las cosas que enseñan los años en el periodismo es que pronto entiendes que el lenguaje de los políticos requiere de una interpretación, pues, con muchísima frecuencia, mienten, así que es mucho más confiable atenerse a los hechos concretos donde no hay cabida para la mentira.

Detrás de lo que digan o dejen de decir, los políticos son decididamente pragmáticos, de ahí que lo que realmente piensan no necesariamente lo dicen, o no hay una relación directa entre ambas cosas, a diferencia de sus actos, que sí están en una mayor relación con sus verdaderas ideas o pensamiento.

Esto quiere decir que en este caso no sirve para nada la máxima de los rotarios: que hay que tener coherencia entre lo que se piensa, se dice y se hace.

Cuando Venustiano Carranza conoció a Francisco I. Madero y posteriormente este llegó a la presidencia de la república, profetizó: “A Panchito lo van a matar”, y lo mataron, porque Madero, además de no ser un político, era un beato, y un beato en esas circunstancias tormentosas de la revolución no podía terminar sino muerto. Y es que Madero no era un hombre apto para el ejercicio del poder, aunque a muchos les debe sonar a una ofensa el tan solo decirlo, pero basta leer a cualquiera de sus biógrafos para darse cuenta de ello.

Tampoco Francisco Villa era un político sino un guerrero, quien tuvo la intuición de no pretender el poder político, pero, por aquello de las malditas dudas, un político lo mandó asesinar, para deshacerse del peligro que, en su imaginario o en la realidad, representaba.

Hoy estamos ante la figura de Andrés Manuel López Obrador y en la complicada tarea de descifrar una personalidad que parece plagada de claroscuros, en medio de los cuales hay que navegar para tratar de entenderlo y, sobre todo, prever hacia dónde se dirige como gobernante, cuando ya está en el quinto y penúltimo año de su periodo.

Como estamos en medio de una gran polarización, hay, en apariencia, tres tipos de percepciones: los amlovers o fanáticos del tabasqueño, quienes repiten, como el perico de la jaula en el jardín, lo que él dice y como él lo dice, sin ninguna reflexión, sin análisis y sin asumir una postura propia, ya sea porque les está llegando una ayuda económica, porque están decepcionados de todos los gobiernos anteriores o por simple flojera.

Enfrente se encuentran los antiamlo, que son opositores, quienes van desde lo recalcitrante a lo moderado. Los recalcitrantes también son como el perico de la jaula en el jardín: repiten consignas y posiciones radicales, pero los moderados se lo han pensado con más detenimiento y ofrecen argumentos, tanto en torno a la persona de AMLO como al desempeño de su gobierno.

En un tercer grupo, que no parece todo lo grande que debiera, habría que colocar a quienes hacen un esfuerzo por reflexionar en torno al perfil real de AMLO, a sus actos de gobierno y a su ideología y discurso político, para tratar de fijar una postura crítica, razonada, que tenga algún tipo de sustento serio, o por lo menos una consistencia por obligación profesional.

LOS PRINCIPALES RASGOS Y CONTRADICCIONES

¿Quién es entonces realmente AMLO?

Se puede comenzar por establecer que AMLO es un masón. ¿Con qué jerarquía dentro de esta organización semi secreta y que tuvo su apogeo en el siglo XIX en México?, no se sabe, pero hoy que es presidente debe de haber ascendido al máximo grado honorario de gran maestro.

De esta filiación se desprende gran parte de su discurso y de su narrativa histórica, como esa insistencia hasta el hartazgo de clasificar a todos sus adversarios, reales o imaginarios, de “conservadores”, lo que, en los términos del periodo juarista, se entendía como católicos, monárquicos, defensores de la tradición española y de los privilegios de las clases adineradas y admiradores de la cultura europea.

Esto explica el absurdo pleito con España; el considerar a los panistas y a la derecha mexicana como sus principales adversarios; el enorme recelo, que no puede manifestar, hacia la iglesia católica y también el recelo hacia los grandes países desarrollados y capitalistas, de los cuales sólo ha visitado Estados Unidos y más por obligación que por ganas o convicción.

Su admiración por Benito Juárez es ciega, pero no deja de estar plagada de contradicciones.

Lo siguiente en importancia, que pareciera demasiado obvio pero es muy relevante, es su condición de tabasqueño. Y lo es porque en buena medida trata de entender a México desde la visión de un tabasqueño típico, mestizo, pero tabasqueño.

Esto influye en tres aspectos: su convicción indigenista (su primer trabajo fue en una comunidad indígena del sur profundo), su idea del petróleo y en consecuencia de Pemex y el haber absorbido a su manera la tradición socialista del movimiento de “las camisas rojas” de Tomás Garrido Canaval, un movimiento radical ligado a Plutarco Elías Calles cuya violencia terminó con la carrera de este influyente personaje tabasqueño, que fue exiliado por Lázaro Cárdenas, quien lo había hecho inicialmente ministro de agricultura.

Un tercer antecedente muy relevante es la formación de AMLO en el PRI, cuando el PRI era la “dictadura perfecta” y entró en su periodo populista. Desde su salida de la universidad hasta ya muy entrado en los treintas, casado, con un hijo, ocupó siete cargos entre partidistas y gubernamentales, uno de los cuales fue el de capacitador de nuevo cuadros para el PRI.

Militó en el viejo partido desde los 22 hasta los 35 años, todo su periodo juvenil, algo que en definitiva marca su ideología y su forma de entender la política.

La influencia del periodo de Luis Echeverría y de José López Portillo se manifiestan a través del llamado nacionalismo revolucionario y del populismo.

SU PERSONALIDAD Y SU CARRERA POLÍTICA

Entre los rasgos más sobresalientes de su personalidad que ha mostrado en la vida pública, destaca su carácter rijoso, conflictivo, lo que le fue de mucha utilidad como militante de izquierda dentro del PRD, donde estuvo desde 1988 hasta el 2012 (24 años), en los que pierde la gubernatura de Tabasco, lo que le lleva a un movimiento de rebeldía. Posteriormente en el 2000 logra ser electo como gobernante de la Ciudad de México, lo que emplea como plataforma para tratar de ser presidente de la república en 2006 y 2012.

En este periodo muestra ya una tendencia autoritaria, donde se evidencia poco respeto a las instituciones y a la ley si esta no obedece a sus propósitos. También aflora una vena poco democrática y cierta megalomanía.

La elección de 2006, donde pierde la presidencia por sus errores políticos y la corrupción por parte de algunos de sus colaboradores más cercanos, lo marcó en su carácter, convirtiéndolo en un político y una persona cargada de rencores. Su animadversión hacia políticos como el ex presidente Felipe Calderón es insana, enfermiza.

Después de este proceso electoral comienza a tener problemas de salud y tiene cambios importantes en su vida privada, como el fallecimiento de su primera esposa. Al volver a perder la elección presidencial en 2012 se agravan sus problemas de salud y, un año después, sufre un infarto que estuvo a punto de costarle la vida.

Al ganar finalmente la elección presidencial en 2018, tenía ya 65 años de edad, estaba mermado físicamente, pero mantenía intacto el carisma que le ha acompañado siempre y una verbosidad extraordinaria; sin embargo, llega también con mucho de una idiosincrasia vieja, donde se mezclan su mentalidad masónica, sus orígenes y formación tabasqueña y su identificación con el nacionalismo revolucionario priista y el populismo del periodo echeverrista, todo lo cual conforma su mundo y su imaginario sobre lo que debe ser México, que, en muchos aspectos, no tiene nada que ver con el México de hoy y con el escenario internacional que le tocó.

Sus dos slogans fundamentales: la lucha contra la corrupción y la opción por los pobres, a los que el llama “el pueblo”, son impecables y abordan los dos problemas más críticos del país; esto explica sus niveles de popularidad, pero además ha lanzado más de 10 programas asistenciales que operan como transferencias directas de dinero en efectivo, lo que le asegura soportar su popularidad con el reparto de dinero. Estos programas pudieron ser muy acertados, si no los hubiera convertido en universales y clientelares, pues una gran parte de quienes lo reciben no lo necesitan y, al mismo tiempo, una gran parte de quienes sí lo necesitan no lo reciben.

La lucha contra la corrupción ha sido selectiva, escasa y no ha propiciado un cambio en la cultura de la administración pública del país; por el contrario, estamos ante uno de los gobiernos menos transparentes y discrecionales en el ejercicio del gasto público.

Para afianzar su poder personal y bajo la consigna de instalar a su grupo en el control político del país por un periodo indefinido, le ha dado al ejército y en general a las fuerzas armadas del país un protagonismo enorme y peligroso, pero al mismo tiempo ha sido incapaz de resolver el problema de la seguridad pública.

EL CAUDILLISMO Y EL CLASISMO

La idea de grandiosidad y una egolatría que busca la trascendencia histórica le han llevado a una sobre concentración del poder en su persona, al caudillismo y a una toma de decisiones improvisadas, por las cuales busca cambiar en un solo periodo sexenal lo que requiere varios, algo que lleva a la improvisación de toma de decisiones muy importantes y a la ineficiencia, cuyo reflejo se ve en sectores tan delicados como la educación, la salud, la seguridad pública y la economía.

Es cierto que en lo personal no le interesa la riqueza, y eso es muy importante, pero su apetito y su obsesión son el poder, lo cual puede ser muy peligroso. En México, o más concretamente en su cultura, existe cierta fascinación por la figura del caudillo, del líder carismático y demagogo, lo que está muy arraigado entre los medios populares, y él lo sabe y lo explota, acercándose cada vez más a la pérdida del sentido crítico y de realidad.

En una postura delirante, AMLO ha ofendido y subestimado a la clase media del país, que de acuerdo a los últimos datos del INEGI, correspondientes a 2020, está compuesta por 47 millones 201 mil 616 mexicanos, más del 40% del país, en lo que los politólogos consideran como uno de sus más grandes errores políticos, pues además él mismo AMLO ha sido toda su vida un clasemediero.

La clase alta no cuenta electoralmente, pues son apenas 1 millón 23 mil personas a nivel nacional, pero la clase media debe ser el referente del desarrollo para un país como México, el referente de a dónde se desea encaminar.

Si se sigue el postulado marxista de la dinámica de la lucha de clases, en México sólo hay ricos y pobres y hay que enfrentarlos; de ahí saldrá la transformación social. Pero en México hay una  clase media muy extensa y ni el propio Lázaro Cárdenas se atrevió a emprender una lucha de clases, algo que sí está en el discurso diario de AMLO y eso es muy delicado para el país.

EL SIGNO DE LA CONTRADICCIÓN

En resumen, AMLO representa una personalidad compleja, en buena medida porque es muy contradictoria. Su credo masónico muchas veces no encaja con el liberalismo. Su populismo y su opción por los pobres con frecuencia se contradice con una ideología de izquierdas moderna y eficaz. Su lucha contra la corrupción se cumple en su persona, pero no en quienes le rodean. Su idea de renovación o transformación del sistema político choca con muchos de sus compromisos reales y las prácticas heredadas del viejo priismo de los años setenta. Su preocupación por el indigenismo parece peleada con el cuidado del medio ambiente. Su idea de cambio parece más un cambio hacia atrás que uno hacia las nuevas tendencias políticas y económicas del mundo actual. Su austeridad, e inclusive tacañería, que desaparece instituciones se pelea con el despilfarro en obras suntuarias y poco rentables, en programas que no funcionan y tiran el dinero público. Su lema cristiano de amor y paz se contradice con un discurso ofensivo, intolerante y burlesco hacia todo lo que considera como oposición. Su incansable prédica de que él y su gente son diferentes se contrapone por una tendencia a mentir diariamente y contradecirse en asuntos cada vez más delicados, protegiendo la ineptitud y trapacería de muchos de sus más cercanos colaboradores.

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