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Perder por paliza. Arte y entretenimiento

Cultura / Cultura Principal / 7 marzo, 2023

Por: Daniel Herrera

La noche del 25 de febrero de 1830, durante el estreno de la obra “Hernani”, hubo un enfrentamiento entre dos bandos dentro del Théâtre-Français en París. Por un lado, los románticos guiados por Víctor Hugo, por el otro, los clásicos, más cercanos a la academia, a la burguesía y a la aristocracia. El choque no fue tan rudo como ha sucedido en la historia del teatro en otras épocas, pero fue fundamental para dejar en claro qué era el romanticismo y cómo sería el arte desde esa noche en adelante.

Los románticos, enfrentaron al bando contrario con gritos y burlas, incluso se agarraron a golpes. Después de tres días, el teatro limitó la cantidad de jóvenes que podían entrar a ver la obra, pero eso no fue suficiente. Al final, la fiereza romántica se impuso y la obra se convirtió en el tema preferido de la sociedad parisina por varios meses. La pregunta en el aire era: ¿el arte debía seguir el canon o debía renovarse en un nuevo camino?

Unas noches antes del estreno, Víctor Hugo azuzó a sus amigos para lograr que su obra fuera un éxito y esta nueva visión artística reinara en los teatros. Lo logró, aunque le costó que muchos se burlaran de su obra y que incluso las parodias surgieran aquí y allá.

Hace unas semanas, Shakira y Miley Cyrus lanzaron, cada una por su lado, una canción de desamor. La de la colombiana acompañada de Bizarrap, un productor argentino que se especializa en reguetón y hiphop y que trabaja desde una habitación. Se ha convertido en un referente de la música urbana actual y sus videos suman millones de visitas. Shakira, en su eterna búsqueda por el número uno y mantenerse en el gusto de la juventud, se decidió por un reguetón en clave tiradera o, como es la vieja tradición del hiphop, aventar mierda hacia sus objetivos de la forma más explícita posible para mostrar que ella es la ganadora del enfrentamiento. Su canción obtuvo 14.31 millones de reproducciones en Spotify durante las primeras 24 horas. Un éxito que ha sabido capitalizar vendiendo productos que hacen referencia a la letra.

Miley Cyrus, por su parte, grabó un sencillo pegajoso con una base bailable y funk y una letra de empoderamiento femenino después de una ruptura. En “Flowers”, Miley afirma que puede amarse mejor a ella misma que su antigua pareja. Junto a la canción, lanzó un video donde pasea por una mansión estadounidense y demuestra, a través de un entrenamiento físico extenuante, que es una mujer poderosa y que es feliz en su soledad. El discurso de la canción está lejos del de Shakira, Miley no tira mierda, en cambio, llama al amor propio. El resultado es el mismo, ambas canciones llegaron pronto a la cima de las listas que evalúan quiénes venden más dentro de la música pop.

Las redes y el Internet completo le dedicaron por corto tiempo, pero con mucha intensidad, una discusión sobre las canciones de ambas cantantes. Más allá de calificar la calidad de las dos, lo interesante fue el debate que produjeron. Un debate que duró poco, como todo lo que sucede en estas épocas.

A mediados de febrero, el gobierno municipal de Torreón, junto al Museo Arocena, al Museo del Prado y otros patrocinadores, decidieron montar en la plazuela Juárez una exhibición de reproducciones de obras insignes del museo madrileño. Este esfuerzo por llevar el arte a las calles y a los ojos del transeúnte común es encomiable y bien vale la pena ir a verlo más de una vez.

El asunto es la pregunta que me asalta: ¿es suficiente? ¿Puede el arte cambiar a la sociedad?

Cuando cito el escándalo de Víctor Hugo y sus seguidores y luego el de las cantantes pop y sus canciones chisme, no lo hago sólo porque sí. Quiero encontrar el momento y porqué el arte dejó de funcionar como un tema fundamental en la sociedad y el entretenimiento tomó su lugar.

Y no es que aquí afirme que “Hernani” sea una de las grandes cumbres del teatro romántico, nada más lejano, es una obra menor del francés. A lo que voy es cómo, durante el siglo XX, el más vacío entretenimiento a través de los medios se convirtió en los temas a seguir para la sociedad.

De nuevo, no es esta una queja moralina; el entretenimiento siempre ha existido y por mucho tiempo vivió de la mano del arte. El asunto es que vivimos en un circo de múltiples pistas en donde un nuevo escándalo sustituye al anterior y apenas alcanzamos a fijar la mirada. Esta inmediatez no permite que el arte pueda transformar al ser y, por lo tanto, a la sociedad. Si algo he visto en la plazuela Juárez es la ansiedad por continuar. Los paseantes pasan de un cuadro a otro, más otro. Avanzan rápido y no hay una intención por detenerse y escudriñar lo que se está viendo.

El arte no es un scroll down para ver la siguiente obra. No hay un dedo pulgar en constante movimiento. Para que funcione requiere tiempo y reflexión.

Frente al eterno girar del primer motor inmóvil que es el entretenimiento, el arte casi no tiene oportunidad. No veo cómo podremos cambiar el mundo con él, sólo un lento desvanecerse ante la carretera construida con pantallas de este nuevo presente ultraconectado.

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