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Los demagogos matan la democracia

Análisis Político y Social / Slider / 12 diciembre, 2022

Por: Agencias/Redacción

La opinión que Platón tenía de la democracia no era muy favorable.

Si estuvieras en medio del océano en un barco, ¿qué harías:

  1. convocarías una elección para ver cómo pilotear el barco o…
  2. tratarías de averiguar si hay alguien a bordo experto en hacerlo?

Si escogiste B, presuntamente piensas que los conocimientos especializados son útiles en este tipo de situaciones… no quieres que meros aficionados estén adivinando qué hacer cuando se trata de asuntos de vida o muerte.

¿Y qué opinas cuando se trata de quienes pilotean el gran barco que es el Estado?

Está escrito en la forma de una serie de diálogos, entre ellos una conversación entre Sócrates, su maestro, y algunos amigos sobre la naturaleza de los regímenes y las razones por las cuales uno es superior a otro.

En ella queda en evidencia que su opinión sobre la democracia -en griego “el gobierno del pueblo”- como proceso para decidir qué hacer, era poco favorable.

Incluso votar por un líder le parecía arriesgado pues los electores eran fácilmente influenciados por características irrelevantes, como la apariencia de los candidatos, no se daban cuenta de que se requieren calificaciones para gobernar, así como para navegar.

“Los expertos que Platón quería al timón del buque del Estado eran filósofos especialmente entrenados, escogidos por su incorruptibilidad y por tener un conocimiento de la realidad más profundo que el común de la gente”, explicó el filósofo Nigel Warburton en la serie BBC History of Ideas.

CRACIA

En esa forma de gobierno era la aristocracia -en griego “el gobierno de los mejores”-, donde unos pocos se pasarían la vida preparándose para el liderazgo, los que se encargarían de dirigir la República, de modo que pudieran tomar decisiones sabias para la sociedad.

“Aunque sus puntos de vista eran indiscutiblemente clasistas, Platón creía que esos aristócratas gobernarían desinteresada y virtuosamente”, explica la filósofa Lindsey Porter en una animación de BBC Ideas.

Sin embargo, esta sociedad ideal estaría en constante peligro de derrumbarse.

“Anticipó que los hijos de los hombres sabios y educados se corromperían con el tiempo por los privilegios y el ocio, que terminarían preocupándose únicamente por la riqueza, y la aristocracia se convertiría en una oligarquía, que en griego significa ‘el gobierno de unos pocos'”, señala Porter.

Estos nuevos gobernantes ricos y mezquinos estarían obsesionados con equilibrar el presupuesto. La austeridad dominaría y la desigualdad aumentaría.

A medida que los ricos se hacen cada vez más ricos, cuanto más piensan en hacer una fortuna, menos piensan en la virtud“, escribió Platón.

Al crecer la desigualdad, los pobres incultos terminarían superando en número a los que son acaudalados.

Eventualmente, los oligarcas serían derrocados y el Estado colapsaría en una democracia.

¿COLAPSARÍA?

Para nosotros, tan acostumbrados a escuchar alabanzas a la democracia, suena rara la idea de que en ese recuento de gobiernos que se hunden de formas superiores a inferiores, ocupe el tercer lugar, después de la aristocracia y la oligarquía.

No sólo eso: en la “República”, el Sócrates imaginado por Platón señala que esa democracia, una “forma agradable de anarquía“, a su turno, como cualquier otro régimen, se derrumba por sus propias contradicciones.

Al igual que de la aristocracia nacería la oligarquía y de ésta, la democracia, ese “gobierno del pueblo” a su vez daría luz a la tiranía.

Esto porque, así como la búsqueda ciega de la riqueza ocasiona una sed de igualdad, “el deseo insaciable de libertad ocasiona una demanda de tiranía“.

Aquí va otro concepto difícil de concebir: el exceso de libertad. Básicamente, la idea es que una vez que la gente tiene libertad, quiere aún más.

Si la libertad a cualquier precio es el único objetivo, se produce un exceso de libertad que genera un exceso de facciones y una multiplicidad de perspectivas, la mayoría de las cuales están cegadas por intereses estrechos.

Quien desee ser líder debe entonces halagar a esas facciones, complacer sus pasiones, y ese es un terreno fértil para el tirano, que manipula a las masas para “dominar la democracia“, según Platón.

Es más, esa libertad ilimitada degenera en histeria colectiva. Es entonces cuando la fe en la autoridad se atrofia, la gente se inquieta y cede a un demagogo estafador que cultiva sus miedos y se posiciona como protector.

NO OBSTANTE…

Los antiguos atenienses tenían una democracia directa, así que el electorado votaba casi todo. Básicamente, referendos interminables.

“Hoy en día hay muchas instituciones a la mano que no existían en la época de Platón: la democracia representativa, la Corte Suprema, leyes de Derechos Humanos, educación universal…”, señala la filósofa Lindsey Porter.

“Sirven de salvaguardas para controlar el gobierno de una multitud desconsiderada”, añade.

Sin embargo, en los últimos años, la emergencia de líderes del estilo de Donald Trump han hecho resonar las advertencias de “La república” entre varios analistas, entre ellos el comentarista político Andrew Sullivan, quien en 2017 le dio voz a sus cavilaciones en un impactante video de BBC Newsnight.

Con Platón como su estrella polar, resalta que este tipo de personajes “suele ser de la élite pero está en sintonía con la época. (…) Se apodera de una turba particularmente obediente y tildando de corruptos a sus pares ricos (…).

Finalmente, se queda solo, ofreciéndole a los ciudadanos confundidos, distraídos y autoindulgentes una especie de alivio de las interminables opciones e inseguridades de la democracia (…) y se ofrece a sí mismo como la respuesta personificada a todos los problemas.

Y con el público emocionado por él como una posibilidad de solución, una democracia voluntaria e impetuosamente se autoanula.”

PERO HAY ALGO MÁS

Para la filósofa Porter hay algo más que destacar.

Aunque la idea de ser gobernados por aristócratas nos haga ruido, de fondo lo que estaba deseando era un liderazgo de personas desinteresadas en los placeres vagos, pues así serían incorruptibles y, gracias a su educación, tomarían decisiones sabias destinadas a la virtud.

Líderes que se preguntarían constantemente: “¿Cuál sería el curso de acción más justo y prudente? Esa es la clave para Platón: tomar decisiones justas, prudentes y sabias. Que gobernara la virtud, no la pasión”.

MÉXICO: EL DEMAGOGO Y EL POPULISMO

Las reflexiones del gran filósofo griego en torno a los regímenes políticos surgen de sus observaciones sobre la primera democracia del mundo occidental. Desde entonces han pasado milenios y toda una diversidad de regímenes políticos, pero hay una reflexión que sigue manteniéndose como vigente: la muerte de la democracia se da a manos del demagogo, aprovechando los defectos y limitaciones de la misma.

Para tratar de entender el fenómeno que es Andrés Manuel López Obrador en México, habría que partir del paso de una oligarquía que se destruye y se convierte en un régimen mixto de democracia limitada y autoritarismo, donde el pueblo goza de ciertas libertades y derechos, pero no goza plenamente del poder de elegir realmente a sus gobernantes, lo que fue el PRI hasta el año 2000.

De ahí pasamos a un periodo democrático que está en proceso de maduración, donde, lamentablemente, se instala la corrupción de la élite política y empresarial, cierta anarquía y desorden por la inconsistencia de las instituciones y, algo muy importante, la incapacidad del estado para establecer un estado de derecho que le dé garantías y beneficios a toda la población.

Aparece entonces la figura del demagogo, que llega al poder no con la intención de combatir los defectos de esa democracia inmadura, en proceso de consolidación, sino de satisfacer la frustración, la histeria y los intereses estrechos de una gran diversidad de grupos, facciones y sectores de la población a quienes no les conviene la democracia: están decepcionados de ella, tal como la conocen.

El demagogo se presenta como la solución de todos los males y se erige como la voluntad del pueblo, el que está embelesado con sus promesas y sus pequeñas dádivas, pero comienza a manipular el poder y a minar las instituciones que permiten hacer viable una verdadera democracia moderna, porque él mismo no es demócrata ni cree en esas instituciones.

Pero el demagogo, a medida que desmantela la democracia, va imponiendo un régimen autócrata, donde él concentra todo el poder, sin importar los medios y el tipo de personas que utilice para ello.

La anarquía y la debilidad del estado de derecho permiten el reclamo del autoritarismo o de figuras de fuerza por una parte de la población, de ahí que el autócrata se sirve cada vez más de organizaciones como la militar, porque inspira orden y autoridad,  y le permite al demagogo imponer su voluntad por encima de los opositores, que suele ser la parte más politizada y con una visión más abierta y de largo plazo de la sociedad.

Al final, si no encuentra oposición, el demagogo establece un régimen autoritario, que puede permanecer en el poder, hasta que sus propios defectos y limitaciones le hacen caer, lo cual es difícil de estimar en cuánto tiempo se dé.

Hay ejemplos, como el de la dictadura cubana, donde el tipo de régimen es ya insostenible; ha llegado a sus propios límites, inclusive ha excedido demasiados años esos límites, pero se sigue sosteniendo bajo el argumento del bloqueo norteamericano. La verdad es que ya todo se acabó y hay que darle paso a la democracia como siguiente régimen, pero muchos diplomáticos, como los mexicanos, siguen fingiendo mentiras insostenibles y haciendo el papel de tontos solidarios.

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Redacción




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