Por: Álvaro González
Ya sabemos, como dijo Alejandro Rossi, que la política es el teatro más rápido del mundo, pero Andrés Manuel López Obrador en definitiva parece estar abusando de la teatralidad. Ahora el escenario se ha trasladado al tema del Ejército y la Guardia Nacional, y esto cada vez se torna más desagradable.
Se está manipulando el tema a niveles que nunca habíamos visto en la vida política del país, todo por una postura autoritaria, que desprecia el diálogo e intenta imponer la voluntad presidencial, como en los tiempos de la presidencia imperial.
Con maña, como en casi todo, se revolvieron el tema de la presencia del ejercito en tareas de seguridad, con el pasar a jurisdicción militar la guardia nacional, que son dos cosas completamente distintas.
El tema que no ha pasado en el Senado de la República, después de que Alejandro “Alito” Moreno fuera obligado a que la bancada del PRI votara a favor en la Cámara de Diputados, es el de pasar la Guardia Nacional a la jurisdicción del ejército, con lo cual formaría parte del mismo y tendríamos a nivel nacional una policía militar, no una policía civil, como el propio López Obrador prometió en campaña y hoy se desdice de sus propias promesas.
Éste es un tema muy delicado porque implica la militarización del país, algo que inclusive la misma ONU le ha pedido a México que reconsidere, pues la naturaleza de un ejército no es ejercer funciones de policía, pero además darle a un ejército ese nivel de poder es peligroso para el país, y eso lo demuestra hasta la saciedad la historia política moderna de América Latina.
El hecho disfraza además el fracaso del gobierno de López Obrador para construir realmente una Guardia Nacional. Cuando asumió el poder, en diciembre de 2018, debió tener ya una hoja de ruta del proceso detallado de cómo se iba a constituir la Guardia Nacional, pero también, fiel a sus graves limitaciones ejecutivas, todo fue improvisado y no se ha hecho prácticamente nada en estos cuatro años; por el contrario, corrieron a casi todos los elementos civiles para que la Guardia Nacional tuviera sólo militares, que responden desde un principio a un mando militar.
Hoy el propósito es salirse por el lado más fácil ante el fracaso o la indolencia: pasar la Guardia Nacional al ejército, sin más, sin una hoja de ruta para crear realmente un cuerpo policiaco de alcance nacional; esto es sin un proyecto, cuando el ejército no está capacitado para desempeñar las funciones de una policía, menos como la que se prometió y con los niveles de delincuencia en que se tiene sumido al país.
En una maniobra sumamente sucia, tomaron por la “cola” de corrupción personal a Alejandro Moreno, el dirigente del PRI nacional, y volvieron a recurrir a Layda Sansores, para que el priismo traicionara una alianza con la que estaba comprometido, pero en el Senado un ala del PRI que no controla Alejandro Moreno les paró la iniciativa.
Lo grotesco es que ahora van a ir a una “consulta popular”, realizada por el propio Morena como partido oficial, que no es sino otro acto burdo de populismo y desaseo, pues la tal encuesta, organizada por el oficialismo, no puede ser sino una bufonada.
Lo políticamente correcto sería que el actual gobierno presentara una hoja de ruta para trabajar en los próximos años en la conformación de la Guardia Nacional, como debe de ser.
EL APOYO DEL EJÉRCITO HASTA 2028
La demagogia de López Obrador propició otro problema que resulta ficticio en buena medida, y que está obviamente manipulando para sus intereses políticos y electorales.
Él fue quien prometió en campaña que sacaría al ejército de las calles y lo regresaría a los cuarteles, porque no eran iguales que Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto. Fácil decirlo, demagógico como muchas otras promesas, pero imposible de hacer. El apoyo del ejército en tareas de seguridad era, y es, indispensable, en coordinación con las policías municipales y estatales.
Pero el problema no fue sólo ése, sino que debió presentarse un Plan Nacional de Seguridad elaborado por expertos y tan ambicioso como enérgico, pero no; otra vez la improvisación y más demagogia: “Abrazos y no balazos”, con lo cual la seguridad real del país empeoró y los índices de homicidios siguieron creciendo en los tres primeros años, hasta alcanzar niveles récord, que se tratan de negar pero ahí están los propios números oficiales.
El haber presentado una iniciativa al poder legislativo, para que el ejército siguiera colaborando en tareas de seguridad al menos hasta el 2028, no hubiera tenido ningún problema después de una previa negociación, porque es algo sensato y necesario, pero a eso le pegaron lo de pasar la Guardia Nacional al ejército y ahí comenzaron, con toda razón, los problemas.
Ahora tenemos en la palestra a un Rubén Moreira, haciendo que la virgen le habla como a Juan Diego, revolviendo los dos temas para congratularse con López Obrador, cuando conoce perfectamente el tema, porque en Coahuila la policía estatal, que aquí sí existe, así como las policías municipales, trabaja en coordinación con el ejército y la marina, y lo hace de manera exitosa. La Guardia Nacional se ha sumado, pero tiene ese problema de origen: en la práctica ni es ejército ni es policía, en un sentido estricto, pero ya debería de ser policía a estas alturas del sexenio federal.
Se requiere de mucha ignorancia, de mucha necesidad, para no tener ya un hartazgo con ese teatro de lo grotesco en que se están convirtiendo muchos de los temas esenciales del país. Todo se manosea política y electoralmente. Hay un descuido enorme de las formas y, hay que decirlo claro, un uso de la corrupción. No hay referencia de un gobierno federal anterior que sea políticamente tan corrupto como el actual.
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