Por: Eugenia Rodríguez

A México le hacía falta, mucha falta, el surgimiento de un partido de izquierda moderno, viable y bien articulado. Parecía que la incisión del PRI en 1988 y el surgimiento del PRD podrían ser la alternativa, siempre y cuando se lograra aglutinar a lo más progresista de las facciones de izquierda en el país, entonces pequeñas y dispersas.

Las cosas no funcionaron como se esperaba, pronto el nuevo partido comenzó a mostrar dos tendencias fatales: la formación de tribus, que se disputarían el control interno y la temprana aparición de la subcultura de la corrupción.

A lo anterior hay que añadir que Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano se apoderó de la candidatura a la presidencia de la república hasta en tres ocasiones, sin darle la oportunidad a cuadros nuevos, con una formación distinta al neo priismo.

Hoy tenemos a Morena, fundado por Andrés Manuel López Obrador como un instrumento para su propio proyecto político, no como una organización partidista de izquierda bien conformada y diseñada como un proyecto a largo plazo, sino como un movimiento al que se han negado a darle una estructura seria como partido político.

La convocatoria para el 2018 fue un llamado a todos aquellos que deseaban un cambio y acudieron por millones a las urnas para dar su voto, ante lo cual se desató también el arribo de toda una fauna política carroñera; tránsfugas y desecho de todos los demás partidos políticos, quienes han creado una sopa informe donde transitan lo mismo radicales de izquierda, que lo más variopinto e impresentable del espectro político.

Políticos con carreras quemadas; personajes corruptos y cínicos convertidos súbitamente a defensores “del pueblo” y de la lucha anticorrupción; ambiciosos sin horizonte lanzados al morenismo al grito de “muerto el rey, viva el rey”; acróbatas de las nóminas gubernamentales aferrados con uñas y dientes al erario público; amigos y compadres en un tropel desbocado en busca de un puño de poder a través de la adulación al caudillo.

En esa amalgama imposible caben también camarillas políticas que, ante el triunfo de Morena en el 2018, se lanzaron a la infiltración del movimiento para tratar de salvar su desgracia política.

Marina Vitela, la hoy candidata de Morena al gobierno de Durango es uno de esos casos donde se puede hablar de infiltración de una camarilla política o grupúsculo ex priista a Morena.

Exaltada con un rosario de virtudes como política por el dirigente nacional de Morena, Mario Delgado, Marina Vitela tiene, más que virtudes, algunas cualidades bastante comunes en la clase política: es sumamente ambiciosa, con un oportunismo que explota la mínima posibilidad que se le presente y está formada en la subcultura de la corrupción y la componenda.

Sus virtudes, si se quiere respetar la etimología del término, son muy escasas. Una mujer que ha aprovechado su condición de tal para trepar en la escala política, con una preparación sumamente mediocre. No tiene el don de la palabra, tampoco encanto o carisma alguno, poco empática y dada al enojo, de muy pobre formación intelectual y sin ninguna experiencia o formación administrativa.

¿Qué le llevó entonces a tener éxito en la política partiendo desde el oficio y empleo de enfermera?

Primero su ambición y, segundo, su relación con Jorge Herrera Caldera, quien fuera primero tesorero del gobierno de Ismael Hernández y después él mismo gobernador del estado, con un desempeño tan corrupto e incompetente que le abrió el camino a otro priista resentido, sólo que convertido a panista: José Rosas Aispuro.

Ante la derrota frente a ese panismo y desplazados como camarilla política, Herrera Caldera y compañía optaron por infiltrar a gente como Marina Vitela al movimiento de Morena, invirtiendo recursos económicos y políticos en ello, con tal fortuna que lograron posicionarla como alcaldesa de Gómez Palacio.

CONTRA LAS BASES DE MORENA

Hoy Marina Vitela se ha convertido en candidata a la gubernatura por Morena y tiene el repudio de gran parte de las bases del movimiento, además de una pobre plataforma política, así que ha buscado cerrar arropada por su camarilla de origen: Jorge Herrera Caldera y compañía, partiendo de que esto le puede dar el soporte que necesita para penetrar en la capital del estado y en regiones de Durango donde no es tan siquiera conocida, menos estimada.

Sin cuidar siquiera las apariencias, ha sostenido varias reuniones “de trabajo” con varias de las personas del grupo del exgobernador, entre ellos Rafael Herrera Piedra, primo y cuñado del Jorge Herrera, de quien espera le haga el “manejo” de medios de comunicación, cuando el sujeto viene de estar en la cárcel por peculado, de la cual salió después de pagar una fianza millonaria, alegando que tenía problemas de salud.

Si Herrera Piedra, un corrupto personaje y ex presidiario, que además tiene antecedentes políticos con la extrema derecha, está siendo llamado como “asesor”, nada menos que para el manejo de la imagen de la candidata, ya se puede concluir que Marina Vitela es el puente para tratar de traer de vuelta a esta deplorable camarilla política. Un caso de infiltración, nada más y nada menos.

Tienen razón los morenistas duranguenses que han calificado a Mario Delgado, el dirigente nacional de Morena, como traidor, lo que le han gritado abierta y personalmente a él y al resto de la dirigencia formal del partido, todo en medio de una lluvia de huevos.

De llegar a la gubernatura Marina Vitela, los duranguenses tendrían de vuelta a todo aquello que detestan y por lo cual buscaron la alternancia en las elecciones de hace seis años. 

No sólo regresaría la camarilla de Jorge Herrera Caldera, sino que estaría en la gubernatura un personaje aún de más bajo perfil, lo que sería algo desastroso para un estado que es considerado como el más pobre de todo el norte de México.