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La vuelta del servilismo político

Opinión / 5 abril, 2022

Por: Álvaro González

 “En estos días, con indignación y vergüenza, tenemos que comprobar

que vivimos tremenda crisis de los principios éticos, en la que la tabla de

de valores está invertida: se silencia la virtud, se premia el servilismo y la

vergonzosa incondicionalidad. He ahí la principal causa de nuestra crisis política.”

-Javier de Belaúnde Ruiz de Somocurcio

 

Agustín Yáñez es considerado por la crítica como uno de los grandes precursores de la novela moderna en México y, él mismo, como uno de los más notables novelistas del siglo XX mexicano, pero también incursionó en la vida política y fue Secretario de Educación Pública con Gustavo Díaz Ordaz e, inicialmente, se desempeñó como gobernador de Jalisco, su estado natal, cargo que cumplió de manera destacada, pero aún así su incursión en la política no lo libraba de las tentaciones del poder, y de los vicios de la misma.

En sus relatos de memorias, cuenta una anécdota que no tiene desperdicio, sobre el servilismo y el ejercicio del poder.

Como era de esperarse en alguien con su oficio y formación, impulsó mucho la educación básica y de todos los niveles en Jalisco y cuenta cómo, durante una gira de trabajo para supervisar la construcción de algunas escuelas, lo hizo en compañía de varios subalternos, ingenieros todos ellos, pero bastante serviles.

Al momento de supervisar las obras de las escuelas, los ingenieros le preguntaban a Yáñez si consideraba que la obra estaba bien diseñada; si le parecían bien los espacios para la biblioteca, los patios, los salones, los materiales. A todo ello el señor gobernador Agustín Yáñez tenía una respuesta y le añadía o le quitaba algo, a lo cual los ingenieros contestaban displicentes: “Sí, señor; es una excelente idea; así se hará señor, como usted lo está indicando”.

De regreso en su casa, la esposa de Agustín Yáñez, Olivia Ramírez Ramos, se dirigió a él en tono de sarcasmo: “Oye, Agustín, ¿y desde cuando tú eres ingeniero y arquitecto?

“¿Por qué?”, le respondió él extrañado.

“Porque estabas dando instrucciones de cómo hacer las escuelas y decías pónganle esto y quítenle aquello; me asombraste, Agustín.”

ZONGOLICA, VERACRUZ, 01MAYO2018.- Andrés Manuel López Obrador, candidato de MORENA a la presidencia de la república, se reunió con centenares de simpatizantes de su partido en la explanada drl palacio municipalde Zongolica.
FOTO: SAÚL LÓPEZ /CUARTOSCURO.COM

Cuenta él mismo que se quedó mudo, de la vergüenza, y esa tarde se puso borracho, nada más para ver si se le pasaba.

Agustín Yáñez fue gobernador de Jalisco de 1953 a 1959, en el apogeo del llamado “desarrollo estabilizador” y fue muy respetado por su buen desempeño y honestidad, cuando la honestidad ya era una extravagancia entre los políticos mexicanos.

Su esposa, Olivia Ramírez, tenía una gran influencia a nivel personal sobre él. Fue, por referencia de las crónicas, una mujer bellísima, muchos años más joven que él e inteligente, una señora de aquellos tiempos.

Como anécdota, fue Agustín Yáñez quien mandó realizar la construcción de la muy emblemática fuente de la Minerva en Guadalajara. Le dio el encargo al artista Julio de la Peña, quien tenía problemas para resolver el rostro de la diosa Minerva, de la cual poseía el propio Agustín Yáñez una estatuilla sobre su escritorio.

Al visitar al gobernador para ultimar los detalles de la obra, le comentó lo del rostro de la Minerva, pero al entrar a la casa vio el rostro de Olivia Ramírez y, sin dudarlo, le pidió permiso al gobernador para emplear el rostro de su esposa, a lo cual ella se resistió y hubo necesidad de persuadirle después de mucha insistencia. ¿Quién soy yo para ponerle mi rostro a la diosa de la sabiduría? Decía ella.

Hoy, vergonzosamente, vivimos tiempos de un servilismo político apabullante, y nadie parece enfrentar ninguna pena por ello.

El presidencialismo ha vuelto de forma intempestiva, pero en una de sus más grotescas versiones.

Hemos vuelto a presenciar lo que ya se creía desterrado con la transición democrática: la adoración de la figura presidencial, que no acepta sino el servilismo y la adhesión incondicional, pero no sólo la acepta, sino que la exige y, por supuesto, la premia.

Todos los secretarios de Estado y funcionarios de alto nivel forman una corte del servilismo; nadie tiene personalidad, voz, opinión, criterio y postura propia; todos están a la voz del amo.

Todos los diputados y senadores del partido oficial se suman a esa corte como en un teatro decadente, y lo mismo están haciendo los gobernadores que ha colocado el todopoderoso presidente y líder “moral” del movimiento.

Existe inclusive en esa corte una serie de bufones que se dedican a pregonar la gloria del caudillo y no falta algún cura impertinente que considera el que tiene rasgos de santidad, lo que compite con los bufones que ya lo entronizan como uno de los más grandes presidentes en la historia de México.

Todo el que cuestiona; el que ejerce su libertad de opinión y de criterio; el que piensa diferente y propone algo distinto es tachado de enemigo, de retrógrada, de reaccionario, conservador, corrupto, desleal al pueblo, entregado a los intereses capitalistas, antipatriota, sospechoso.

Este caudillo es el rey, pero del adjetivo y la descalificación.

Todo lo que atañe a la vida pública del país se decide en la oficina presidencial y, por lo que está a la vista, se resuelve de forma improvisada y mediocre, pero la corte se encarga de correr con premura a realizarlo.

No hay quién equilibre, pondere, prevea, enriquezca, advierta o le sume a lo que el presidente decide; él es la república, el que le predica a diario al “pueblo” su doctrina, el que aparta las aguas cual Moisés entre el bien y el mal, el que encabeza el destino de la nación; el que da palos de ciego en medio del aplauso de sus cortesanos.

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