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El ejército del Malconejo

Cultura / Cultura Principal / 7 marzo, 2022

Por: Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
Twitter: @puratolvanera

Comenzando por lo obvio, yo no odio a Benito Antonio Martínez Ocasio. No me ha hecho nada. Nada más estéril que odiar a quien hace arte, aunque sea mediocre, teniendo tantas personas en el mundo que de verdad dañan a los demás, por ejemplo, los políticos.

No, Bad Bunny sólo no me gusta. Voy a ser más específico, lo que más me desagrada de él es su voz. Estoy bien seguro que esto a él le vale pito, pero también así se forman los gustos y los seguidores. Simplemente te gusta o no. Y a mí, su voz me causa mucho desagrado. Pero, haciendo un esfuerzo sobrehumano me dediqué a escuchar algunas canciones del cantante, compositor y productor de moda. No pude llegar muy lejos porque de verdad que su voz me molesta. En el trayecto descubrí algunas características que los haters profesionales parecen ignorar. Lo primero es que Bad Bunny no hace propiamente reguetón. Quiero decir que sí, pero no. Su voz y sus letras y su flow vienen directamente del reguetón, pero las estructuras musicales sobre las que dice sus letras no son necesariamente del género. Si uno pone atención se pueden encontrar muchos ritmos distintos, desde el reguetón, por supuesto, hasta el rock. Lo que me queda claro es que quienes lo desprecian se guían sólo por los sencillos más famosos. Yo lo hacía hasta que escuché más y, de todas formas, sigue sin gustarme Bad Bunny.

Otra característica que encontré es que las letras del cantante son bastante limitadas, están armadas justo para satisfacer cierto público. No voy aquí a afirmar que las letras de las canciones deben ser, necesariamente, poemas o declaraciones de cierta moralidad. Eso es tan estúpido como esperar a que el arte se ocupe sólo de las más altas aspiraciones éticas. Nada más lejos de la realidad, en toda la historia de la música podemos encontrar canciones con letras muy simples o vulgares. Carajo, que hasta en la obra de Quevedo podemos hallar versos absolutamente groseros, como “puto es el hombre que de putas fía”.

No me asusta la vulgaridad ni quiero recibir lecciones morales cuando escucho música, sólo que estamos ante alguien que nos dice todo de la forma más simple posible, es un discurso elemental y nada más. Es como si incluyéramos la frase “pásame la sal” en una canción. Conecta con quienes quiere conectar.

Y eso me dice algo más, que la música de Bad Bunny tiene un público muy específico, uno muy joven que se ve reflejado en lo que él dice. Entendí que quienes se ven peor defendiendo su gusto por el cantante no son los adolescentes ni los jóvenes, sino los adultos que quieren, a la fuerza, sentir que su juventud no se ha marchado y creen que deben identificarse con los productos que se venden a los más jóvenes.

Entonces, ¿qué es lo que me molesta de Bad Bunny además de su voz? Pues básicamente dos asuntos: por un lado, sus insufribles fans y por el otro, el mercado que todo se devora.

Los fans creen que deben defender a un hombre que hace lo que quiere, como él mismo lo ha dicho. De pronto pareciera que están en una cruzada por un género musical. Vamos, muchachos, el género va a continuar con o sin las palabras de quienes no lo soportamos. Aquellos que luchamos constantemente por no escuchar reguetón o “género urbano”, lo que sea que eso significa, no vamos a desaparecer a un negocio que ha reportado millones de dólares como ganancia. No seamos ingenuos, lo único que queremos es no oír ese ritmo machacón en todos lados, es todo.

Tampoco es necesario que nos convenzan de nada. La música no es un activismo ni una secta religiosa. A ustedes les gusta esa mierda, a algunos no nos gusta.

Entonces, ¿por qué vuelvo al tema una y otra vez? ¿Por qué no dejo a todos disfrutar lo que escuchan? Porque pienso que es necesario regresar al arte al lugar que pertenece. Discutir sobre música es poner al arte en el centro de la existencia social. Desde ese punto, me alegro de que exista Bad Bunny y el reguetón. Y por eso me molesta que me escupan: “cada quien y deja de quejarte”. Pues no, yo no estoy aquí para obligar a nadie a escuchar nada, pero eso no implica que no pueda discutir y apuntar lo que pienso que está equivocado en el arte y anotar a aquello que nos quieren vender a fuerza.

Y aquí viene el otro punto. Mi preocupación principal no es si existe o no Bad Bunny. Para mí el problema es que el mercado está empeñado en que sólo exista Bad Bunny y similares. Por lo menos que sea lo más visible siempre. Somos bombardeados por todos lados con los mismos ritmos y géneros musicales. Se nos exige consumir algo y hacerlo ya porque está de moda. Es más o menos lo mismo que sucede con Netflix. La película, el documental o la serie de moda deben ser visto ya, ahora. Si no lo haces, no vas con todos; te autoexcluyes de la masa. Bueno, ¿y si no quiero? ¿Y si no estoy de acuerdo con lo que tragan la mayoría?

He leído a quienes dicen que Bad Bunny es el artista más escuchado en el mundo. Bien, me alegro por quienes desean ser parte de la masa, yo no tengo ganas. Yo no quiero tragarme lo que Spotify desea darme.

Sé que el mercado, por supuesto, tiene algo para mí, tampoco me chupo el dedo. Pero, es esta una decisión personal: busco aquello que satisface mi gusto, no aquello que satisface el gusto de todos los demás, de la masa más enorme del mundo.

Estamos ante una masificación extrema. El ejército del Malconejo desea que todos escuchemos lo mismo sin rechistar y sus grandes aliados son las plataformas de música. He decidido rebelarme un poco y apuntar que el emperador conejo va desnudo y podemos ver su peluda piel. En el fondo, Bad Bunny es un gran vendedor y nosotros podemos comprar lo que nos vende o negarnos y cerrarle la puerta en la nariz. Hagámoslo.

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