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Echeverría y AMLO, las semejanzas

Análisis Político y Social / Slider / 7 febrero, 2022

Por: Marcela Valles

Luis Echeverría, presidente de México en la primera mitad de los años setentas del siglo pasado, llegó este 17 de enero a la edad de 100 años, lo que es algo un tanto mítico y sin duda excepcional. Alcanzar el siglo de vida le ha permitido asistir al entierro de toda su generación y gran parte de la siguiente, por lo cual se requiere tener hoy más de 60 años de vida para haber sido testigo de lo que ocurrió en el llamado “echeverriato”, que está considerado como el parteaguas por el cual se descarrilló el modelo de desarrollo mexicano, denominado como “desarrollo estabilizador”, para entrar en un periodo de crisis sucesivas y de niveles de crecimiento muy bajos, entre otros fenómenos sociales y políticos cuyas consecuencias nos alcanzan hasta hoy.

En el apogeo del “echeverriato” llega, a los 19 años de edad, un joven tabasqueño a la ciudad de México para inscribirse en la UNAM y cursar una licenciatura en ciencias políticas y administración pública, de 1973 a 1976; era un entusiasta admirador del priismo de Luis Echeverría y un activista, que se incorpora formalmente al partido antes de concluir su estancia en la Ciudad de México, para, henchido de fervor social, volver a su tierra y convertirse en un activista político profesional.

Toda su juventud está marcada por el priismo de los años setentas y milita muy activamente en su estado nativo, para regresar a la Ciudad de México en 1984, a los 31 años de edad, ya casado, donde desempeña un cargo burocrático y diversas tareas al interior del PRI, tal vez la más importante de ellas como capacitador de cuadros juveniles.

No será hasta 1988, ya con 35 años de edad, cuando rompe con el PRI y se incorpora a lo que sería el PRD. Lo demás ya es historia muy conocida.

MUCHAS SEMEJANZAS

Luis Echeverría es el primer presidente populista del periodo postrevolucionario, quien heredó una economía que crecía con tasas de entre el 6 y el 7% anual, en lo que se denominaba como “el milagro mexicano”. También heredó una inflación controlada, un peso estable y un país en proceso de industrialización, ya con varios sectores encarrilados hacia una economía de mercado moderna.

En ese periodo, países como Japón y Corea del Sur, entre otros emergentes, se lanzaron a la exportación, en busca de colocar en los mercados internacionales sus productos, que originalmente eran considerados “chatarra” o vistos con recelo por los consumidores, como posteriormente le ocurriría a China.

En lo político, Luis Echeverría llevó hasta sus últimas consecuencias el presidencialismo, reprimiendo y descalificando cualquier forma de oposición, lo mismo viniera de los grupos y movimientos izquierdistas que del PAN o cualquier otro movimiento de derecha.

Usó sin titubeos la represión armada y liquidó, literalmente, a todas las organizaciones de extrema izquierda, desde la guerrilla hasta los movimientos urbanos de tendencia más moderada. Terminó, también de manera violenta con lo que quedaba del movimiento de rebeldía estudiantil del 68 y cooptó, con cargos públicos, a varios de los líderes más importantes.

Todo el aparato electoral estaba en manos del estado, así que no había que confrontar a ninguna institución, sólo reprimir a los grupos y partidos opositores, a través de la llamada “guerra sucia”.

Su prohibición para la disidencia alcanzó niveles surrealistas cuando a raíz del Festival Rock y Ruedas de Avándaro prohibió el rock en México, ordenando que ningún grupo mexicano podía grabar este género musical, mucho menos transmitirlo por la radio y la insipiente televisión, algo que duró en vigencia al menos por todo su periodo y fue extendido muchos años más por grupos radicales.

En 1976 había barrido con toda forma de oposición, al grado que su candidato, José López Portillo, no tuvo ningún opositor formal, lo que se repitió en Coahuila con el caso del controvertido exgobernador Óscar Flores Tapia.

Pero la mayor controversia del “echeverriato” se dio en la economía y otras políticas públicas que aplicó durante su sexenio.

EL NACIONALISMO REVOLUCIONARIO

En lo que pareciera estrambótico, Luis Echeverría se declaró como un presidente de izquierda, y la emprendió contra la mayor parte del medio empresarial, declarándoles como “reaccionarios”, contrarios al “nacionalismo revolucionario”. Y aquí es donde comienzan las semejanzas entre Luis Echeverría y Andrés Manuel López Obrador: la polarización del país entre “nacionalistas” y “reaccionarios”, que hoy se maneja como “conservadores” y “progresistas”, pero de fondo se trata básicamente de una idea semejante, sólo con cambio de términos.

Echeverría estaba convencido de la rectoría económica del Estado; del control de todos los sectores estratégicos del país para mantener la soberanía y el “interés nacional”, por lo que se dio a la tarea de multiplicar hasta por 10 el número de empresas paraestatales, fideicomisos y demás organizaciones que le garantizaran el control económico al Estado.

Se compraron empresas de todo tipo, incluidos cines, teatros, hoteles, ingenios, siderúrgicas, financieras; en fin, de todo.

Esto creó un enorme aparato paraestatal, muy improductivo, costoso y a mediano plazo corrupto, como fue el caso del Banrural en La Laguna, por citar sólo un ejemplo regional.

López Obrador está persuadido también de la rectoría económica del Estado, pero como no puede hacer lo mismo que Echeverría (adquirir una enorme deuda), ha destinado más de la mitad de los recursos públicos disponibles a “rescatar” PEMEX y la CFE, bajo el argumento de la “soberanía nacional” o “interés nacional”, que es lo mismo.

Como Echeverría, AMLO cree que los empresarios privados son una especie de mal necesario, cuando hoy representan el 80% de la inversión nacional. Ni la pandemia del COVID-19 ha podido ablandar este recelo hacia la empresa privada, ni siquiera la micro y pequeña.

Luis Echeverría lanzó una reforma agraria agresiva: repartió las tierras que aún estaban por repartir y lanzó programas con los cuales afirmaba que finalmente el medio rural saldría de su pobreza ancestral; pero al final con el paso de los años, la mayoría de esos programas fracasaron.

López Obrador ha retomado la vieja idea de “la marcha hacia el sur” y la mayor parte de sus inversiones están orientadas a programas asistenciales hacia estados sureños, una gran parte de cuya población vive de una agricultura de subsistencia.

Como el de AMLO, el gobierno de Luis Echeverría era el de un solo hombre, quien ya entonces mostraba unas aptitudes físicas de atleta, capaz se sostener reuniones de gabinete que se prolongaban hasta por ocho o más horas ininterrumpidas. López Obrador es un hombre mermado físicamente, pero el gobierno es él, en lo que es una repetición autoritaria y absolutista.

Echeverría fue un viajero incasable y buscó ocupar el liderazgo de naciones con gobiernos considerados socialistas. López Obrador no viaja, pero su secretario de relaciones exteriores, Marcelo Ebrand, tiene la misma indicación de buscar apuntalar una especie de nueva internacional socialista, especialmente en Latinoamérica. Todas las relaciones internacionales cercanas de AMLO son con mandatarios de corte izquierdista, a la cabeza de los cuales está Cuba.

En lo económico, Echeverría buscó orientar la economía mexicana hacia el interior y desdeñó la apertura y el buen momento para impulsar las exportaciones. López Obrador tiene la misma tendencia aun en un mundo irreversiblemente globalizado, algo que no existía en el periodo echeverrista.

A base de endeudamiento, debido en parte a la crisis del petróleo en ese periodo, Luis Echeverría logró un crecimiento económico del 6.1% anual, pero llevó la deuda de 6,000 millones de pesos, de aquellos pesos, que le había heredado Gustavo Díaz Ordaz, hasta 20,000 millones al término de su periodo.

El dólar, que tenía décadas con una valuación de 12.50 pesos, pasó a 25 pesos por dólar al final del periodo echeverrista, quien acusó a los “reaccionarios” (“conservadores”) empresarios de haberlo “saboteado”.

El “nacionalismo revolucionario”, por lo el cual se trata de impulsar las tradiciones populares, la cultura nacional y el “mexicanismo”, motivado ahora por las sesgadas interpretaciones de la historia de México impulsadas por la esposa de López Obrador, Beatriz Gutiérrez, es otra característica que comparte con el periodo echeverrista.

Incluso las reuniones diplomáticas internacionales eran ambientadas en los años setentas con decoraciones folklóricas. Los banquetes que se ofrecían eran a base de comidas regionales, como tamales, buñuelos, agua de jamaica, corundas y todo tipo de antojitos mexicanos. La primera dama, Guadalupe Zuno, no tenía pretensiones históricas académicas, pero vestía de china poblana, de güipil y todo un repertorio de trajes regionales.

Echeverría no tenía un estilo ladino, como el hombre de Macuspana; era mucho más directo y sin un verbo tan coloquial y envolvente, pero sus discursos, a 50 años de distancia, parecen fuente de inspiraciones para muchas de las ideas y planteamientos de López Obrador, quien es un orador bastante mediano, pero un conversador apabullante y con una floridez verbal que flota en una realidad fantástica, imaginaria, en tanto que Echeverría no adornaba su agresividad verbal.

Hay, ciertamente, varias diferencias, pero son muchas más y más importantes las coincidencias. ¿Quién dijo que infancia y juventud son destino?

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Redacción




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