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Profe/escritor al borde de un ataque de nervios no quiere escribir a máquina

Cultura / Cultura Principal / 30 agosto, 2021

Por: Daniel Herrera
Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

Pero sí puedo escribir, me dije mientras desempolvaba una laptop vieja porque la mía, la de siempre, dejó de caminar derecho. Y se fue de lado, como carrito de súper que trae mala una rueda.

El problema, por supuesto, es que esta columna la estaba escribiendo ahí, en esa laptop y nada, que estaba quedando bien. Era sobre la lectura y cómo el placer es fundamental al leer. Ya sabemos, el tema de moda, porque en este país así nos movemos.

Entonces, pues en esa columna había escrito casi todo lo que debía escribir y tenía muchos autores y hablaba de cómo uno me había llevado al otro y al otro y al otro. Y quería hacer una celebración de la lectura por el puro placer, pero no se pudo. La laptop decidió que no iba a servirme para mis planes superficiales y poco comprometidos. Tengo esperanzas en que se pueda arreglar, pero ya sabemos cómo es esto. Me preocupa, claro, porque ahí está la novela que estoy escribiendo y las correcciones del libro de cuentos que espero salga este año.

Y además, la columna estaba más adelantada de lo que esperaba y casi sentía que iba a estar justo en la fecha límite. Ahora voy corriendo, porque sí.

Otro asunto que me tiene en el límite es el regreso a clases. Volví al salón, usando, como ahora marca el lugar común, “todas las medidas de seguridad”. ¿Cuáles son las medidas? ¿Vamos a seguir con la necedad de poner tapetitos en las entradas de los negocios? ¿Gel para las manos? ¿Cuánto gel vamos a necesitar para recuperarnos de este desastre?

Casi se vuelve aburrido si no fuera porque el peligro está latente, la vacunación es un lento desastre y a los alumnos se les olvida porque es normal, porque estaban hasta acá del encierro y porque son humanos y necesitan el contacto físico. Nadie puede mantener la distancia con los demás por tanto tiempo. Este virus nos pegó donde más nos duele, en nuestra total humanidad.

Y volví a las aulas en todos mis trabajos. En año y medio olvidé que esto es agotador. Salgo de cada clase con la garganta reseca, el cubrebocas ensalivado y hasta un poco desorientado como me sucedía cuando apenas era un profesor novato hace más o menos 20 años.

Esto me tiene molido. Llego a casa y recuerdo que tengo otras responsabilidades, como por ejemplo, escribir esta columna, pero prefiero descansar o leer un libro. Justo lo que estoy leyendo en este momento. Uno de mis autores favoritos, Erskine Caldwell. Un estadounidense que escribía sobre el sur, el granjero gringo y su idiosincrasia. No es muy famoso en este país. Quizá no sea tampoco tan famoso en Estados Unidos. No estoy seguro. Poco me importa, leer autores de nuestro país vecino es uno de mis más grandes placeres. Supongo que eso no está muy bien ante los ojos de los burócratas culturosos mexicanos llenos de fervor patriótico revolucionario. Si es así, pues con gusto seguiré de apátrida.

En el fondo, tampoco importa, por supuesto.

Lo que decía, entonces, es que tengo este trabajo: preparar clases, leer sobre las clases, dar las clases y revisar todo lo de las clases… y escribir esta columna.

Se me vino encima todo y esta laptop vieja que ahora uso tiene momentos en que se hace lenta, lenta, lenta. Puja y le duelen las rodillas, pero todavía funciona y me deja escribir. Aunque hoy no quiere conectarse a internet. ¿Cómo voy a enviar esta columna si no puedo conectarme a la red? Me sugirieron que escribiera a máquina y llevara el manuscrito en papel. No puedo regresar a los ochentas, no importa qué tan empeñado esté el presidente en hacerlo, yo me niego.

He decidido que esta columna la voy a dedicar a la literatura. Es un tema que manejo más o menos bien. Además, pues estoy leyendo los cuentos de Erskine. Son fenomenales. Hay uno en donde todo un pueblo sale a perseguir a un negro. Lo amarran a un árbol con una cadena, lo torturan y le disparan. Mientras pasa eso, un joven del pueblo vende Cocas heladas. La gente compra Cocas y tortura al negro. Siempre es bueno refrescarse cuando se hacen actividades al aire libre. Y ya, es todo el cuento.

Debería estar leyendo sobre teatro y no a Erskine. Ahora también doy clases de análisis de textos dramáticos. Un mundo tan grande al que no me había acercado por años. En la adolescencia leí mucho teatro y luego me pasé a la narrativa. Llevo un año leyendo de nuevo teatro, una obra tras otra. Me falta leer más sobre teoría y análisis de los espectáculos escénicos. Es un gran tema, aunque todo vuelve una y otra vez a la idea de que el teatro es una actividad social revolucionaria. ¿Siempre es así? Comprendo la parte en donde la obra es un asunto social. Digo, por eso el teatro ha sufrido tanto con la pandemia. Pero, ¿revolucionaria?

Supongo que cuando uno está agotado de trabajar y dar clases y escribir una columna también debe ocuparse de que el teatro es revolucionario y no quedarse con la historia y la sencilla anécdota. Buen entretenimiento. Tal vez, mañana o a la semana siguiente, la obra sí cause una transformación en el espectador, pero, ¿qué tan malo es que esta noche sólo permita al público dormir bien y tomar energía para el día siguiente? En fin, qué voy a saber yo del teatro y su posible inclusión en las revoluciones sociales cuando estoy tan ocupado escribiendo una columna.

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