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¿Sueñan los políticos mexicanos con el nacionalismo revolucionario?

Cultura / Cultura Principal / 6 abril, 2021

Por: Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

Alguien ha dejado en mi buzón el catálogo de Betterware. Tiene múltiples productos que no necesito. Hace algunos años, varios, en un infinito snobismo, habría exclamado que estamos acostumbrados a que nos vendan cosas que no necesitamos para vidas que no tienen sentido. Si no era eso, alguna tontería insoportable habría dicho. Hoy apenas alcanzo a exclamar: tssss, está cabrón.

Porque esta pandemia, nos ha dejado bocabajeados de tal manera que los razonamientos colmados de superioridad moral ya no sirven para expresar el desastre en el que estamos atrapados.

Ignorar el asunto hablando de discos y libros y arte ya no es posible. Dos veces he escrito en estas páginas sobre las dificultades de los artistas para sobrevivir a la pandemia. Ahora debería escribir sobre las dificultades para sobrevivir al sexenio. Y no sólo de los artistas, sino también de quienes todos los días se joden el lomo para llevar alimento a casa.

¿Qué está pasando en este pobre país jodido para que sigamos sin despertar ante el tsunami que se nos viene encima?

Hace poco me preguntaron qué parte me gustaba de dar clases de historia de México. Nada, respondí. No es tanto que me apasione la historia nacional. Pienso que es una historia de descalabras y grandes fracasos. No siento emoción ante los héroes de bronce que jamás fallan y cuando cagan, hacen trozos de mármol. En todo caso me gustan los humanos ordinarios que se encuentran en situaciones extraordinarias. En esos momentos es mucho más sencillo fallar que triunfar. Ésa es la historia de este país. No es que me guste dar clases de historia política del país, es que siento una responsabilidad de desnudar, aunque sea parcialmente, esos héroes tan venerados por los gobiernos en turno. Y no estoy hablando aquí de un revisionismo de derecha obtuso y conservador. Ni siquiera es necesario construir tales mentiras. Con escarbar en la historiografía con ojo avizor y ánimo cínico es posible descubrir las mezquindades de nuestros personajes. Mi obsesión es explicar cómo este país no debería existir y, sin embargo, aquí sigue.

Soy un apátrida en el sentido más antirrevolucionario mexicano que se pueda leer. Pienso que la historia debe abrirse en canal y desentrañarse para después jalarle a la cadena de la inmundicia y mandar por ahí esos mitos que sostienen a este país de mierda. Cuando podamos deshacernos de ese pasado, entonces construiremos uno nuevo. Uno en donde la gente común y corriente, quienes sufrieron la muerte y el hambre y la destrucción de las múltiples guerras que existieron sean los nuevos protagonistas de la historia nacional. ¿Qué me importan a mí los grandes nombres más que para sepultarlos por siempre en la ignominia nacional? Por eso hablo de ellos todavía, mientras introduzco en mis clases la vida diaria de muchos que, algunos dirían, eran espectadores, cuando en realidad las luchas por el poder se cebaban contra ellos.

Pero es complicado, sólo soy un tipo peleando contra siglos de educación mexicana. ¿Cómo desaparecer el orgullo que causan dos curas sanguinarios que aparecen en los billetes? ¿Por qué esos dos son más importantes que los escritores y pintores que vivieron en esa y otras épocas? ¿Quién será más importante? ¿El presidente que saqueó un país o los que reconstruyeron lo que se pudo? ¿Por qué seguimos creyendo y elevando a alturas santificadas a seres abyectos que sólo tenían sed de poder y dinero? ¿Por qué no los desenmascaramos todos juntos? El emperador siempre va desnudo, es necesario recordarlo. El emperador siempre va desnudo, siempre.

Entonces me respondo esa pregunta: es por la educación. Sí, la revolución y el corporativismo y su hijo bastardo, el clientelismo lo han logrado. Han reducido la educación a un panfleto repetitivo que se cambia al gusto del gobernante en turno. La ciencia al servicio de la política. Ya estamos jodidos.

Mi gusto por dar clases de historia está encaminado a destruir esa idea. La ciencia es ciencia sin importar quién gobierne.

En este momento, tenemos un presidente que desea sostener la historia nacional más rancia y apestosa que se ha enseñado por décadas en las escuelas. Él es ese viejo profesor de historia de secundaria que sigue dando clases mientras manosea unas amarillentas hojas de cuaderno tan viejas como su juventud. Su visión de la historia es maniquea y poblada de malos contra buenos. Esto no sería un defecto grave en sí, si no fuera porque esa perspectiva telarañosa también la aplica a otras disciplinas que podrían estar emparentadas con la historia.

El mejor ejemplo es su perspectiva del arte, que se reduce a un compromiso sólo con un discurso social. Básicamente, estamos ante una visión anquilosada, en donde el único arte válido es aquel que representa las tradiciones más añejas. Desde esa perspectiva, el arte que no representa al pasado nacionalista revolucionario es algún tipo de cochinada neoliberal.

Adiós, amigos artistas que no entierran sus manos en el basurero de la historia nacional, adiós. Si lo suyo es de vanguardia, pues al régimen actual no le interesa mucho… a menos de que seas Orozco, a menos de que seas amigo y apoyes sin rechistar.

Si el camino que deciden los mexicanos en las próximas elecciones sigue siendo el mismo, entonces yo continuaré renegando de cómo se enseña la historia en este país. Mantendré una inútil perorata esperando que algunos por fin desechen esa mentira de país que hemos construido durante 200 años.

En la obra de teatro “Luces de Bohemia” de Ramón del Valle-Inclán, Max Estrella, el anciano y ciego poeta protagonista, suelta en un momento de desesperación ante lo que vive su país: “¿dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de España?”

Yo hago eco del pesimismo de Valle-Inclán y su personaje. Si no podemos cambiar este país de una maldita vez, entonces sólo queda la desaparición. Que esto se termine ya, pronto. ¿Dónde está la bomba que destripe el terrón maldito de México?

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