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Feminismo mexicano, contra las vallas gubernamentales y sociales

Análisis Político y Social / Opinión / 6 abril, 2021

Por: Eugenia Rodríguez

La mujer, vestida toda de negro y usando una capucha y cubrebocas también en negro, blande un mazo y descarga golpes contundentes contra una de las vallas metálicas que rodean el Palacio Nacional. Golpea una y otra vez hasta terminar extenuada, con las manos lastimadas por el rebote del mazo; no le quedan más fuerzas, así que le pasa el mazo a otra compañera de negro para que siga golpeando, pero la valla no cede.

Descargar esa fuerza debe de ser sumamente catártico, un desahogo a la rabia, la frustración y al conglomerado de sentimientos y pensamientos que la alienten. Viéndolo y analizándolo a mayor escala, ¿para qué sirve esto al movimiento feminista?, ¿algo puede cambiar a través de una protesta de ataques físicos en contra de las vallas de protección a edificios históricos en la zona céntrica de la Ciudad de México?

Ante la presencia de una multitud de periodistas, nacionales e internacionales, la primera impresión es que estas manifestaciones tienen un eco mediático. Por sí mismas ya la tuvieron la sola colocación de las vallas y la inmediata conversión a muro de denuncia que le dieron las protestantes, al exhibir al gobierno de Andrés Manuel López Obrador como incapaz de comprender y atender las demandas del movimiento feminista mexicano, de abrir el diálogo y tomar medidas concretas, prácticas y eficientes.

Mientras las protestas feministas recorren el Paseo de la Reforma en la Ciudad de México y grupos de ellas luchan a martillazos contra las vallas, viajemos a Torreón.

Matilde, una mujer de 38 años de edad, tiene que levantarse a las seis de la mañana para preparar el desayuno y hacer parte del aseo de su casa. A las ocho de la mañana tiene que llevar a su hijo de 10 años para que sea cuidado por su abuela, pues es divorciada desde hace cinco años y tiene un trabajo de doble jornada que le absorbe prácticamente todo el día, incluida la mitad del sábado.

Se divorció por maltrato de parte de su pareja, que llegó a la violencia física, pero cuando lo demandó él abandonó su trabajo para evitar que le fuera fijada una mensualidad de manutención para ella y para su hijo. Nunca lo ha vuelto a ver, sólo sabe que ahora radica en Ciudad Juárez, Chihuahua, donde tiene otra pareja.

El pequeño Arturo, quien no está yendo a la escuela por la pandemia, pasa toda la mañana con la abuela, entretenido con el dispositivo celular, al cual es adicto, pero en la tarde pasa hasta cuatro horas solo jugando con un costoso aparato de videojuegos. Aislado por los audífonos inalámbricos y el comando de la consola, vive fuera de la realidad, hasta que llega su madre a las ocho de la noche, cansada, irritable, pero no tanto como Arturo, a quien retirarle los dispositivos electrónico un solo día le provoca un cuadro de abstinencia, que lo pone en un estado de ansiedad, del cual pasa a la agresividad y después a la tristeza.

Surge así el cuestionamiento de si las acciones más mediatizadas de los movimientos feministas logran realmente cambios culturales y sociales en relación a los roles de la mujer, si esas manifestaciones calendarizadas o esporádicas tienen mayor efecto que ser un canal para desahogar la frustración de las condiciones violentas que se viven cotidianamente.

AMLO: UN MOVIMIENTO NACIONAL “MANIPULADO”

A la comunidad afroestadunidense le llevó un siglo traducir, en logros concretos, los derechos que le concedía la décima cuarta enmienda de su constitución, y fue a través de un movimiento articulado de lucha en pro de lo derechos civiles, dirigida por notables líderes, muchos de ellos abogados.

El movimiento feminista en México parece enfrentar varios problemas. El primero de ellos es que carece de una agenda común de demandas concretas, limitándose a ciertos planteamientos generales, donde se mezclan, con cierto desorden, demandas importantes, con otras de tipo radical e inclusive de carácter anarquista, que no empatan con la realidad cotidiana que viven las mujeres en el país.

Las cosas se complican cuando el actual gobierno de López Obrador, que se presume de izquierdista, sencillamente no tiene en su agenda la lucha de equidad de las mujeres, pero todavía más: paranoicamente también ve al movimiento feminista “manipulado” por sus enemigos “conservadores”, lo cual puede ser un serio problema de paranoia y de perdida de realidad o bien, de perversidad para desacreditar a un movimiento que está fuera de su control y de su agenda.

Los hechos apuntan hacia cierta perversidad política, si se toma en cuenta cómo se ha ido manejando el caso de Félix Salgado Macedonio, candidato de Morena a gobernador del estado de Guerrero, acusado al menos por tres mujeres de abusos sexuales y violación.

También habría que tomar en cuenta el retiro del presupuesto para el mantenimiento de las estancias infantiles, lo que perjudicó de manera directa a muchísimas madres que tienen que trabajar. Además, en agosto del 2020 el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres), encargado de velar por la erradicación de la violencia para el 52% de la población, tuvo un recorte presupuestal de 151.9 millones de pesos, efectivo casi en su totalidad en el área de “servicios generales”.

En esta lucha feminista hay planteamientos esenciales, como el maltrato físico y emocional de la mujer, que puede llegar al feminicidio, pero que está sumamente extendido en el maltrato cotidiano no sólo entre las parejas de todas las edades y condiciones sociales, sino también en el abrumante clima de inseguridad que vive la población femenina en el tránsito diario.

Otro planteamiento sumamente importante es la equidad laboral y salarial, así como en el desarrollo de una carrera profesional y en el acceso a cargos ejecutivos, tanto dentro de la empresa privada como de las instituciones públicas, lo que le da a la mujer un empoderamiento indispensable para la toma de decisiones, en una sociedad que ha sido ancestralmente manejada por hombres.

La otra gran demanda, que ha requerido de mucho tiempo en ciertos países desarrollados, es el cambio del rol tradicional que juega la mujer en la familia, donde el hombre, quien ordinariamente era el proveedor, tenía un control patriarcal y la mujer era sometida a su autoridad, en buena parte por carecer de una independencia económica, lo que limitaba su rol a la crianza y a las labores de carácter domésticos. Pero incluso cuando las condiciones económicas han requerido que ambas partes busquen empleo, todo el trabajo doméstico no remunerado continúa siendo comúnmente visto como una obligación de la mujer.

Hoy vivimos en las colonias populares de ciudades como Torreón un fenómeno que no por cotidiano deja de ser aberrante: el sometimiento sexual de las adolescentes mujeres por parte de los adolescentes hombres.

El adolescente, de apenas 16 o 17 años, somete sexualmente a la adolescente de 15 o 14 años, exigiéndole relaciones sexuales, aún contra su voluntad y ellas ordinariamente acceden por un sinfín de razones tanto ideológicas como personales. Es tal la inseguridad, la falta de autoestima y la ausencia de visión de un proyecto personal dentro de su contexto, que aceptan no sólo el sometimiento sexual sino integral, en todos los aspectos de su vida, a los intereses y urgencias del “novio”, lo que termina con frecuencia en embarazos prematuros no deseados, en relaciones de pareja precoces y fugaces o a la larga en una dinámica de vida nociva y deshumanizante. Esto está sucediendo ahora, todos los días, no sólo en los medios populares sino también en las clases medias y altas.

¿Cómo cambiar la mentalidad de estos adolescentes o, todavía más, cómo aprenden estos roles tan perniciosos tanto ellos como ellas?

Es evidente que hay que hurgar en lo que está pasando con la educación familiar, en las escuelas, en los medios de comunicación masivos y, ahora, en las redes sociales, cada vez más extendidas y poderosas.

¿SE PUEDE HACER ALGO CONCRETO?

El cambio es posible y se está dando en muchos países del mundo, pero parece un largo camino y un esfuerzo masivo, articulado e inteligente.

Las experiencias exitosas muestran que el cambio inicia en el interior de la misma sociedad, donde existe una cantidad cada vez más grande de organizaciones civiles, las cuales se dedican a la defensa y protección de las mujeres de la violencia de género, prestando asistencia y terapia psicológica, orientación legal e inclusive protección física.

Es muy importante que este tipo de organizaciones proliferen, crezcan, se posiciones en los sectores sociales con mayores problemas y formen redes articuladas, lo que les puede permitir la obtención de recursos económicos por parte de fundaciones privadas y el subsidio gubernamental, impidiendo que éste sea retirado, como sucede con el actual gobierno federal.

Se requiere una conciencia política que fundamentalmente apoye a mujeres que han incursionado en la función pública, pero que estén comprometidas con una agenda feminista, pues los hechos muestran que, aunque los Congresos Locales y el poder legislativo federal son mayoritariamente mujeres, sólo unas cuantas están comprometidas y la mayoría se somete al mando de la estructura patriarcal de los partidos o al gobernante en turno.

Cada vez hay también más mujeres en cargos de gobierno, pero también es muy pobre el compromiso que asumen con la agenda de equidad de género.

Todos los gobiernos municipales tienen un DIF, pero estos trabajan con programas asistenciales obsoletos.

El otro gran campo de trabajo es el sistema educativo, donde la población de maestros es mayoritariamente de mujeres, pero pese a ello este sistema educativo está haciendo muy poco para asumir, de manera formal en el programa, una formación y orientación en torno a la equidad de género. Una de las grandes demandas de un movimiento feminista nacional debería ser la introducción de cambios en el sistema educativo, lo cual no está sucediendo.

Si un poco más de la mitad del padrón electoral del país son mujeres, en coherencia toda persona que aspire a un puesto gubernamental, ya sea alcaldía, gubernatura o presidencia nacional, debería incluir en su plataforma electoral compromisos específicos para con los derechos y las condiciones de las mujeres, y a profundidad, no sólo electoralmente, lo que permitiría exigir su cumplimiento o ejercer el voto de castigo en el caso de incumplimiento.

Hoy tenemos un caso verdaderamente vergonzoso. La jefa o gobernadora de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, una mujer de 58 años, doctorada en física, escritora y política de carrera, está completamente sometida por Andrés Manuel López Obrador, no sólo en temas relacionados con la causa de las mujeres, sino en la toma básica de decisiones en el gobierno capitalino.

Hay temas sumamente delicados en los que ni tan siquiera puede manifestar su opinión, por temor a contradecir al presidente de la república, cuando ella en teoría es una gobernante autónoma. Lo mismo les pasa a todas las mujeres que conforman el gabinete, todas están sometidas al mando de López Obrador, incondicionalmente, ciegamente, como él lo exige. Si esto no es un patriarcado, entonces habría que cambiarle el sentido a la palabra.

Sí hay por supuesto un camino para alcanzar la equidad de género, pero requiere de mucho trabajo, de una organización bien articulada, una agenda viable e inteligente, y de la participación cada vez más activa y masiva de las mismas mujeres.

Las protestas físicas visibilizan el hartazgo ya incontenible y mediática e ineludiblemente ponen el tema en constante discusión social; históricamente han logrado avances sustanciales cuando van de la mano con un profundo trabajo de base y con una restructuración sociopolítica fruto de organizaciones y grupos feministas que trabajen por una dignificación integral y radical en las condiciones de vida.

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