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¿Para qué el Ejército en las autopistas?

Análisis Político y Social / Opinión / 3 enero, 2021

Por: Álvaro González

No sé si fue una situación casual o algo que se da con gran frecuencia, pero en los últimos días de noviembre realicé un viaje por carretera de Torreón a Culiacán, Sinaloa, y fue algo impresionante ver la movilización que existe de fuerzas militares y de la llamada Guardia Nacional, que contrasta con la percepción de inseguridad que tienen la mayoría de los habitantes de Sinaloa, dicho esto por boca de ellos mismos y de acuerdo a su experiencia de vida diaria.

En la carretera escénica Durango-Mazatlán, en el viaje de ida, el tramo de los túneles tuvo varios “embotellamientos” de tráfico, debido a dos contingentes de la Guardia Nacional, cada uno formado de cinco vehículos que circulaban uno tras otro a muy escasa distancia y a una baja velocidad, lo que provocaba grandes “colas” de vehículos, que se complicaban aún más por la gran cantidad de transporte de carga que ahora circula por esa carretera nueva.

Lo de la Guardia Nacional llama la atención porque en el tramo Mazatlán-Culiacán las dos casetas de cobro de la autopista estaban tomadas por apenas cuatro o cinco muchachos, o al menos eran los que estaban a la vista, quienes cobraban únicamente 50 pesos a todo el transporte, pero eran 50 pesos para ellos. En lugar de pagar casi 300 pesos, los automovilistas pagamos solo 100 pesos.

Con esa cantidad de elementos de la Guardia Nacional movilizándose en las autopistas, ¿cómo es posible que haya casetas tomadas por pequeños grupos de muchachos? Algo absurdo.

Pero el retorno fue algo impresionante e indignante. Apenas recorridos cerca de 50 kilómetros de la autopista Culiacán-Mazatlán, comenzaron a aparecer contingentes enormes del ejército, de hasta diez vehículos cada uno, repletos de soldados, maletas, ametralladoras de 50 milímetros montadas, ambulancias, vehículos todo terreno, algunas tanquetas.

Tal vez aquello era la transferencia de un regimiento de una zona militar a otra, no se sabe, pero era una enorme cantidad de militares, la mayoría de ellos muchachos casi adolescentes, cubiertos en parte de sus rostros, aferrados a sus rifles y con cierta expresión de alerta o de temor; no se puede saber bien a bien.

En la llegada a la primera caseta, problemas. Ya no se encontraban los cuatro o cinco muchachos que la tenían tomada, pero ahora había un contingente de la Guardia Nacional bastante grande, uno de cuyos elementos hace señas de orillarse justo antes de la caseta. Al preguntarle quién es y de qué se trata el asunto, manifiesta que forma parte de la Guardia Nacional adscrita a la vigilancia de caminos y carreteras nacional. “Más sencillo, patrón: somos lo que era la Policía Federal de Caminos, pero ahora nos pusieron otro nombre”.

Y era cierto: sólo hay cambios de nombres pero la corrupción y los procedimientos siguen siendo los mismos de siempre. El hombre argumentó que la camioneta se había acercado a la zona de la caseta a una velocidad más alta de la permitida.

Se forma el alegato de con qué base se hace la afirmación si no tiene ningún aparato medidor de velocidad. Insinuó un “arreglo”, pero justo en ese momento se acercó otro elemento, y entonces comenzó a pedir todos los documentos; como no encontró nada anómalo, alegó que pondría una multa por el exceso de velocidad. Tardó 20 minutos en llenar una forma azul, que resultó en una multa de 20 “umas”, lo que significó 1,720 pesos, más que el valor de todas las casetas desde Culiacán hasta Torreón.

Si de ida me había ahorrado 200 pesos de casetas por la toma de las mismas, de retorno, en la misma caseta, me asaltó la Guardia Nacional.

Pasando la segunda caseta, ya próxima a Mazatlán, otra patrulla de la Guardia Nacional atravesada en el carril derecho. Otra vez la señal de orillarse y otra vez el interrogatorio y la presentación de documentos. Molesto le extiendo mi copia de la multa que me acaban de imponer y el agente, con un gesto de sorna, afirma: “Aquella es otra caseta y esta es otra mi jefe, siga adelante”.

“¿Por qué tiene la patrulla atravesada en el carril, es una autopista de paga, no es riesgoso?”, le comenté más por desahogar el malestar que porque me interesara la seguridad. Era la prepotencia con que actúan estos agentes que tuve el disgusto de conocer por primera vez.

“Yo obedezco órdenes mi jefe; si tiene alguna queja, la puede poner” me contestó con la misma sorna, mientras recargaba su mano en la cacha de su pistola, con gesto de fastidio.

Demás está decir que me retiré irritado, maldiciente, impotente ante una corrupción policial que lejos de bajar parece que se ha incrementado. Fue un mal bautizo como ciudadano de parte de la flamante Guardia Nacional.

Más adelante, ya de nuevo en la carretera Mazatlán-Durango, no aparecen los enormes contingentes del ejército, pero nuevamente un contingente de la Guardia Nacional va obstruyendo el tráfico.

Hora de comida, hacemos una parada en un área de restaurantes rústicos y esperando la comida platicamos con el que resulta ser el dueño del negocio.

“Qué bonita está carretera” le comentó, el mesero responde que así es pero que ha bajado mucho la clientela por la pandemia. Luego pasamos al tema de por qué tanto vehículo de la Guardia Nacional y él me contesta con gran desenfado:

“Pos sí, hay mucho elemento y ya van y ya vienen, pero toda la sierra, mi don, es territorio de los malos, desde donde empieza hasta donde acaba, ellos son los que mandan, y desde que yo me acuerdo así ha sido. ¿Cómo la ve?”

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