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Maradona: la gloria y el infierno de un ídolo

Especiales / Slider / 12 diciembre, 2020

Por: Álvaro González

La muerte no santifica, a lo más en algunos casos especiales mitifica. Diego Armando Maradona fue un futbolista excepcional unos pocos años, tal vez ocho o nueve al máximo nivel y después, teniendo todo a sus pies en el mundo del deporte, se extravió como deportista pero principalmente como ser humano.

Cuando has sido tocado con la gracia de un talento extraordinario, lo puedes llevar hasta niveles de genialidad, pero también lo puedes echar a la basura y dedicarte a la estupidez, aunque se te venere por el poco tiempo en que ejerciste ese talento. Muy probablemente eso le pasó al futbolista argentino Diego Armando Maradona, recientemente fallecido y entronizado por los medios de comunicación y por la fanaticada que, a falta de figuras venerables, se pone a rendirle culto a un futbolista como si fuera un dios.

Desde los 23 años, cuando aún no alcanzaba siquiera sus años de mayor gloria, ya estaba metido en el consumo de drogas, mientras era jugador del Barcelona (82-84).

Su llegada al club italiano Nápoles (84-90) comprende su etapa de excelencia como jugador, pero el inicio de su extravío como ser humano, al involucrarse con la “camorra”, como se conoce a la mafia del sur de Italia, una de las más siniestras organizaciones criminales del mundo.

Drogas, alcohol, orgías y relaciones con mafiosos marcaron su paso por el futbol italiano, donde su talento y su edad le permiten alcanzar la gloria deportiva con un club más bien mediocre, donde él lo era todo.

En el mundial de México 86, a los 25 años de edad, se consagra, al ganar el campeonato con un equipo que el mismo reconoció también como mediocre. Nuevamente él lo era todo, pero a partir de esa cúspide que los especialistas del futbol consideran extraordinaria, tuvo cerca de cuatro años más al mismo nivel, para después iniciar un declive abrupto, realizando fuera de la cancha todo lo que no debe hacer un jugador profesional, de cualquier deporte.

Ganó una fortuna y la despilfarró; las drogas, el alcohol y una vida personal sumamente desordenada acortaron su carrera y comenzaron a tener consecuencias graves sobre su salud, teniendo un desgaste físico prematuro. Los especialistas médicos consideran que es un milagro el que haya logrado vivir 60 años, cuando ya desde finales de sus años cuarenta estaba teniendo graves problemas por sus adicciones.

Los escándalos que tuvo con las autoridades policiacas y en los medios de comunicación son incontables. Accidentes por conducir intoxicado, violencia de género con sus parejas, agresiones sexuales al menos contra una periodista, problemas con el fisco italiano, agresiones físicas y verbales con personas ordinarias y con aficionados, prepotencia, internación en clínicas de rehabilitación sin mayor éxito, problemas familiares muy diversos, en fin, una vida que fue de escándalo en escándalo; la estupidez y la arrogancia de un hombre que había sido tocado por la gracia y, debido a ello, se le trataba con enormes consideraciones, cuando no las merecía.

No se sabe si por capricho o por una razón seria, en medio de su permanente extravío, fue amigo de Fidel Castro y de Hugo Chávez, y admirador de ambos dictadores. Llevaba tatuado en su cuerpo al propio Fidel Castro y a Ernesto “El Che” Guevara. Estuvo internado en una clínica de élite para rehabilitación en Cuba, donde fue tratado como si fuese jefe de Estado, pero la rehabilitación fracasaría. Ya entonces enfrentaba graves problemas de salud y su figura era lamentable.

Se podría decir que le salvaron la vida en Cuba, pero sólo sería por un tiempo corto al volver a las adicciones y a los problemas de salud que ya eran irreversibles.

Al final de su vida, apenas en 2018 y 2019, no se sabe de qué manera y en qué términos económicos, el club de la liga de ascenso Dorados de Culiacán lo trajo a México como director técnico.

El hombre que llegó al club mexicano de la segunda división era un anciano físicamente, aunque sólo tuviera 58 años de edad. Caminaba dificultosamente apoyándose en dos bastones y estaba aquejado por múltiples molestias, él mismo declara, al referirse a su salud, en un documental que le fue realizado, “tengo de todo”, y no exageraba mucho.

Hizo un buen trabajo con el modesto equipo, disputó dos veces la final y las dos las perdió, no dio escándalos y se dedicó a trabajar, pero se tuvo que retirar a mediados de 2019 para ser operado de una rodilla y un hombro. “Las rodillas me están matando”, afirmaba cuando había días en que no podía inclusive caminar.

Pequeño, envejecido, con un cuerpo rubicundo, achacoso, enfermo, mostraba cierta humildad que le apartaban de la arrogancia de sus años anteriores. Fue lo penúltimo que hizo en el mundo del futbol, en el mismo país donde se había consagrado en 1986 como un monstruo que maravilló generaciones.

En una de las pocas apreciaciones honestas que se leen en estos días sobre Diego Armando Maradona, el expresidente argentino Eduardo Duhalde declaró a los medios: “Fue el más grande en mi criterio, el más grande que se enfermó”.

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