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100 años de Bukowski. Apasionada defensa de un admirador promedio

Cultura / Cultura Principal / 31 agosto, 2020

Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

Pues pasaron los 100 años de nacimiento de Charles Bukowski y en la red encontré múltiples homenajes, pero también hallé las mismas criticas de siempre: aburrido, repetitivo, misógino, violento y no sé qué más. Entonces, en un esfuerzo por no engancharme con esos adjetivos, he decidido mejor escribir aquí todo lo que me gusta de este autor. No es esto ninguna crítica literaria, es sólo una confesión honesta y desordenada de mi admiración hacia el viejo cerdo y de cómo en más de 20 años, desde que lo descubrí, no le he perdido gusto.

Me agrada, sobre todo, que parece real. Si algo aprecio en el arte es el realismo. Tal vez esa no es una de sus funciones principales: en lugar de sacarte de este mundo, regresarte a él con más fuerza. Pero no lo puedo evitar. Es como los cuadros de Caravaggio o de Velázquez. Esa sensación que nace en mí frente a sus personajes. La extraña seguridad de que los podría hallar a unas cuadras de mi casa. De la misma forma amo a John Fante o a Raymond Carver. Quienes escribían de la vida diaria y de la gente común. De esa que estamos rodeados y a la cual pertenecemos.

La única diferencia es que los personajes de Bukowski no son de la clase media, sino los olvidados, los descastados del sueño americano. Esos que no van a ningún lugar y que mueren por cientos, ya sea porque los envían al frente de batalla durante la Segunda Guerra Mundial o porque son tan pobres que mueren en la calle, ahogados por culpa del Covid, sin siquiera pisar un hospital.

También me gusta Hank por su lenguaje. Más allá de sus tristes traducciones de Anagrama, lo he leído en inglés y he encontrado una forma muy recta, muy honesta de escribir. Cada cuento, carta o poema no busca que el lenguaje opaque lo que se está contando. Para mí, las palabras deben ser una herramienta, sobre ellas no debe estar el haz de luz, son obreras, trabajan para la historia y se doblegan ante ella. La mayoría de los autores que admiro hacen eso, aunque claro, siempre habrá excepciones porque uno no vive la literatura por medio de dogmas. Eso se lo dejamos a los moralistas y a los fachos.

Disfruto mucho su poesía. Tiene uno de los poemas más hermosos que he leído sobre una biblioteca. Y otro, lejos de ese tipo de belleza, lleno de ira contra una mujer que se llevó un montón de cuentos. Algunos poemas no son tan importantes, pero, de pronto, mientras uno va pasando sus versos, se encuentra con líneas poderosas como: “soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre” o “Y cuando creas que la salvación está a tu alcance, podrás observar cómo se preparan para destruirte” o “Siempre habrá dinero y putas y borrachos / hasta que caiga la última bomba, pero como dijo Dios, cruzándose de piernas: ‘veo que he creado muchos poetas / pero no tanta poesía’”.

Eso es algo que me gusta de él, la sencillez. También me agrada mucho que, si no te emocionan sus poemas, puedes leer sus novelas. Si éstas no te llaman la atención, están sus vigorosos y certeros relatos. Si éstos tampoco te gustan, puedes leer sus ensayos. Y si de plano nada te parece atractivo de Buk, entonces creo que no tienes corazón, que eres un caparazón sin emociones; estás muerto por dentro, aunque andes por ahí caminando de un lugar a otro.

Finalmente, lo que más amo de Chinaski es que me presentó a uno de los autores que más admiro: John Fante.

Sé que los puristas y los amantes del canon y los muy, pero muy intelectualizados dirán que me conformo con cualquier escritor menor. Pero, ¿acaso desean que todos adoremos a los mismos autores? Esos críticos, ¿quieren ellos que seamos iguales? ¿No podemos algunos aspirar a la clase media? ¿A escribir sobre la vida diaria? ¿A no tener demasiadas expectativas? ¿Es necesario que todos busquemos la gloria literaria? ¿O podemos algunos sólo escribir o leer o admirar al hombre o mujer que hizo su trabajo diario sin demasiados aspavientos?

Tanto Buk como Fante me enseñaron que la gloria literaria es sólo una masturbación intelectual. Que algunos la alcanzarán, pero, al final, serán olvidados igual que muchos otros. Lo único que queda ante la muerte y la desaparición es ser lo más honesto posible al contar una historia. No hacerlo por la fama o por el dinero, si es que hay algo de dinero en esto. En realidad, uno debe hacerlo porque no hay más opción. Porque no queda otro camino. Y, además, uno debe amar el espejo. Por supuesto que habrá influencias y admiración hacia otros autores. También queda claro que se puede aprender de muchos de ellos. Pero, al final, lo único que hay en la soledad de la escritura, es la luz fría de la pantalla, el cursor titilando, una hoja en blanco y el escritor. En frente de él, debe estar un espejo. No de forma literal, hablo aquí de una lealtad por uno mismo incluso si uno siente asco hacia su propio ser.

Eso es lo que me ha enseñado Bukowski, y todos sus críticos se pueden ir a la mierda y perderse en la inmensidad de la noche oscura.

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