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La gran paradoja: ahora somos más pobres

Análisis Político y Social / Opinión / 2 agosto, 2020

Por: Eduardo Rodríguez

Como si fuera una paradoja histórica, ahora que tenemos un gobierno que dice estar entregado a terminar con la pobreza en el país, cuando finalice el segundo año del sexenio no sólo tendremos más mexicanos pobres, sino que el país entero será más pobre y los años siguientes pueden hacer que la economía nacional retroceda todavía más.

Reducir la pobreza de la mitad de la población en un país como México es algo posible, pero requiere de un gran talento político y un manejo sumamente eficiente de la economía. Andrés Manuel López Obrador tiene un discurso en torno a la lucha contra la pobreza, pero ese discurso es contradictorio, inconsistente, mientras que su manejo de la economía es muy deficiente y no permite, por arrogancia y por sus tendencias ideológicas, rodearse de verdaderos expertos en el tema económico y del desarrollo del bienestar social.

¿Por qué decir que el discurso es contradictorio? Primero, porque López Obrador transmite repetitivamente que la riqueza es mala y la pobreza es buena, e inclusive la exalta mientras cuestiona a la primera.

Ficticiamente se ha despojado de todos sus bienes y se ufana de que nunca le han interesado lo material; no tiene cuentas bancarias, no usa tarjetas de crédito, trae doscientos pesos en su cartera y no se permite siquiera viajar en una avioneta porque lo considera un lujo, siendo presidente de un país territorialmente enorme.

Ataca el consumismo, el gusto por el dinero y pregona que no es necesario ni tan siquiera tener dos pares de zapatos, con uno basta.

En cualquier lógica económica, si una persona desea salir de pobre, debe estar necesariamente persuadida de que la riqueza es buena y es deseable, que no tiene nada de malo construir riqueza; lo malo es acumularla a través de medios ilícitos y ser un patrón miserable, lo que los técnicos llaman el capitalismo salvaje.

Si estás persuadido que es bueno ser pobre, ¿entonces dónde está el problema? Sigues siendo pobre y feliz, ajeno a la riqueza que es mala.

El asunto es que los pobres no piensan como López Obrador y eso es ampliamente demostrable. Otro aspecto relevante es que López Obrador nunca ha sido realmente pobre y, algo que es tal vez más importante, nunca, en toda su vida, ha tenido un trabajo como obrero o empleado en una empresa. Fue, brevemente, un burócrata, pero ni aun ese tipo de trabajo pareció gustarle. Toda su vida se ha dedicado a la política y ha vivido de ella, pero sólo una vez había tenido un cargo de gobierno, fuera de ahí ha sido un activista o, como se usa el término en el argot público, un “grillo”.

Tampoco tiene una formación profesional que le haya permitido conocer los fundamentos de cómo es que funciona la macro y la microeconomía, mucho menos los grandes problemas económicos de hoy. Su formación profesional es deficiente y eso se le está notando mucho.

FOTO: HILDA RÍOS /CUARTOSCURO.COM

¿CÓMO PIENSAN LOS POBRES?

Éste es un planteamiento muy difícil y tiene mucho que ver con cuatro aspectos básicos: la edad, el sexo, el nivel de educación y el estado civil, a lo que habría que agregar la condición rural o urbana, factor que cada vez se va diluyendo más.

Durante el llamado desarrollo estabilizador, que va de los años treinta a los setenta del siglo pasado, las familias tenían un concepto de progreso que parece más equilibrado, por el cual salir de la pobreza significaba el hacerse de una vivienda lo más digna posible, mejorar su alimentación, vestir decorosamente, dejando los lujos sólo para los actos festivos, enviar los hijos a la escuela, adquirir los aparatos electrodomésticos indispensables y tener un guardadito para enfermedades o festejos especiales de la familia. Son las décadas de la migración de los ranchos a las ciudades y el paso de campesinos a obreros o empleados.

La siguiente generación, que hoy está entre los cincuenta y los sesenta años, tuvo, gracias al trabajo de sus padres, un enorme brinco en su educación formal, por el cual un alto porcentaje de padres que apenas sabían leer y escribir tuvieron hijos universitarios.

Un México más austero, muy trabajador y con menos expectativas económicas, donde inclusive los ricos eran mucho menos y eran también diferentes; compartían cierta frugalidad en sus vidas privadas.

Pasamos a una sociedad urbana con una gran celeridad (en la revolución sólo el 20% de la población era urbana y el 80% rural o semi rural, hoy es al revés), lo que cambió la economía del país y con ello la mentalidad de los pobres, clase medieros y ricos sobre la misma.

Los dos fenómenos más importantes fueron el paso de la pobreza extrema de una parte de la población a la pobreza y, en menor proporción, el paso de sectores pobres a una clase media, lo que fue posible gracias a un crecimiento económico sostenido de hasta un 6 y un 7% anual, lo que se denominó como “el milagro mexicano”.

Con mucho trabajo y políticas económicas adecuadas, se formó en el país una clase empresarial, donde predominaba la mediana, la pequeña y la microempresa. Los grandes consorcios eran muy pocos.

El desarrollo estabilizador, que termina en el gobierno populista de Luis Echeverría, había logrado un crecimiento económico muy alto y sostenido; la formación de una clase empresarial y gobiernos que manejaron finanzas ordenadas y un gasto público orientado a un bienestar social real, como la expansión del sistema de salud y el sistema educativo.

No había grandes secretos en este modelo económico que estaba funcionando. El país genera una mayor riqueza, lo que permite generar millones de empleos urbanos y mejor pagados y, al mismo tiempo, el estado comienza a tener ingresos más altos a través de la recaudación fiscal y de la administración de la renta petrolera, lo que permite una inversión mucho más alta en los servicios básicos para el bienestar social.

EXPANDIR LAS CLASES MEDIAS

Salir de la pobreza significa económicamente pasar a la clase media, así que la política gubernamental debería exponer eso: el objetivo es lograr que una parte de los 50 millones de pobres mexicanos se incorporen a la clase media, que es lo que han logrado los países desarrollados: tener una clase media muy amplia y una clase media alta lo más extensa posible, porque los ricos siempre serán pocos, aun en las grandes potencias económicas.

Un obrero calificado no es un pobre sino un clasemediero en los países desarrollados, debido a su nivel de ingresos, que puede ser tres, cuatro o hasta cinco veces más alto que el nuestro.

Después del sexenio perdido de Miguel de la Madrid, que fue de crecimiento mínimo, la economía retoma su crecimiento orientándose hacia la expansión industrial y los servicios, utilizando como motor principal el llamado Tratado de Libre Comercio, en el gobierno salinista, que, en otro proceso muy importante, reduce muy notoriamente la participación del Estado en la economía, vendiendo una gran cantidad de empresas paraestatales, la mayoría de las cuales eran improductivas y representaban un gasto, no una producción de riqueza.

La expansión económica se comienza a apoyar más en la llegada de empresas extranjeras, al ingresar al fenómeno de la globalización, pero se da una dependencia cada vez mayor de la economía norteamericana y, desafortunadamente, se incrementan los índices de corrupción, no sólo en el aparato gubernamental a todos sus niveles, sino en la relación entre una parte de las empresas y los gobiernos.

Al mismo tiempo se da una escalada de las grandes organizaciones del crimen organizado, las que comienzan a formar parte de la economía del país, por medio del lavado de dinero en casi todas las ramas, principalmente en el sector de servicios.

Esta expansión del crimen organizado permea a sectores cada vez más amplios de la población, especialmente gente de bajos recursos económicos y crea, cada vez con más fuerza, una subcultura aberrante sobre las formas de hacer riqueza, lo que se convierte en modelo para mucha gente pobre, porque además es una riqueza extravagante, que ofrece modelos de vida exóticos y sumamente violentos a la vez.

La migración, que tenía una orientación interna, se orienta, tanto en las ciudades como en las comunidades rurales, pero principalmente en éstas, hacia Estados Unidos, creando un sector de la economía que genera un ingreso básico para sectores amplios de población pobre.

El propósito de expansión de las clases medias en una economía capitalista desarrollada se da a través de la educación superior, el acceso a empleos cada vez más calificados que ofrecen ingresos más altos, la creciente incorporación de las mujeres a la vida productiva en trabajos calificados y un sistema financiero que ofrece crédito para el consumo al largo, mediano y corto plazo.

Otra opción de ascenso social es el emprendimiento, con la creación de micros y pequeñas empresas y la prestación de servicios profesionales libres.

Para el 2012, la economía de México es la segunda de América Latina, es compleja y es de fuertes contrastes dependiendo de las diferentes regiones del país, pero los índices de crecimiento comienzan a ser bajos, en parte por la dependencia del comportamiento de la economía estadunidense y en parte debido a la falta de capacidad emprendedora de los capitales mexicanos, que no apuestan como deberían al mercado internacional y al desarrollo científico y tecnológico, sino que aprovechan los nichos más cómodos de la economía del país y los explotan al máximo.

La derecha política mexicana llegó por primera vez al poder sin un proyecto de país y, consecuentemente, sin un proyecto político propio, que realizara los cambios que se requerían para impulsar el crecimiento y limpiar la corrupción del sistema político, lo que permite el regreso del viejo partido, con todos los riesgos que ello implicaba. Pero contra lo que hoy se dice, no todo es pérdida, se dan grandes avances en el sistema democrático y hay también avances en el desarrollo del país, con crecimientos que van del 2 al 4% anual.

El gobierno de Peña Nieto emprende varias reformas estructurales, entre ellas la energética y la educativa, pero no logra formar consensos sociales amplios, forma un gobierno elitista y cerrado a un grupo muy reducido, es muy incompetente políticamente y deja libre la corrupción, lo que le acarrea una muy mala imagen popular, que se agrava con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos.

Es así que el movimiento Morena, encabezado por Andrés Manuel López Obrador, gana arrolladoramente la presidencia de la república, siguiendo la tendencia mundial del ascenso de los populismos al poder.

Morena no es un partido político, en el sentido estricto del término, sino un movimiento que capitalizó todo el descontento de los medios populares y parte de la clase media del país, bajo la promesa de terminar con la corrupción, los viejos y arraigadísimos vicios del sistema político y la pobreza de la mitad de la población.

Todo el movimiento gira en torno a un solo hombre, Andrés Manuel López Obrador, y a una cúpula que le acompaña, proveniente de las más diversas y contrarias facciones políticas: priistas, panistas, perredistas, pastores cristianos, movimientos radicales de izquierda y todo aquel que aprovechó la marea electoral para acomodarse en algún cargo, ya fuera de elección popular o de gobierno.

No se trata de una plataforma política de izquierda, con una estructura, una propuesta bien definida para la conducción del país, ni siquiera un discurso coherente y claro. Nadie se ha atrevido a afirmar que la llamada “cuarta transformación”, al no definirse en términos concretos, es algo amorfo, difuso, no un proyecto de país.

En la práctica, López Obrador está mostrando que no sabe de economía y que la mayoría de sus conceptos sobre los grandes temas del país son viejo o inoperantes.

En economía desea volver al modelo del “desarrollo estabilizador”, pero sólo en la parte en que el Estado controla ciertos sectores estratégicos, especialmente el energético con el petróleo y la electricidad, pero eso es algo obsoleto, además de que la petrolera PEMEX se encuentra en la quiebra y está teniendo pérdidas enormes.

La intención es recuperar los monopolios, eliminando la participación del capital privado nacional y extranjero, sacrificando inclusive las nuevas tendencias mundiales de generación de energías limpias, para regresar al carbón, el combustóleo y el petróleo.

Además, no sólo se acabó la renta petrolera por la caída de PEMEX, sino que la empresa es una amenaza grave para la economía nacional, que se está comiendo los ingresos de la recaudación fiscal que provienen de otros sectores que sí son productivos.

La inversión privada requiere de un estado de derecho sólido y reglas muy claras por parte del Estado. Desde el inicio, López Obrador ha sido contradictorio en sus decisiones y ha confrontado inclusive al sector privado, lo que ha derrumbado la confianza y la inversión, con lo cual el crecimiento de la economía cayó por debajo de cero en el 2019 y en 2020 el Fondo Monetario Internacional estima que la crisis derivada del COVID-19 podría implicar una caída hasta del 10% del PIB del País, en tanto que el desempleo se ha disparado.

No hay apoyo al empleo formal, no existen tampoco apoyos a la industria, no hay revisión de la política fiscal, no hay políticas para el estímulo a la inversión, ni nacional ni extranjera, se retiró el presupuesto al desarrollo de la ciencia y, en consecuencia, de la tecnología. Se retiraron recursos al fomento del turismo, un sector en el que México estaba muy bien posicionado, entre otros desaciertos.

Para poder sostener ciertos proyectos de infraestructura, que han sido considerados inviables por todos los especialistas, y para sostener los programas asistenciales, López Obrador está recurriendo a secar, literalmente, el gasto corriente del aparato del gobierno central, lo que está paralizando, en la práctica, a las secretarías de Estado y a la mayoría de los organismos públicos.

En términos generales, tenemos un gobierno que no sabe cómo manejar la economía para generar riqueza y, como paradoja, ha comenzado a empobrecer al país y provocar un gran daño al desarrollo, con lo cual no sólo los pobres no saldrán de su condición, sino que una parte considerable de las clases medias podrían regresar a la pobreza.

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Redacción




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