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Morena podría perder en el 2021

Análisis Político y Social / Opinión / 1 julio, 2020

Por: Rodrigo Tejeda

Sobre la mesa del despacho presidencial los asesores de imagen y de proselitismo pusieron malas noticias desde la segunda semana de junio: la popularidad y la aprobación de AMLO va en picada y está alcanzando niveles preocupantes; el Covid-19 y especialmente la crisis económica están golpeando la popularidad del presidente, a lo que se está sumando la ola de inseguridad que azota al país y ante la cual no hay respuestas.

Al interior mismo de Morena hay ya malestar, además de un gran desorden, lo mismo que entre varias personalidades que integran el primer círculo político de la 4T. Existe la opinión de que la llamada “austeridad republicana” de AMLO ha ido más allá de lo razonable y está ahorcando a todo el aparato gubernamental, mientras continúan las protestas del personal médico y de enfermería del IMSS y del ISSSTE por la falta de recursos para realizar su trabajo en contra de la pandemia.

A diferencia de lo que ocurría inicialmente, ahora los radicales parecen ser de las pocas voces que escucha el presidente, quien decidió reiniciar sus giras por los estados, presionar todavía más el presupuesto federal, supervisar personalmente sus tres obras magnas, ir en contra de prácticamente todos los organismos autónomos, a los que amenaza de desaparecer, aumentando de 40 hasta 100 y, lo último, emprenderla contra todos los gobernadores que no son de Morena, los cuales son la gran mayoría.

Al grito stalinista de “se está con la cuarta transformación o se está en contra de ella”, radicalizó más la postura de su gobierno y va reduciendo su consenso a la clientela dura y a los beneficiarios de sus programas asistenciales, poniendo en contra a todo el resto del país.

Después de dar a conocer un “complot” de una imaginaria BOA, Bloque Amplio Opositor, como un espectáculo o, como lo denomina la prensa española, un infortáculo: un material que pareciera información pero está más destinado a crear un show mediático, donde los medios periodísticos suelen no hacer bien su trabajo y abordar el asunto desde su fondo, inició lo que se puede considerar como su campaña electoral de cara al 2021

Pero en su gira de trabajo por varios estados del centro y sur del país, por primera vez, no le fue muy bien a López Obrador, quien inclusive recibió rechiflas y hasta asedio por parte de algunos grupos de origen popular y, también por primera vez, la evidencia de que el público está más atento de lo que parece a los actos del presidente. “¡Nada más atiendes a la mamá del Chapo!” fue una de las consignas que más escozor provocaron a sus encargados de imagen.

AHORCAR A LOS ESTADOS

En esa última y no muy afortunada gira, López Obrador puso en claro algo muy delicado: su prioridad no es ahora el Covid-19, ni la grave crisis económica, ni el problema de la seguridad pública; su prioridad son las elecciones de 2021.

El domingo 21 de junio, Encuesta Mitofsky, una de las casas encuestadoras más creíbles del país, dio a conocer que, por primera vez, el índice de popularidad y aprobación de AMLO había caído hasta un 46.4% y con una tendencia descendente sostenida. Esto ratificó lo que ya sabían y habían discutido los asesores presidenciales en los días anteriores.

Cuando se molesta o está bajo tensión, López Obrador suele ser errático, hablar de más o tomar decisiones autoritarias e improvisadas.

Después de que Beatriz Gutiérrez Müller cuestionara a un comediante de nombre José Manuel Torres Morales, apodado Chumel Torres, quien había sido invitado a un foro sobre discriminación y racismo por el CONAPRED, debido a que el comediante había puesto, indebidamente, un apodo al hijo de la pareja presidencial, AMLO se lanzó contra él, pero antes de ello evidenció que no conocía siquiera el nombre del CONAPRED y tampoco sabía cuáles eran sus orígenes.

La ignorancia no evitó que se lanzara con adjetivos agresivos contra el comediante, que planteara la desaparición no sólo del CONAPRED sino de todos los organismos autónomos, acusándolos de inútiles, innecesarios, despilfarradores del erario público y parte del pasado de corrupción del país; todo ello motivado por el enojo de su esposa debido al apodo del comediante hacia el hijo menor, quien recibió disculpas, pero ya se había desatado la furia presidencial en contra de todos los organismos autónomos.

El mensaje fue desastroso para la opinión pública: si así se toman las decisiones presidenciales, el país está en un serio problema.

Pero de vuelta a lo que le importa, López Obrador se ha adentrado en el tema de las elecciones de 2021, donde su movimiento se consolida o su sexenio habrá iniciado su declive definitivo.

Está en juego el mantener o perder el control del poder legislativo; 15 gubernaturas, entre ellas varias de los estados más estratégicos del país, 30 congresos locales y por lo menos 2 mil presidencias municipales.

Con un partido Morena dividido, desarticulado al carecer de estructuras indispensables, considera que solo él puede ganar esas elecciones y amenaza abiertamente en que se convertirá en el gran ojo visor de las mismas, pero también en su principal operador, amenazando inclusive al INE y al TRIFE, dos organismos que permitieron su llegada al poder, pero que ahora pretende descalificar y quitarles recursos económicos.

Para el presidente, el principal problema que tiene en las elecciones de 2021 son los gobernadores de los estados, por lo que ha ordenado una política de restricción de recursos destinados a los mismos, bajo el argumento de que quieren el dinero para usarlo en las elecciones e ir en contra de su partido.

Ha ordenado inclusive que la Secretaría de Hacienda no les dé el aval para obtener créditos, de cualquier tipo.

La intención es poner a los gobiernos estatales, y en consecuencia a los municipales, a pan y agua, lo que violenta los preceptos constitucionales por los cuales el presidente de la república no debe involucrarse en ningún asunto de carácter partidista y electoral, mucho menos utilizar la distribución institucional de los recursos públicos con ese propósito.

Mientras el país se debate en una crisis de salud, una grave recesión económica y un problema generalizado de seguridad pública, la prioridad presidencial es el poder: controlar toda la estructura política del país, conservando todo el poder central, pero controlando ahora gubernaturas y presidencias municipales, al precio que sea necesario y por encima de las prioridades esenciales de los mismos estados.

Ése es el propósito, pero mientras tanto sigue cometiendo errores y ganando adversarios, no sólo entre la derecha, como él cree, sino en una parte de los sectores más progresistas del país, quienes, esperanzados, lo apoyaron para llegar al poder y hoy están lamentablemente decepcionados.

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Redacción




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