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El nuevo disco de Iggy Pop: Free

Cultura / Cultura Principal / 28 noviembre, 2019

Los dioses también tropiezan

Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
twitter: @puratolvanera

Hace apenas unos años, en el 2016, Iggy Pop nos entregó uno de los mejores álbumes de su carrera. El Post Pop Depression fue una gloria que Iggy grabó junto a uno de los últimos genios del rock: Josh Homme. En ese momento, Pop declaró que tal vez sería la última vez que grabara un álbum.

Para ese disco escribí una reseña y afirmé que, si era así, no encontraba mejor manera de despedirse. Post Pop Depression es una joya del rock contemporáneo.

El problema fue que Iggy no mantuvo su promesa y en septiembre salió a la venta un nuevo álbum: Free.

Este disco es un tropezón en la carrera del viejo cantante, aunque, ¿acaso alguien puede reclamarle lo que sea a un artista como Iggy Pop? ¿No ha hecho suficientes discos excepcionales como para que nosotros, los críticos, nos pongamos tan quisquillosos?

Es probable que no deberíamos decir nada malo, aunque tal vez sirva como referencia voltear a ver a dos grandes artistas que murieron más o menos a la misma edad que tiene Iggy.

Por un lado, David Bowie, quien murió a los 69 años y justo antes de dejar la tierra nos regaló uno de los discos más importantes de la historia de la música popular contemporánea: Blackstar.

Luego está Johnny Cash, quien poco antes de morir a los 71 años, no sólo grabó un gran disco, sino dos: American III: Solitary Man y American IV: The Man Comes Around. Y todavía podríamos decir que American V: A Hundred Highways, publicado póstumamente, es una gran obra de arte.

Entonces, después de hacer esta comparación, ¿se le puede perdonar un disco mediano tirando a mediocre a Iggy? Pues sí, porque Iggy es de los últimos que nos quedan, ni hablar.

Sé que ese argumento no es ni racional ni crítico ni lo que se espera de un análisis objetivo, pero hay ocasiones en que el corazón no entiende nada y sigue adelante.

Con todo y eso, el disco tiene varias canciones rescatables y otras que, entendemos, son olvidables porque Iggy se encuentra en una nueva etapa de su vida. Una que incluye hallarse en Miami, comer saludable, beber vino y nadar en el mar. Él mismo lo ha dicho, vive mejor ahora que cuando fue joven, pero, como siempre, su arte lo ha resentido.

Y eso no tiene nada de malo, es más, ya quisiera yo tener esa vida, pero no se consigue de a gratis y Pop pagó el precio más de una vez.

Para entender este álbum se debe partir del hecho de que Iggy buscó liberarse del esquema que normalmente existe en el rock. Para eso, se acercó a otro tipo de músicos, unos muy alejados de Josh Homme y su banda. Por un lado, la guitarrista Sarah Lipstate, conocida como Noveller, quien se dedica a crear ambientes y sensaciones, y por otro, el trompetista Leron Thomas, músico de jazz y compositor.

Con esos dos antecedentes, se pude abordar el disco, comenzando por el primer track, en donde Iggy declara, sin ninguna duda, que desea ser libre y es a través de este disco que lo ha demostrado.

La primera parte del álbum nos muestra a un Iggy intentando, una vez más, convertirse en crooner. No lo hace mal, no hay forma de que falle. A algunos les parecerá una voz muy seca, ruda, poco delicada para ser crooner. Creo que es justo esas características las que lo identifican.

A pesar de que el cantante intentó liberarse del esquema rockero, no está tan lejos del género. Sólo hay que escuchar canciones como Loves Missing. Sí, no es punk, pero tampoco es jazz, es más bien un low rock con reminiscencias jazzeras. La siguiente pieza es Sonali, con un sonido más avant garde. El disco hasta aquí parece avanzar a buen paso. Ya hemos entendido que Pop buscaba algo distinto a lo que había hecho hasta hace poco.

Y llegamos al single James Bond, una canción con un intro de guitarra groovy que sirve de fondo para el Iggy crooner, a quien imaginamos con pantalón de piel y saco color vino, sin camisa cantando en medio del desierto. Gran canción, sin duda.

Dirty Sanchez vuelve a un sonido avant garde, ahora de la mano de la trompeta. El jazz se convierte en un ritmo machacón redondeada con la voz punk del cantante, pero la canción no despega en ningún momento.

A partir de ahí, el disco comienza a desdibujarse. En las siguientes cinco canciones Pop presta su voz para recitar algunos poemas. La música es ambiental y no se llega a ningún lugar. Un poema de Lou Reed, We Are The People, podría existir de otra manera, en otro lugar, con otra intención, pero no en un disco de Iggy.

Luego aparece Do Not Go Gentle Into That Good Night, de Dylan Thomas, en donde la voz de Iggy va desapareciendo por debajo de la trompeta. ¿Es un disco del cantante o un juego de los músicos?

Media hora de música en donde sólo tres canciones nos recuerdan que es un álbum de Iggy Pop. Yo sé que él puede y debe hacer lo que se le dé la gana, pero me parece que incluso las leyendas deben ser autocríticas, no importa que ya sean inmortales.

Espero que este no sea el último disco de Iggy, no sería una despedida acorde al gran legado que todavía está construyendo.

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Redacción




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