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Periodismo gay sin enducolorantes

Cultura / 30 octubre, 2019

Un amigo para la orgía del fin del mundo de Wenceslao Bruciaga

 Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
Twitter: @puratolvanera

Wenceslao Bruciaga es un autor sui generis. Yo sé que siempre se anda diciendo lo mismo de todos los autores, que son raros y únicos y que no se parecen a nadie. Pero, en este caso creo que de verdad en lo que escribo. Bruciaga ha escrito libros de relatos: Tu lagunero no vuelve más, (Editorial Moho, 2000); Funerales de hombres raros, (Jus, 2012). Una novela: Bareback Juke-box, (Editorial Moho, 2017).  Y un libro que recopila las mejores columnas que ha publicado por más de diez años en Milenio: Un amigo para la orgía del fin del mundo, (Discos Cuchillo, 2016). También ha colaborado en múltiples medios y se ha forjado, a punta de martillazos tipográficos una fama de escritor-gay-punk-boxeador-homofóbico.

No existe en la actualidad, ningún autor como él. Nadie se atreve a atraerse ese odio, esa ira desmedida tanto de los hombres heterosexuales homofóbicos como de los activistas gays de unicornios y arcoíris.

Hace algunas semanas, visitó la ciudad para presentar Un amigo para la orgía del fin del mundo con la excusa de su reedición. Por más raro que parezca, este libro de Wenceslao, una recopilación de columnas publicado por una editorial independiente agotó su tiraje y se lanzó una nueva edición. Algo está haciendo bien tanto la editorial como el escritor para que este tipo de milagros sucedan en el país.

Hay más características que hacen a Bruciaga un escritor fuera del canon. Sus influencias son más que visibles e incluyen música punk, pero también el pop más comercial. Por un lado, es lector de las y los autores más descarnados y punks de la literatura contemporánea, pero consume con gusto e ironía las telenovelas mexicanas. En sus columnas ha explicado que está dispuesto a madrearse con cualquier homofóbico que se le ponga enfrente y al mismo tiempo es lo bastante honesto como para reconocer los golpes que ha sufrido a manos del amor más romántico y cursi que los humanos pueden vivir.

Pienso que Wenceslao es un autor que necesita la literatura de este país, no importa si ha logrado el reconocimiento de las grandes editoriales o el de una masa de lectores poco identificados con las complicaciones que vive en silencio una comunidad que es más grande de lo que parece.

Y es que el autor no se traga el cuento de que los homosexuales siempre son víctimas de la sociedad. Para él, una responsabilidad de cualquier gay es enfrentar la cultura predominante heterosexual. Su trabajo periodístico es un buen ejemplo de esto. Uno de los temas que predominan en el libro es una crítica constante a ese activismo gay enducolorado. Para Bruciaga no hay nada más detestable que un gay intentando encajar en los estereotipos que los heterosexuales les han entregado para aceptarlos en la sociedad. Por eso no comprende la obsesión de los activistas por legalizar el matrimonio ante el estado. Y no, deja claro más de una vez que no está en contra de esto, sino que le parece ridículo. Por otro lado, reconoce que la comunidad LGTB es mucho más amplia de lo que parece y que, aunque esa lucha es válida, también es igual de valioso despreciar la forma de vida hetero.

Uno de los mejores momentos de este libro es cuando el autor se internó en las trampas de los grupos que prometen la cura contra la homosexualidad. Es notable la forma en que pudo soportar sin vomitar el discurso religioso combinado con homofobia y superación barata. Estas asociaciones o grupos son creados para que los homosexuales, que viven confundidos, desarrollen una profunda victimización y un sentimiento de culpa propio de las religiones más retrógradas. De alguna manera, Bruciaga rasca la superficie de un odio profundo hacia la homosexualidad. Lo que se puede ver en el fondo debería, por lo menos, resultarnos inquietante.

Otro de los temas favoritos del autor es la música, especialmente aquellos géneros que rodean el punk. Por extraño que parezca, también la música pop más superficial que parece funcionar como una válvula de escape. Porque, aunque el autor constantemente critica los gustos musicales de la comunidad gay, pareciera que al mismo tiempo está pendiente de qué es lo que se escucha en los antros de moda. Como si en el fondo disfrutara esta música superficial y olvidable porque le recuerda todas las noches de sexo salvaje y sin ataduras.

En fin, no vengo aquí a diseccionar los gustos musicales del autor, sino a mencionar que este libro es valioso tanto para aquellos que viven cierto activismo gay como para aquellos que no terminan de comprender por qué la comunidad LGBT es tan combativa y al mismo tiempo tan ligera. También puede ser el mejor libro para molestar a la tía mocha que se sigue asustando porque los gays existen y tienen sexo y se rellenan sus orificios de múltiples formas. Creo que, a lo mejor, cumple con una función que tal vez el autor no estaba contemplando: pienso y afirmo con seguridad que este tipo de libros pueden conseguir que la homofobia se reduzca. Cuando el intolerante comprende al otro, comienza a transformar su forma de pensar. La única manera de entender a los demás es internándose en su pensamiento y en su existencia diaria. Bruciaga, tal vez sin proponérselo, nos ha entregado sus propias entrañas en forma de crudo periodismo. Qué mejor forma de aprehender lo desconocido.

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