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La violencia y la perversidad como diversión

Cultura / Cultura Principal / 2 octubre, 2019

Por: Marcela Valles

Netflix se ha convertido en una formidable plataforma que hace poco tiempo sólo ofrecía básicamente películas, pero hoy gran parte de su poder está en la oferta de series; muchísimas series, que pueden durar hasta más de diez temporadas y tener hasta veinte capítulos cada una, con duraciones de 20 a 60 minutos o más. Quien haya vuelto a ver Breaking Bad, por ejemplo, como sugirió el actor Aaron Paul (Jesse Pinkman) que se hiciera antes de ver “El camino: a Breaking Bad movie”, habrá dedicado nuevamente 46 horas y media frente al televisor. 

El actor mexicano Luis Gerardo Méndez, coprotagonista de la serie “Club de cuervos” publicó el 6 de diciembre de 2016 en su cuenta de twitter, muy al estilo de su personaje Chava Iglesias y recién estrenada la segunda entrega de la serie “Gente que ya se acabó toda la segunda temporada de #ClubDeCuervos en las primeras 8 horas. No mamen. Saboréenla chinga!”.

Aquí tenemos ya una situación especial: el televidente puede ver dos, tres y hasta más capítulos continuos, con lo que su tiempo frente a la televisión se duplica. Hay quienes los fines de semana o aun entre semana hacen maratones y ven temporadas completas. Doce horas viendo la televisión.

Pero hay algo más discutible: la temática de las series. Si se toma al azar un listado de diez series, siete de ellas tienen como temática la violencia, con niveles de brutalidad. El crimen en sus formas más diversas, lo que incluye el narcotráfico como uno de los temas más rentables. Las otras tres pueden tener temáticas de suspenso, juegos de poder. Y el público gusta de recetarse una gran cantidad de este contenido en periodos muy cortos.

Hace un mes me recomendaron dos series españolas: “La casa de papel” y “Vis a vis”.

La primera temporada de “La casa de papel”, que técnicamente está bastante bien realizada, gira en torno a un grupo de criminales, dirigidos por un sujeto con una inteligencia sobredotada, que asaltan la Casa de Moneda española, de ahí el nombre de la serie, después de una muy larga trama, imprimen algo así como mil millones de euros y logran escapar con ellos, no sin pagar ciertos costos.

Hasta ahí parece una serie entretenida, pero como tuvo una enorme audiencia, inventan la tercera temporada y ahora se trata de robar el oro de España en un asalto al banco central, con lo cual el guión comienza a tener tintes surrealistas y desproporcionados, como el convertir a la pandilla de criminales en una réplica madrileña de la pandilla de Robin Hood, que regalan el dinero público al pueblo y se convierten en héroes.

Ahí dices, esto ya se pasó de horno y las roscas se quemaron, y le cambias.

Pero comienzas a ver “Vis a vis”, cuya trama gira en torno a Macarena Ferreiro (Maggie Civantos) una joven atractiva y rubia, que se enreda amorosamente con su jefe, bastante más talludito que ella, quien le toma el pelo para cometer un fraude y dejarla en un problemón que la lleva a la cárcel, donde comienza a correr la historia.

Una cárcel de mujeres donde la ingenua y hasta cierto punto inocente protagonista va a enfrentar un inframundo donde reina la perversidad en todas sus formas imaginables. Violencia directa, extorsión, tráfico de drogas, abusos sexuales, traiciones, venganzas, de todo, capítulo tras capítulo en cada una de las temporadas, sin que la rubia inocente deje de sufrir y se vaya transformando en otra criminal más. La tercera y cuarta temporadas incluso dan el verdadero protagonismo a Zulema Zahir (Najwa Nimri), la antagonista inicial, mandado a descansar a la rubia que ya no es tan bonachona, pero cuya simpatía no puede competir con el rating que genera la complejidad psicológica de la villana, ni con el de varias otras reclusas que son personajes con mejores historias.

ANTES DE DORMIR

El caso es que te vas a la cama para descansar de un día de trabajo, pero además de la almohada te llevas una retahíla de imágenes sobre la inagotable perversidad humana y la inteligencia puesta al servicio del crimen.

Si te divertiste dos horas viendo un par de capítulos, tienes lo suficiente para que por tu mente pase un médico degenerado, una criminal que quema vivas a sus víctimas, un guardia corrupto, una veinteañera ingenua que es obligada a traficar drogas en una prisión metiéndoselas por el ano o por su vagina, un vigilante asesinado colgándolo con una sábana dentro de un sanitario.

Felices sueños.

Por estas series de Netflix, la temática fílmica para México se ha vuelto básicamente una: el narcotráfico, que, por supuesto, tiene que incluir la narco-política porque es la quintaesencia del mismo; siendo “La reina del sur” la serie más vista en México.

Aunque en torno a las narrativas del narcotráfico ha corrido una enorme cantidad de información, es muy distinto la recreación de la historia en una serie televisiva, donde la realidad y la fantasía se mezclan en una sola trama, lo que además de ser muy entretenido termina provocando un efecto especial en los televidentes: la convicción de que así fueron las cosas.

Lo anterior propicia que la creación del guionista de la serie tenga más credibilidad que la realidad misma, porque parte de esa realidad sólo la conocen las autoridades gubernamentales y los propios protagonistas reales, pero ninguno de los dos la va a contar en toda su crudeza.

En el caso de “El Chapo”, por ejemplo, todos los mitos, como el mítico poder de Carlos Salinas de Gortari, o las tendencias de modo, como la diversidad de género, se introducen a la trama para buscar el mayor atractivo posible.

El personaje antagónico de “El Chapo” es homosexual y hay que darle su historia paralela, lo mismo que a la lucha por el poder, pero hay que tener cuidado con el manejo del personaje central, porque ese todavía existe y es uno de los criminales más poderosos y ricos del mundo, aunque pase el resto de su vida en la cárcel, pero tiene familiares y cómplices, por lo cual siempre tendrá ciertas facetas de heroicidad y una reducción drástica a su lado tenebroso.

Varias veces me he imaginado la brutalidad que se daba en el Coliseo romano, donde un grupo de cristianos era devorados por leones y otras bestias, para el enorme regocijo del pueblo, al que además le regalaban pan en lugar de palomitas, de ahí el dicho de que “al pueblo pan y circo”.

Todo era real, pero se limitaba a la brutalidad física, que ciertamente era terrible pero no podía ofrecer como recreación las perversidades y degeneraciones de la psicología del hombre, como desde el siglo pasado lo puede hacer el cine y la televisión a partir de la tecnología y de un guion; función que cumplió primordialmente el teatro hasta las primeras décadas del siglo XX.

Lo de hoy es más invasivo de una mente que, en teoría, se considera mucho más cultivada que la del populacho romano, que era parte de un imperio que permanentemente vivía en guerra.

Lo penoso es que luego nos preguntamos: ¿de dónde han salido todos esos monstruos que operan dentro del crimen organizado? Los que torturan, descuartizas y decapitan a sus víctimas para colgarlas de un paso a desnivel o tirar cabezas humanas en una discoteca para espantar a sus adversarios.

Lo más nuevo: “Monarca”, una serie mexicana en torno a una familia muy rica y poderosa dedicada a la producción de tequila, pero donde matar y mandar matar es un hábito familiar, lo mismo que la corrupción. La mezcla de familias adineradas, políticos y narcos son empleados por el guionista para presentar la criminalidad y la brutalidad como cosa cotidiana en ese medio de ficción de cierta sociedad mexicana. Matar es pues asunto de gente común, hasta de la propia madre del clan familiar que le vuela los sesos a su propio cuñado, un hombre que a su vez hizo le mismo a su hermano.

Así está la recreación de las nuevas y más poderosas plataformas de entretenimiento televisivo.

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