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El ISSSTE: una historia de corrupción

Especiales / Slider / 2 septiembre, 2019

Por: Marcela Valles

Hemos llegado a un punto en que la ineficiencia y la corrupción en las instituciones públicas de salud alcanzan el nivel del surrealismo; son tan increíbles y burdas que cuesta trabajo hacerlas que encajen en la realidad si no se les conoce por experiencia propia.

Este mes de julio he estado en Culiacán, Sinaloa, en una corta estancia durante la cual me ha tocado vivir personalmente la corrupción y la incompetencia del hospital local del ISSTE; una historia que narro porque se replica a nivel nacional, clínica por clínica, aunque afortunadamente no médico por médico.

Voy a lo primero: la experiencia de tener una consulta ordinaria en el Centro Integral de Especialistas del Pie, en Culiacán, Sinaloa, con el médico especialista en podología Héctor Antonio Carrizoza Quiroz

El espacio del consultorio no debe ser mayor de tres por tres metros y en él nos encontramos, al mismo tiempo, 16 personas en un apretujamiento insólito: el médico detrás de su escritorio, diez médicos internos que se supone son estudiantes de especialidad y practicantes de medicina general que hacen su internados, dos pacientes y sus dos familiares acompañantes, más una enfermera de la cual nos referiremos a detalle más delante.

El médico es un hombre de aproximados 50 años, de complexión robusta, moreno, en actitud permanente que va del desenfado al cinismo.

Entro a la consulta acompañando a mi hermana que tiene un padecimiento en los pies y va a ser revisada. La colocan en una pequeña cama ubicada en el fondo y dos de los médicos internos comienzan a revisar sus pies, los demás permanecen entretenidos en sus teléfonos celulares o platicando de trivialidades.

El médico, desde su escritorio, les pregunta a los dos médicos aprendices el diagnóstico. Ambos responden inseguros sobre lo que creen. El médico se burla de ellos: ¡Se fue la luz anoche! ¿Eso no estaba en su compu?

Mientras esto transcurre, la enfermera se me acerca llevando consigo un frasco de crema grande, con inyector, me hace comentarios elogiosos sobre mi piel y me muestra la crema, para comenzar un diálogo como si fuera vendedora de Avon. Por tan solo mil cuatrocientos pesos mi piel será tersa, lozana y libre de toda mancha.

Siento el impulso de decirle si su trabajo es de enfermera o de agente de ventas, pero veo que es alguien de gran confianza con el doctor y la próxima consulta sería una pesadilla mayor para mi hermana.

De pronto se abre la puerta y entra una mujer joven empujando una silla de ruedas que lleva a su padre, un anciano que debe estar por encima de los 80 años y, por lo que se ve, padece pie diabético.

El médico les pide a dos de los internos que lo revisen y le den su diagnóstico. Ellos guardan sus celulares y se dan a la tarea de revisar el pie de anciano. Vuelve el sarcasmo: ¿diagnóstico?

Como se da cuenta que no me venderá a mí la milagrosa crema, la enfermera comienza a realizar su trabajo de vendedora con la hija del anciano enfermo. Lo hace con el mismo entusiasmo y verborrea que se presume tiene ensayado hasta el cansancio.

Finalmente el médico se pone de pie y se dirige hacia mi hermana, abriéndose paso en el tumulto que formamos, antes de llegar a la camilla hace la broma de “aplastar” con su cuerpo a una médica interna que se encuentra recargada del lado izquierdo del consultorio; una muchacha de cuerpo grueso, a quien semejante confianza no parece causarle mayor sorpresa.

El médico toma los pies de mi hermana, los revisa y le da su diagnóstico: hay que operar ambos pies, pero hay espacio hasta el mes de noviembre, cuatro meses después. Se regresa a su escritorio y le da dos recetas para realizarse un estudio radiológico y exámenes preoperatorios.

Ella le indica que siente muy fuerte dolor al caminar y le pide algún medicamento para disminuir las molestias; le sugiere el medicamento Arcoxia, que le habían recetado anteriormente, pero él le indica con cinismo: “ése ya no te lo puedo recetar porque ya no hay, es de los caros; te voy a dar paracetamol y naproxeno”.

Para surtir la receta de paracetamol y naproxeno hay que hacer una cola de dos horas de duración en la farmacia del hospital y otras dos horas para obtener una cita en radiología.

Al abandonar el cubículo se siente un gran alivio en la respiración y la sensación de salir de una especie de celda o de un elevador de un edificio muy alto que se hubiese atascado atiborrado de usuarios hasta el último espacio.

CORRUPCIÓN MÉDICA

Si la consulta es una experiencia surrealista, la corrupción del podiatra Carrizoza es indignante.

En su trabajo de ventas, la enfermera da como referencia para comprar la crema mágica en una farmacia que se encuentra apenas a media cuadra del hospital.

Pero eso no es una coincidencia, es todo un negocio que ha montado el podiatra. Quien todas las cremas, medicamentos y suplementos alimenticios que receta pide que sean surtidos en dicha farmacia.

A mi hermana le ha recetado, para que lo surta en dicha farmacia, dos suplementos alimenticios para estimular el tejido de los cartílagos y otro suplemento para la estimulación sanguínea, que cuestan dos mil 480 pesos los tres.

El tratamiento deberá durar un año y los tres frascos que ha surtido le durarán en promedio solo dos meses.

Todas las operaciones que tienen cierta urgencia, lo cual es de lo más común, las canaliza a su consultorio privado, pues para obtener una cita en el ISSSTE se requieren hasta cuatro meses de espera, lo que significaría al paciente perder no sólo sus dedos sino su pierna o inclusive la vida misma.

Con discreción, le pregunto a la enfermera si el médico es el dueño de la misma y me contesta, titubeante: “bueno, dueño dueño, pues yo no le sabría decir”. “¿Entonces es algo así como socio?”, le insisto. Ella titubea y con ganas de salir de la incómoda pregunta me responde que ella no está bien enterada de esas cosas, aunque al hablar con el médico por el teléfono inclusive se tutea y recibe sus instrucciones para vender ciertos medicamentos.

El médico se reserva para sí la venta de una pomada que, por lo que puedo escuchar cuando atienden al anciano con pie diabético, se emplea en heridas y ulceraciones que fueron sujetas a cirugía menor. Un tarro de crema cuesta seis mil pesos y hay que untarla por periodos prolongados.

Cuando se le termina, él mismo le pide a los pacientes que compren los ingredientes para preparárselas. Es un frasco aproximado de medio litro. En, ocasiones, según refirió la hija del señor con pie diabético, el médico les vende pomada ya preparada en presentación de un cuarto de litro por tres mil quinientos pesos.

Si no siguen sus indicaciones, les regaña y les amenaza con no hacerse responsable de su tratamiento.

Carrizoza le pide a uno de los médicos internos, delante de todos los que estamos presentes, que vaya a su coche y traiga dos tarros de tal pomada, uno para el paciente anciano y otro que le mandará a otra persona que, por la conversación, es un especie de ayudante que va a pasar por él a su consultorio privado.

Mientras el tiempo transcurre en la enorme fila de la farmacia, la hija del paciente anciano cuenta su experiencia con este médico.

Hace unos meses le operó de uno de sus pies, extrayéndole parte del hueso del dedo pulgar del pie derecho. La operación la realizó en su propio consultorio, sentando al paciente en una silla, mientras él se sienta en un banquillo y pone en el piso un recipiente para que caiga la sangre.

Ella le cuestionó si el consultorio era un lugar adecuado para hacer la operación, por la higiene o alguna complicación que se pueda presentar. Él, entre indignado y prepotente, le contestó: ¡si quiere, rentamos un quirófano, pero ya sabe lo que le va a costar; aquí no hay ningún problema de higiene, el que tiene la infección es su papá, por eso lo estamos operando”.

Todas las operaciones que tienen cierta urgencia, lo cual es de lo más común, las canaliza a su consultorio privado, pues para obtener una cita en el ISSSTE se requieren hasta cuatro meses de espera, lo que significaría al paciente perder no sólo sus dedos sino su pierna o inclusive la vida misma.

Todas esas operaciones las realiza en las condiciones referidas.

Les cobró cinco mil pesos por la operación y sólo acepta pago en efectivo, nada de cheques. Como parte obligada, le recetó la pomada ya mencionada, con un costo de seis mil pesos, la cual ya ha surtido en tres ocasiones con la del día de hoy, pero además tiene que hacer otro tipo de gastos como el de un enfermero que le hace curación a diario a su papá y le cobra 150 pesos diarios, los treinta días del mes.

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