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Vacaciones: ¿de piojo o de lujo?

Opinión / 1 agosto, 2019

Por: Eugenia Rodríguez

Los pelos rubios son un remolino que se sigue en unas barbas cortas, como se estilan, también rubias. En el brazo derecho lleva un dragón y en el pecho desnudo una especie de criatura fabulosa, junto a él, que va en bermudas y chanclas, descansa su mochila, un saco para dormir y algo que debe de ser una pequeña casa de campaña empaquetada en nailon fosforescente de color naranja.

Sentado frente a una de las mesitas de la tienda Oxxo, en la parte céntrica de Playa del Carmen, Quintana Roo, se prepara un emparedado y disfruta de una bebida de té negro helado. Es su comida del día y le ha costado cincuenta pesos.

Charles es estudiante de postgrado en la Sorbona de París y decidió conocer México, para lo cual pasará todo su verano recorriendo desde Zacatecas hasta Quintana Roo, donde se encuentra ahora.

Duerme en las playas, o en sitios públicos que lo permiten, dentro de su pequeña casa de campaña anaranjada, él se prepara sus propios alimentos comprando comida en mercados, tiendas y supermercados<, si no hay mar cerca, se baña con una esponja en un baño público y lava su ropa en una lavandería cualquiera. Viaja en camión y no tomará más avión que el París-Ciudad de México y viceversa.

Charles es un “piojo”, como le dicen a este tipo de turistas en Cancún, porque, salvo la comida y el camión, más las entradas a los sitios que le interesan, no gasta en nada más.

Es un “piojo” que visita un país distinto cada año, desde hace cinco, y es un hombre educado y culto, no un vago. Sólo bebe vino de mesa, que le sale también muy barato y se divierte e ilustra. Sobre la mesa donde come tiene dos libros: una traducción de la arqueología mexicana y otro del barroco en el periodo colonial.

Es, digamos, un turista extraño para nosotros, porque además sabe nadar a mar abierto, bucear y treparse en una tabla deslizadora. Por sexo tampoco tiene problemas, se las arregla con su 1.85 de estatura, su torso atlético y cierta apostura desenfadada.

Charles estará en México por dos meses y se gastará apenas alrededor de mil euros, un poco más de veinte mil pesos.

LA FAMILIA PELUCHE

Francisco va de vacaciones una semana a Mazatlán: lleva a su esposa, a sus dos hijos pequeños y a sus suegros.

Los seis harán el viaje apretujados, como en una lata de sardinas, en un coche compacto.

El hotel, que es apenas de tres estrellas ganadas con bastantes sospechas, le costará alrededor de 10 mil pesos (500 dólares).

Si la suegra y el suegro no le cooperan, Francisco se gastará al menos 900 pesos diarios en comer en algún restaurant modesto, nada de lujos  y nada de bebidas caras; las cervezas hay que comprarlas en expendio.

En gorros, camisetas alusivas, una especie de bata o de pareo para tapar el exceso de kilos de su mujer, más los regalitos para los parientes, se gastará no menos de 2 mil pesos, si se mide.

En otros gastos, como casetas, gasolina, y lo que se acumule se le irán no menos de 4 mil pesos más.

Las vacaciones de Francisco, además del costo de soportar a la suegra, al suegro, cuidar a los niños y lidiar con los antojos de su esposa, le costarán entre 22 mil y 23 mil pesos, lo que pagará en buena parte con sus tarjetas de crédito.

Todo eso para escapar ocho días a Mazatlán, pero él lo que quisiera es escapar de por vida de su suegra, pero la señora es más pegajosa que un pulpo; un pulpo con cuerpo de lobo marino, pero además parlante e impertinente.

Si van a la playa, y tiene que ir, se dedicará a entretener a los niños haciendo castillos de arena, escuchando los gritos de la esposa para que cuide bien de que las criaturas no se metan mucho entre las olas, aunque la suegra se mete en todo, como si fuera mar profundo y el suegro se entretiene viendo todo buen trasero que pasa frente al camastro, en el afortunado caso de que hayan alcanzado camastros.

Comerán mangos ensartados en un palo y algún coco rebanado o jícama, todo con el obligado chile piquín. Las cervezas las tendrán que tener escondidas por ahí, para evitar que les llamen la atención los cuidadores de la playa del hotel, que no es en el que están hospedados.

Entre atender a los hijos, a la mujer y a los suegros, Francisco regresará físicamente agotado y económicamente endeudado.

Charles regresará a París después de haber conocido un país; habrá disfrutado de muchas playas, de sitios arqueológicos, museos, ciudades coloniales, comida que jamás había comido y habrá conocido los placeres de no pocas mujeres de estos rumbos. No le deberá un peso a nadie y se dedicará a preparar su tesis de postgrado en la Sorbona.

¿Quién será realmente el “piojo”?

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