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Escritores que funcionan o funcionarios que escriben

Cultura / Cultura Principal / 30 marzo, 2019

Por: Daniel Herrera

Escritor y músico lagunero
Twitter: @puratolvanera

Hace unos días renunció a su puesto como director del Fonca, el escritor Mario Bellatín. Después de unos meses complicados, el autor pasó de ser el hombre que transformaría el fondo, para luego ser el encargado de correr a algunas personas que llevaban años trabajando en el lugar, y al final convertirse en el destinatario de múltiples críticas más que insidiosas al no presentarse en el encuentro con artistas y creadores que el mismo Fonca convocó.

Más allá de la noticia y todo lo que ha rodeado al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes desde que la administración de López Obrador comenzó en este año, la situación me ha llevado a preguntarme si es posible que un escritor se convierta en un funcionario que funcione.

Quiero decir que me pregunto no sólo si es posible, sino incluso si es deseable. Desde este pequeño espacio tengo muchas reservas sobre la combinación, y mis razonamientos me llevan a pensar que los escritores no deberían ser nunca funcionarios. Qué manía es ésta de pensar que los escritores sabemos de todos los temas y que podemos solucionar cualquier problema humano. Es momento de dejar de opinar de todo, eso sólo nos ha llevado a ver a escritores convertirse en funcionarios y fracasar en el intento.

Antes de que el lector levante la ceja pensando en todos los múltiples autores que también han trabajado como funcionarios, deseo establecer algunas de las razones por las que pienso esto.

Por un lado, la obra sufre. Cuando un escritor se dedica a otras actividades que no son la escritura, sus horas dedicadas a esta necesariamente se ven disminuidas. Y por más estúpido que suene, si te haces llamar escritor, pues escribes.

Me queda claro que muchos hacemos múltiples actividades para sobrevivir. Pero la intención siempre es disminuir esas actividades tanto como se pueda para dedicarse a escribir.

Los funcionarios necesitan serlo durante todo el día, no es un trabajo de medio tiempo. Las responsabilidades son muchísimo más grandes e importantes que las de alguien dedicado a dar unos cuantos talleres o manejar un taxi. No estoy demeritando ningún oficio, sólo que el funcionario trabaja con dinero público y se encuentra dividido entre deberse a la comunidad y al gobierno en turno.

En cambio, un escritor no puede darse ese lujo. El autor se compromete con su obra y ya es bastante responsabilidad como para además agregar unas cuantas más.

Mi segundo argumento, el cual creo definitivo, es que el escritor, por naturaleza, es un crítico constante de lo que sucede a su alrededor, sobre todo y especialmente, respecto a las formas en que opera el poder. Necesita libertad para ejercer esta crítica y pertenecer a la misma estructura que maneja el poder le impide observar todas las aristas de este.

No me venga nadie con la idea de que hay forma de quitarse y ponerse el disfraz de escritor. Si le debes la quincena al gobernante en turno es probable que debas modular el discurso que late adentro. O tal vez no, entonces es probable que el funcionario-escritor pronto abandone su puesto dentro de la administración pública.

Aunque siempre existirán ejemplos que pueden destruir esta serie de razonamientos.

Ahí está Octavio Paz, por supuesto, quien fue funcionario mientras escribía, aunque tuvo que renunciar ante el salvajismo del sistema encarnado en Díaz Ordaz en octubre del 68. O el todo terreno Jorge Volpi, que no le tiembla ni la escritura ni las habilidades político-administrativas. También, por supuesto, Rulfo, aunque casi hay una coincidencia cronológica entre el final de su vida como escritor y el resto de su vida como funcionario. Y qué decir de su paisano Agustín Yáñez, quien navegó con facilidad las aguas de la administración pública hasta que estuvo bajo el férreo control de Díaz Ordaz y fue humillado por él cuando intentó renunciar a la SEP, según cuenta Ricardo Garibay.

Es seguro que existen montones de autores menos conocidos que sobreviven como funcionarios. ¿Cuántos de ellos pensaron en algún momento en abandonar el salario seguro por una vida como escritor? Creo que no demasiados.

A lo mejor es momento de reconocer que un buen escritor no suele necesitar ese tipo de puestos, que, eventualmente, sus habilidades literarias le permitirán vivir de la escritura y oficios relacionados.

Porque eso se debe entender, el trabajo en la administración pública está bastante lejos de la obra literaria. No veo la forma en que la escritura tenga cercanía con el manejo de presupuestos, la organización de cualquier evento oficial, las juntas con gobernantes o la asistencia a distintas actividades distantes, muy distantes, al arte en general.

Tal vez es momento de reconocer que la mayoría de los escritores no podemos ocupar un puesto semejante. Que estamos lejos de tener las habilidades para soportar el golpeteo político y que nuestro lugar es del otro lado. Nos toca observar con escepticismo las aspiraciones políticas y los logros sociales que todo gobierno se dedica a cacarear para, de alguna manera, transformar la realidad, esa maldita necia que se niega a obedecer las órdenes del gobierno en turno.

En todo caso, pienso que un escritor debe ser un tipo de consejero, un duro crítico que pueda decirle de frente al gobernante y sus funcionarios en dónde se están equivocando. Puede trabajar con ellos, pero no para ellos.

Por eso, insisto en que las becas y un mercado saludable, son la respuesta a las complicaciones económicas de los artistas en general y de los escritores muy particularmente.

En fin, es probable que me equivoque, tal vez la administración pública es el lugar ideal de los escritores y resulta que podemos hacer de todo y no lo había descubierto. Por lo pronto, seguiré creyendo que los escritores no servimos para ser funcionarios, aunque tal vez todos deberíamos experimentarlo para regresar siempre, con la cola entre las patas, a los libros y el teclado.

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