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Antígonas laguneras. Sobre Las buscadoras (2019) de Érika Soto y Walter Salazar

Análisis Político y Social / Especiales / 30 marzo, 2019

Por: Lucila Navarrete Turrent

Doctora en Estudios Latinoamericanos
Universidad Nacional Autónoma de México
Periodista e investigadora torreonense

Las mujeres suelen resistir mejor al deseo de autodestruirse ante experiencias traumáticas. Algo así leí hace años en un precioso trabajo de Elizabeth Jelin. El cautiverio o la pérdida de un ser querido prueban al “yo” porque “sus egos no están centrados en sí mismas”, dice Jelin: se dirigen hacia su entorno más próximo, que coincide con el hogar y la familia. Quizás sea esta premisa la que mejor define al más reciente trabajo de Érika Soto y Walter Salazar, Las buscadoras (Secretaría de Cultura / FONCA), un libro contundente sobre las mujeres laguneras que han revirado su vida hacia la búsqueda de sus desaparecidos, ante un Estado que las ha violentado y abandonado.

Se trata de un pequeño y generoso libro de circulación gratuita y con licencia de Creative Commons, que constituye una de las primeras investigaciones en la región sobre el papel de las mujeres (madres, esposas y hermanas) en la lucha por la búsqueda de familiares desaparecidos en el contexto de la llamada “Guerra contra el Narco”, abiertamente declarada en el 2006 por el entonces presidente de la República, Felipe Calderón. Ésta ha cobrado la vida de cerca de 4,500 personas en la zona metropolitana de La Laguna, entre los años 2006 y 2017, según cifras oficiales del INEGI, y desaparecido a más de 500 en el mismo periodo, de acuerdo al Registro Nacional de Datos de Personas Desaparecidas (RNPED).

“Ser mujer” y familiar de un desaparecido

El “ser” de las mujeres, dicen los autores, siguiendo a Simone de Beauvoir, se define “más allá de la condición biológica y capacidad reproductiva, como una posición en el mundo social del cual forma parte y contribuye a producir”. Su representación social está condicionada por la dependencia y cuidado de “los otros”: el esposo, los hijos, los padres, los nietos. Pero, ¿qué sucede si este “ser para y de otros” femenino se ve fracturado cuando desaparece uno de los suyos? Los autores responden que la normalización de la violencia y el terrorismo impuesto sobre las vidas de estas “buscadoras”, trastoca el mandato de “ser mujer” para transformarse en un “ser para el ausente”. “La búsqueda se convierte en proyecto de vida”, dicen Soto y Salazar: “con el pensamiento centrado en la ausencia, las mujeres se olvidan de sí mismas y de quienes las rodean” porque se politizan, se vuelven activistas. De ahí que el subtítulo del libro sea “la lucha de las mujeres laguneras por la verdad, la justicia y la memoria de los desaparecidos”.

La sección neurálgica del trabajo recae en los testimonios de siete mujeres laguneras, a quienes entre el 2004 y el 2015 les desaparecieron un familiar, muchas veces en complicidad con las autoridades. Guadalupe Menchaca Soto, Rosa María Flores García, Sonia Castañeda Magallanes, Silvia Ortiz de Sánchez Viesca, Rosa Albina Zapata Contreras, Ixchel y María de la Luz López Castruita transitaron del insomnio, la angustia y la falta de apetito, al activismo en organizaciones como la Asociación Internacional de Búsquedas de Personas en México (ASINBUDES), el grupo Víctimas por sus Derechos en Acción (VIDA) y Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila (FUUNDEC), llegando incluso a promover la creación de leyes para la tipificación del delito por “desaparición”.

El testimonio y su valor político en el marco de la “guerra contra el narco”

Lo anterior me hace pensar en el valor del testimonio, un género que en el contexto latinoamericano de los años sesenta comenzó a tener un fuerte cariz político y contrahegemónico. El ascenso e instauración de gobiernos autoritarios y dictaduras en las que intervino Estados Unidos detonaron la proliferación de este importante género político. El testimonio tiene la virtud de restituirle la voz a las víctimas, desestabilizar las verdades oficiales y vehicular la memoria de aquellos a los que les está vedada la justicia y su participación en la Historia. En el proceso de “dar voz” a las “enmudecidas”, a las buscadoras, se transforma el sentido del pasado y se redefine a profundidad la relevancia de la historia. La “memoria” en estas mujeres de a pie tiene el potencial para desestabilizar y resistir a las “verdades oficiales”, pero sobre todo, confrontar la endeblez de un Estado servil a los intereses del crimen organizado.

En entrevista para este espacio, Soto y Salazar señalan que “es en el proceso de búsqueda [de estas mujeres] donde los sentimientos se van transformando. Conscientes de la gran corrupción del sistema político, acuden a interponer sus denuncias y se encuentran con autoridades omisas, que las revictimizan, que criminalizan a sus familiares para evitar las denuncias y que, una vez que lo hacen, no realizan investigaciones para dar con su paradero.  Ahí identificamos la ruptura con el Estado y sus instituciones, las cuales no sólo les han fallado como garantes de la seguridad de sus seres queridos, sino que además tampoco trabaja para brindarles verdad y justicia”.

“Montes es… era el policía ministerial, nunca supe su nombre, nada más Montes y Montes… y fue tan duro conmigo que… me hacía sentir culpable, me hacía sentir la peor de las madres”, denuncia Lucy López Castruita en Las buscadoras. Su hija Claribel Lamas López, de 17 años, desapareció en el verano del 2008. “Me hacía sentir lo peor y… como que él no tenía la obligación de buscar a una desaparecida ¿no?, su trabajo era otro (…). Y ya cuando yo le decía que le llevaba pruebas, de hecho un día le dije… ya estuve en el salón de mi hija, en la escuela de mi hija y los muchachitos me están diciendo que la pretendía mucho un tal… o sea yo quería agotar todo, pero era yo la de las investigaciones, no ellos, jamás fueron ellos. La pretendía mucho un tal Jorge Ramírez, del yonke Los Ramírez, que estaba atrás de la escuela donde mi hija estudiaba, entonces me dijo, «ah, pues usted es la madre, señora, usted vaya y pregúnteles porque yo no me voy a arriesgar, esa gente es muy pesada y yo tengo hijos, dijo, pero pues si a usted le puede su hija, vaya y pregúnteles a los del yonke».”

Los autores puntualizaron en entrevista que “en la experiencia colectiva de estas mujeres, y de su relación con organizaciones y colectivos de otros estados que las mujeres van descubriendo la complicidad y/o aquiescencia del Estado en las desapariciones y dejan de creerles”.

Investigar sobre “las buscadoras”

El proyecto comenzó a mediados del 2017 cuando Soto y Salazar ingresaron una propuesta al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) en la categoría de Programa de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales. Se trata de un trabajo ejecutado a lo largo del 2018, que da continuidad a otras investigaciones que han desarrollado “desde hace años para conocer y visibilizad las implicaciones sociales de la violencia vinculada con el narcotráfico en La Laguna”. Al presente le anteceden Socio-historias del Barrio y sus violencias (2013) y Levantar el Poniente (2015). Y es que para los autores “la investigación social conlleva un fuerte sentido ético y político”, cuyo horizonte es “la transformación social, visibilizar, comprender y participar en la acción de la población organizada contra las dinámicas de opresión capitalista, patriarcal y estatal que configuran la organización social en la actualidad”, según enfatizaron para este espacio.

La metodología desde la que reverbera el trabajo es etnográfica. Y aunque el núcleo recae en la restitución de la memoria y la voz de las víctimas, Las buscadoras constituye también un examen puntilloso sobre la relación entre narcotráfico y poder político, así como entre violencia y desaparición en la Zona Metropolitana de La Laguna. Al respecto, es destacable la directriz que recupera del sociólogo Fernando Escalante Gonzalbo, quien demuestra que el incremento de la violencia está directamente relacionado con el despliegue de las fuerzas de seguridad (locales, estatales y federales), y la intervención del Ejército en múltiples zonas que incluso no coinciden con la “geografía del narcotráfico”. En este tenor, sorprende que los índices de violencia y homicidios en el país eran bajos antes del 2007, como afirman Soto y Salazar. La estrategia contra el narcotráfico de los últimos dos sexenios no ha hecho más que propiciar “el escenario perfecto para la implementación de reformas estructurales, inversión extranjera, el despojo de territorios para la explotación de sus recursos naturales, lavado de dinero, trata de personas, tráfico de armas y drogas, entre muchos otros negocios ilícitos, en detrimento de la población”, puntualizan los autores, apoyándose en investigaciones de la periodista y académica Dawn Marie Paley.

“El tema es amplio y multifactorial”, aclararon Soto y Salazar, por lo que Las buscadoras es “una suerte de aproximación que abona a comprender algunas partes de la tragedia y el dolor que aún se viven en La Laguna”. Ixchel, una de “las buscadoras” señala en este sentido que “la otra Ixchel” le caía bien, pero que “esta Ixchel me cae mejor”, porque está sola “porque realmente hoy estoy más sola que nunca, pero al mismo tiempo estoy más rica que nunca, ninguna autoridad me puede callar, soy más empática con la gente que sufre”.

Los también autores de Levantar el poniente manifestaron para Revista de Coahuila que en la región “sobresale la lucha que han emprendido las mujeres por encontrar a sus familiares desaparecidos a partir de la organización en colectivos de búsqueda, mediante los cuales fortalecen sus exigencias y emprenden acciones para buscar en vida, buscar restos y trabajar en legislaciones que den certeza jurídica a las víctimas directas e indirectas”.

Antígona lagunera

Alguna vez le leí a la feminista norteamricana Johanna Hedva que no hay nada más anticapitalista que encargarse de las vidas de otras personas. Y es que, como establece la autora de Teoría de la mujer enferma, la mente y el cuerpo son receptáculos de los sistemas de opresión. Cierro esta idea citando a una de “las buscadoras”: “Yo llegué a la clínica del magisterio, me recibió el médico general, no me dejó salir, mandaron traer al psiquiatra y el psiquiatra dijo, no, estás en estado psicótico. (…)Yo llegué diciéndoles, yo necesito que me dejen salir yo vine nada más porque me estoy muriendo, yo necesito que me den algo, una pastilla o algo para vivir porque necesito seguir buscando a mi marido, necesito trabajar, necesito cuidar a mi hija y hacer todo lo que tengo que hacer y no puedo porque me estoy muriendo. Me preguntaron si me quería suicidar, y yo, no, me estoy muriendo”.

¿No será que el antiguo mito griego de Antígona se reescriba en cada una de las mujeres que en contextos de autoritarismo y represión han padecido la desaparición de algún ser querido; en cada una de las mujeres laguneras que se han atrevido a desafiar a la autoridad para darle sepultura a los suyos y honrar su memoria? La Antígona de la mitología griega fue castigada –asesinada- por haber transgredido el mandato del rey de Tebas, Creonte, que le impedía enterrar a su hermano Polínices porque éste había “traicionado” al reino en su lucha por un trono que le correspondía, pero se le negó. ¿Acaso no, “las buscadoras” son nuestras Antígonas, las Antígonas laguneras del 2019, que luchan sin tregua contra un gigante?

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