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Apoderarse del espacio público

Análisis Político y Social / Opinión / 1 marzo, 2019

Por: Marcela Valles

Restaurantes, bares y consultorios ante gobiernos municipales que les permiten usurpar la vía pública y modificarla a conveniencia

Sólo la corrupción de funcionarios municipales  e inspectores puede explicar cómo es que restaurantes, negocios de venta de autos, consultorios médicos, puestos de venta de comida y toda una suerte de establecimientos se han ido apoderando de las banquetas en el primer y segundo cuadro de la ciudad, restándole a la zona una de sus grandes ventajas urbanas.

La totalidad de nuestras ciudades más viejas, fundadas en el periodo colonial, tienen en sus centros históricos y en la parte más vieja de su urbanización banquetas estrechísimas, de apenas un metro y medio de ancho, donde sólo caben dos personas caminando a la vez.

Tal vez Puebla sea una de las pocas ciudades coloniales mexicanas que tuvieron un mejor trazo y gozan de banquetas algo más anchas en su zona céntrica y sus barrios viejos.

Torreón es una ciudad porfiriana, cuyo trazo fue diseñado a principios del siglo pasado con base en un concepto muy distinto, donde las banquetas son hasta de tres metros de anchas y las calles tienen cuatro carriles de circulación.

Saltillo, como la mayoría de las ciudades coloniales, aun las que eran muy ricas, incluida la ciudad de México, fueron trazadas pensando en el tránsito de carruajes, caballos, asnos, carretas y personas que sólo empleaban las banquetas para transitar si había lodazales en el verano o algún carruaje o recua de animales les impedía hacer uso del arroyo de la calle.

Podemos observar en el centro histórico de la ciudad de México cómo los palacios, por cierto muchos de ellos muy mal conservados o casi en ruinas, se edificaron en calles estrechas, con banquetas muy angostas.

En ciudades como León, Guanajuato, todavía en los años sesenta del siglo pasado, había barrios donde transitaban cotidianamente recuas de burros cargando cueros de res, para llevarlos de una tenería o fábrica de curtido de pieles a otra. Además de que se tomaban el angosto arroyo de la calle, aquello era muy pestilente.

En Morelia, cuyo centro histórico está hoy muy protegido, aun a principios del siglo XX muchas calles seguían teniendo piso de tierra apisonada o de empedrado. La gente tenía la muy ordinaria costumbre de vaciar los orines acumulados en las bacinicas por la noche arrojándolos desde sus ventanas a la calle.

Saltillo, según los relatos históricos y las pocas gráficas que se conservan, en las primeras décadas del siglo XIX era un pueblo de abastecimiento de diligencias y carromatos que se adentraban en el inhóspito territorio del norte de la provincia, entonces inmensa, pues comprendía todo Texas. Solo había una calle principal, la que hoy se denomina Victoria y otra vía de acceso ancha, que es la que hoy se conoce como calle de Allende.

Torreón, que aparece en el mapa de la provincia muchísimo después que Saltillo, tenía el privilegio de contar con un trazo urbano moderno, pero lejos de empujar hacia delante, la ciudad parece hacerlo hacia atrás en materia de vialidad.

Por corrupción e ineptitud de los gobiernos municipales, Torreón ha ido perdiendo parte de sus banquetas y la causa principal son los estacionamientos para autos o bien obras tan ineptas, como algunas realizadas durante gobiernos como el de Carlos Román Cepeda o José Ángel Pérez, el primero priista y el segundo panista, quienes quitaron a ciertas avenidas sus banquetas para hacer estacionamientos de autos o, cosa todavía más grave, incapaces de ejercer la autoridad para despejar de vendedores ambulantes ciertas calles céntricas, como la Hidalgo, invadieron importantes vías en el corazón del centro histórico para construir un horrible “tianguis” de puestos metálicos, los que se habían convertido una aberración.

Todo esto sucede mientras los también ineptos funcionarios del Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, no hacen absolutamente nada y luego, a toro pasado, como se dice en la fiesta brava, salen con algunos comentarios cuando el daño ya está hecho.

El llamado “sector médico”, establecido en torno al Sanatorio Español y la Clínica del Diagnóstico, es, junto a bares y restaurantes como “El Pinabete” (Abasolo y calle 11), un constante ejemplo de cómo la clase empresarial durante las últimas décadas se ha ido apoderando de la vía pública, modificándola alevosa y únicamente para su conveniencia económica.

EL SECTOR MÉDICO

En el segundo cuadro de la ciudad, que se ubica entre la avenida Colón y el Bosque Venustiano Carranza, se ha desarrollado lo que se denomina como el “sector médico”, donde se ubica una gran cantidad de consultorios, clínicas y comercios del ramo, todo a partir de la ubicación del Sanatorio Español.

Sin permiso del gobierno municipal, que no debe concederlo, es muy común que las fincas dedicadas para consultorios o servicios médicos se tomaron gran parte de las banquetas, dejando sólo un reducido paso para el tránsito de los peatones, colocando automóviles en “batería”, por lo cual los vehículos quedan mitad en el arroyo de la calle y mitad sobre lo que es la banqueta original.

Pero además de que se toman las banquetas, convierten a estos espacios de estacionamiento en “exclusivos”, colocando letreros por su cuenta o bien pintando el piso de color azul e indicando “solo para pacientes”. En varios cajones de estacionamiento colocan el dibujo de discapacidad, por lo cual los vecinos evitan estacionarse al considerarlo algo incorrecto.

Hay médicos que tienen su propio estacionamiento particular y colocan la leyenda “Prohibido estacionarse, entrada y salida de pacientes”. Ninguno paga por tener estacionamientos exclusivos, pero lo más importante es que sistemáticamente se han ido posesionando de un espacio público.

Hay casos de un mayor abuso, como restaurantes que se han tomado toda la banqueta, bloqueando completamente el paso peatonal, por lo que el transeúnte se tiene que bajar al arroyo de la calle para cruzar por el lugar.

Un ejemplo típico es el restaurante denominado “El Pinabete”, ubicado en la esquina de Abasolo y Niños Héroes, que tiene años apropiado de toda la banqueta, en la que ha colocado un techo de plástico y tiene mesas y sillas de forma permanente.

“La Indecente”, por ejemplo, localizado en la esquina de Matamoros y Degollado, es un bar a cuyo mínimo espacio real la clientela sólo entra para utilizar el baño; se ha apoderado de la banqueta al grado de casi hacerla intransitable para el peatón, pues con 20 o 25 mesas el establecimiento realmente está sobre la vía pública.

Como ése hay miles de ejemplos no sólo en el primer y segundo cuadro sino en toda la ciudad, lo que se explica sólo por la corrupción de los encargados del departamento municipal de Plazas y Mercados, quien les cobra, literalmente, derecho de piso por utilizar un espacio público y, en muchos casos, sólo les cobra la cuota ordinaria, porque en su momento estos tabaretes, puestos y changarros se “arreglaron” con el encargado de Plazas y Mercados a través de los inspectores en turno.

Apropiarse de las banquetas es una práctica que se ha generalizado en toda la ciudad incluidos, de rigor, casi todos los principales bulevares que tienen muchos establecimientos comerciales de todos los tipos.

Si además alguien se atreve a estacionar su vehículo en ciertos estacionamientos robados a las banquetas, se le amenaza con “llamar a la grúa” para que retire el vehículo, lo que es imposible de acuerdo al reglamento de tránsito vigente, pero finalmente es una amenaza.

En otros casos se colocan conos u otro tipo de bancos para evitar que el automovilista en general haga uso de esos espacios.

Un asalto a los espacios públicos y un descuido y corrupción de los gobiernos municipales, pero también un descuido no sólo vial sino ecológico.

Aprovechando que se tienen banquetas de hasta tres metros de ancho, es posible y es necesario que éstas estuvieran pobladas de árboles de variedades adaptables a nuestro clima y de dimensiones adecuadas, porque durante algunas décadas se dio la costumbre de plantar en las banquetas árboles de las variedades denominadas “laurel de la india” y el “pinabete”; dos variedades muy inadecuadas para una zona urbana, debido a que sus dimensiones son demasiado grandes; sus raíces dañan el pavimento y los drenajes y llegan a bloquear las mismas banquetas debido a sus dimensiones enormes.

La mayoría de estos árboles murió con la llamada helada negra de 2011, pero no fueron substituidas por otras variedades más adecuadas.

¿Qué hace la Dirección de Ordenamiento Territorial y Urbanismo, además  de corruptelas con los permisos de uso del suelo y edificación?

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Redacción




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