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LOS LIBROS QUE NADIE LEERÁ

Opinión / 3 septiembre, 2018
Es ingenuo pensar que los padres fomentarán la lectura de sus hijos si ellos mismos no la practican. La formación y el cambio está en las nuevas generaciones que cursan hoy sus estudios básicos, inclusive todavía es buen tiempo para aquellos adolescentes que están iniciando sus estudios de nivel bachillerato.
Por: Álvaro González
Fui maestro por muchos años, primero de manera breve en secundaria, varios años en el nivel de bachillerato y muchos años en el nivel universitario. La última vez que impartí clases fue en una muy conocida universidad privada de Torreón, a un grupo de octavo semestre de la carrera en Ciencias de la Comunicación.

Esa última experiencia me marcó. Cada día que iba a impartir clases, recorriendo una gran distancia, recortando mi mañana y ganando una paga irrisoria que cubría si acaso lo que gastaba en gasolina, experimentaba un sentimiento de frustración, de estar perdiendo mi tiempo.

El grupo era chico, lo que debería haber facilitado la enseñanza. La materia era para mí muy atractiva y, de acuerdo a las evaluaciones cotidianas de las que había sido objeto por varios años en relación a la calidad de mi enseñanza, mis habilidades didácticas resultaban eficientes, pero por más que me esforzaba no lograba que seis de los ocho alumnos realizaran sus tareas de lectura, que eran indispensables.

En lugar de leer buscaban en internet la información, la copiaban, le hacían unas cuantas modificaciones y la entregaban como suya.

Al final del curso me vi en el dilema de qué hacer con la calificación final de cada alumno. Si aplicaba con rigor la evaluación tenía que reprobar a seis de ocho estudiantes y eso, pedagógicamente, es anómalo, ya que de acuerdo a la teoría el que estaría mal sería yo y no el estudiantado, porque era un porcentaje demasiado alto.

Finalmente opté por tomar una postura algo blanda, de la que llaman “maestro barco”, pero no pude evitar reprobar a dos alumnos, a los cuales sería demasiado deshonesto pasar con tan bajo rendimiento. Los mandé a extraordinario y en lugar de examen les encargué un trabajo de investigación. Tuvieron que ir a la biblioteca por una semana para hacerlo, no tenían otra opción.
Hoy, algo más de diez años después, veo las estadísticas de lectura en México. De acuerdo a la UNESCO ocupamos el último lugar entre 108 países, aunque hemos logrado bajar el analfabetismo a un 6.7% de la población.

De acuerdo a la Encuesta Nacional de Lectura de 2012 el promedio de lectura de los mexicanos es de apenas 2.9 libros al año, pero ya sabemos que eso de los promedios estadísticos es una mentira cuadriculada o graficada, porque muy amplios sectores de la sociedad mexicana sencillamente no lee un solo libro.

Dentro de sectores de clase media con estudios universitarios es posible que se dé ese promedio o uno un poco más alto, pero, por ejemplo, el INEGI reporta que la mitad de los jóvenes mexicanos nunca ha visitado una biblioteca, aunque habrá que decir también que la mayoría de nuestras bibliotecas son muy pobres y muy poco atractivas.

En contraste, el 95 por ciento de los hogares mexicanos, no importa que vivan en pobreza extrema, tienen televisión y le dedican varias horas diarias a ver su programación. Lo más visto entre las mujeres son las telenovelas y entre los hombres el futbol.

ÉLITES INCULTAS E INTELECTUALES MARGINADOS

Por curiosidad profesional asistí al cierre de campaña de Andrés Manuel López Obrador en la ciudad de Morelia, uno de los territorios históricos de la izquierda mexicana desde el cardenismo.

La cita era a las cuatro de la tarde pero aquello comenzó a las seis. El único que habló por casi cincuenta minutos fue el propio López Obrador. Los asistentes tuvieron que esperan cuatro horas, soportando la mayor parte del tiempo un aguacero fuerte, pertinaz y un clima más bien frio, lo que debió influir mucho en la concurrencia, que no era muy numerosa, considerando el tamaño de la clientela que tiene por esos rumbos.

Durante todo el discurso el hoy vitrtualmente electo presidente de la república no se salió de todos sus lugares comunes. A la media hora el interés de los concurrentes había decaído notoriamente.
Desde una apreciación de la oratoria, que es un arte que deben dominar con maestría los políticos de ese nivel, aquello fue una tristeza de discurso. Dijo las diez frases que trae aprendidas de memoria y con un lenguaje pobre, completamente llano.

Si alguien te espera cuatro horas bajo la lluvia por lo menos le das las gracias y preparas una entrada a tu discurso, un buen desarrollo y un remate que sea climático, recordable.

En esos cincuenta minutos no hubo ni una sola referencia a la historia de Michoacán, ya no digamos a una figura tan importante como un Melchor Ocampo, el verdadero creador de las Leyes de Reforma que promulgó Juárez y cuyo apellido lleva en su nombre el estado. No se citó ni una sola frase que evidencie que se ha leído algo sobre la cultura, la sociedad o los problemas reales de este estado devastado por el crimen y los políticos, pero de riquísimas tradiciones.

El estrado del mitin se encontraba a dos cuadras de la casa donde nació José María Morelos y a otras dos cuadras y media del edificio histórico del Colegio San Nicolás de Hidalgo, del cual fue rector Miguel Hidalgo y Costilla. La calle donde se realizó el mitin, que es la principal de la ciudad, se llama Francisco I. Madero, sobre la cual se encuentra también la que fuera la casa del general Lázaro Cárdenas del Río.

Todo el entorno está cargado de historia y de esa parte que le atañe a lo que se supone que compone la idiosincrasia del nuevo presidente. Estando ahí lo menos que se puede uno preguntar es cuánto ha leído realmente de historia, que no se acuerda o no se atreve a hacer una sola referencia en su discurso. ¿Seguirá siendo tan pobre intelectualmente como lo fue como estudiante universitario?
Como dato curioso, Andrés Manuel López ha escrito 15 libros, casi todos ellos sobre temas de carácter político y una autobiografía, pero dichos libros casi nadie los conoce, mucho menos los ha leído.

Él afirmó que en parte vivía de sus regalías, lo cual le fue desmentido por el portal Verificado 2018. Es algo inexplicable cómo, con los recursos técnicos que ha mostrado, puede haber escrito por sí mismo 15 libros que, al menos hasta antes de su llegada a la presidencia, casi nadie conoce.
Ricardo Anaya, el candidato del PAN, es autor de un libro de tesis: El Grafiti en México ¿Arte o desastre? El cual le fue prologado nada menos que por Carlos Monsiváis. No hay datos precisos pero sí logró un nivel decoroso de ventas, aunque en un tiraje muy modesto, como la mayoría de los tirajes en México.

LIBROS SIN LECTORES

Tengo varios conocidos y amigos que han trabajado mucho para escribir uno o varios libros, desde “la provincia”, como llaman los defeños al resto del país.

Parte de sus temáticas atañen a temas de carácter regional y estatal, pero en muchos otros casos, principalmente en todo lo referente a la literatura, su temática es de interés general.

Varios de ellos han logrado que sus libros sean publicados por universidades públicas, por gobierno municipales a través de sus departamentos de cultura, por los gobiernos estatales y, en casos muy contados, por algunas fundaciones privadas.

Son ediciones pequeñas, que van de los quinientos a los mil ejemplares, raramente más.
Una vez que la flamante edición sale de la imprenta, se organiza una ceremonia de presentación, en donde el autor es acompañado en la mesa de honor por dos conocidos que están relacionados con el tema del libro o son escritores de oficio. La concurrencia, habitualmente muy modesta, está conformada por amigos y familiares.

Los presentadores suelen hacer una reseña sumamente elogiosa del libro, con apreciaciones cargadas de adjetivos que se esfuerzan por ser grandilocuentes. La pequeña concurrencia se congratula, toma alguna copa de vino y disfruta de canapés para rematar el acto y, unos pocos, compran el libro, que suele tener un costo bastante modesto en comparación con el mercado nacional.

¿Pero qué pasa con los 500 o los mil ejemplares de la edición? A lo más, si el tema suscita interés, se suelen vender entre 100 y 200 ejemplares, se regalan por ahí otros 100 y el resto desaparece para ir a perderse en alguna bodega.

Son contadísimos los autores regionales y estatales que tienen acceso a firmar un contrato de edición con alguna empresa editorial que esté dentro del mercado que podríamos llamar “formal”, que son parte de la red de librerías comerciales que operan en el país.

De los poquísimos que lo han logrado no conozco a ninguno que haya tenido un éxito importante, que le haya permitido una o dos reediciones, aunque éstas sean de dos mil ejemplares o un poco menos cada una de ellas.

El panorama editorial de nivel regional y estatal es paupérrimo, triste.

En esas condiciones dedicarse a escribir un libro, que es sumamente laborioso y puede implicar inclusive años si el trabajo es de gran alcance, no sólo es absolutamente incosteable en lo económico sino frustrante en lo intelectual.

El mercado de libros no escolares está controlado por editoriales extranjeras, cuyo catálogo está integrado, casi en su totalidad, por autores extranjeros.

Para un país de más de 120 millones de habitantes, los tirajes promedio de un libro no escolar en México son de 2,000 a 2,500 ejemplares, lo que incrementa notoriamente sus costos, pero estos, a partir de este año de 2018 se incrementarán aún más, pues hasta junio los costos del papel se han incrementado inexplicablemente hasta en un 20%.

Si la producción es cara, las librerías comerciales también tienen precios a la venta altos, pero el autor se lleva un ridículo 10% del monto total, con lo cual sólo los autores de nivel internacional viven de sus libros.

¿DÓNDE ESTÁ EL ESTADO?

Mi afición por la pintura, la antropología y la historia me ha costado muy cara. Cada que puedo recorro una librería de Educal, ordinariamente ubicadas en museos o centros culturales; cada libro me cuesta más o menos mil pesos, a menos que la edición tenga más de cinco años en el mercado, lo que me da acceso a un descuento.

Ciertamente las ediciones son de lujo, con papel muy caro, una excelente impresión, empastado en duro recubierto de tela y encuadernado cocido y pegado. Una belleza sin duda, pero algunos alcanzan hasta los dos mil pesos y no hay ningún tipo de facilidades.

Curiosamente hace muchos años, creo que al menos 28, la cadena comercial Gigante, hoy ya desaparecida, tenía una sección de venta de libros y sacó varias colecciones muy interesantes, las cuales aparecían no sé si semanal o quincenalmente.

De esa promoción, porque además estaban a muy buen precio, adquirí todos los tomos que comprenden las colecciones México a Través de los Siglos, El Arte Mexicano y Obras Maestras del Siglo XX, las cuales conservo completas, salvo la de Obras Maestras, que cometí el imperdonable error de prestar tres libros.

En mi biblioteca tengo una curiosidad que me gusta mucho: una colección de obras maestras de la literatura universal en miniatura. Los libros diminutos vienen en su estuche y la colección se denomina Biblioteca de la Literatura Universal. No lo va a creer pero me la regaló el “el gobierno de la gente”, que lo hizo en sus talleres o mandó hacer esta curiosidad para regalarla en una navidad.
Y es que una de las pocas opciones para romper con nuestra desastrosa situación de bajísima lectura y acceso a los libros es el Estado, lo cual ya lo había entendido desde el final de la revolución José Vasconcelos, quien, como ministro de educación, se dedicó a construir bibliotecas y a editar libros, además de buscar el fomento de la lectura.

Lo que siguió en el resto del siglo por parte de los gobiernos fueron una serie de políticas contradictorias, pero posteriormente hizo su aparición la televisión y las cosas empeoraron.
Editoriales como el Fondo de Cultura Económica, que puede considerarse como el esfuerzo editorial más importante que ha realizado el Estado, sigue funcionando hasta la fecha, aunque ha tenido grandes altibajos.

El Fondo de Cultura Económica tiene su propia red de librerías, pero muchas de ellas han tenido que cerrar por incosteables.

La gran alternativa parece en definitiva el sistema educativo todo. Equipar a todas las escuelas con bibliotecas básicas, instruir la lectura, incentivarla y colocarla dentro del programa de una manera más inteligente.

Es ingenuo pensar que los padres fomentarán la lectura de sus hijos si ellos mismos no la practican. La formación y el cambio está en las nuevas generaciones que cursan hoy sus estudios básicos, inclusive todavía es buen tiempo para aquellos adolescentes que están iniciando sus estudios de nivel bachillerato, pero la SEP tendría que actuar con mucha prontitud y eficacia, lo que requiere de implementación de programas y de la participación de los maestros.

Voy a poner un buen ejemplo personal. Yo cursé la preparatoria de 1975 al 1977, hace ya 41 años. Como tomé la opción de humanidades y ciencias sociales, en los tres años se incluían materias relacionadas con la literatura, más específicamente en dos de los tres años.

La maestra de literatura era una mujer por demás singular: ya entrada en años, digamos que guapa y con un estilo de vestir extravagante, era de un carácter alegre, locuaz, así que te ibas con la finta de que sería una maestra “barco”, pero nada de eso: conocía en serio de literatura y sus exposiciones eran de lo más ameno, casi una diversión.

Le decíamos irreverentemente “Lola la guayaba”, porque su pelo era rubio y olía muchísimo a perfumes caros, además cada mes organizaba una verbena amenísima en su casa, una gran construcción de estilo morisco con grandes patios que había heredado como hija única de un próspero abogado.

El caso es que esta estupenda maestra, además de enseñar el programa oficial, realmente calificaba de un modo muy singular: cada mes cada alumno debería escoger el libro que quisiera, siempre y cuando fuera una obra maestra de la literatura universal, y debería entregar un reporte de tal lectura. Era obligatorio y era la base de la calificación, el que no leía reprobaba el curso.

Durante dos años nos hizo leer 22 obras maestras y presentar 22 reseñas, así de sencillo. A cambio las clases formales de la materia transcurrían, como he dicho, con un gran divertimiento.

Tal vez lo más increíble es que esta maestra era contadora pública de profesión, y ejercía, pero enseñaba, literalmente, por amor al arte.

Es penoso darse cuenta que hoy, en pleno 2018, estados como Tabasco, con una población de 2.2 millones de habitantes, tiene seis librerías tradicionales; el estado de Tlaxcala tiene únicamente cuatro y vergonzosamente Nayarit tiene dos.

En datos de la Cámara Nacional de la Industria Editorial, en México hay una librería por cada 15,566 habitantes, pero ese es el promedio nacional, porque existen muchos estados donde la cantidad de habitantes por librería es muchísimo más alta, como en los tres referidos.

Además del sistema educativo formal, la internet ha abierto otra enorme posibilidad, ya que permite la adquisición de libros electrónicos a un precio más accesible, pero hasta ahora la demanda es muy baja y las tendencias del uso de este poderosísimo instrumento están orientadas hacia las llamadas redes sociales, que parecen hacer más daño que bien.

Para colmo, la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana afirma que tan solo en 2013 se realizaron 90 millones de descargas pirata, lo que indica que una parte de la población si está bajando libros, pero de una forma ilegal, lo que deja a las editoriales y a los autores en un situación imposible.
Si la paga en la edición de papel para un autor ya era ridícula, en este caso es nada, pero además si las editoriales no obtienen ingresos, sencillamente no pueden publicar libros nuevos y estaríamos en un círculo vicioso muy lamentable.

La tarea del fomento a la lectura la tenemos quienes participamos de una u otra manera en los medios de comunicación y en los culturales, pero la solución de fondo parece radicar en el sistema educativo formal, cuyo cambio implica propiciar la participación de los padres que tienen hijos en edad de formación.

Sorpresivamente y con base en el estudio anual de Word Culture Score Index, que publica la firma NOP Word, el país que tiene el índice de lectura más alto en el mundo es India, seguido por Tailandia, China y Filipinas, lo que rompe radicalmente la posible idea de que son algunos países europeos desarrollados los que tienen niveles de lectura más altos entre sus población.

Otra sorpresa, en Latinoamérica el país que más leía era nada menos que Venezuela, pero hoy es difícil tener dinero para comer, mucho más para comprar un libro.

De acuerdo a la fuente referida, los habitantes de la India leen en promedio 10 horas y 42 minutos semanales, mientras que en México se lee algo menos de la mitad, pero hay grandes diferencias entre los diferentes estados del país. El índice de lectura en ciudades como México y Guadalajara es muchísimo más alto que en estados como Guerrero, Chiapas o Tabasco.

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Redacción




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